POBREZA NO ES IGUAL A DELITO
Publicado en Diario "Clarín". Buenos Aires. Octubre 4 de 2003.
A raíz de algunas declaraciones oficiales que
hacen referencia a la posibilidad futura de que Argentina se
"colombianice", han reflorecido, en los medios de comunicación ,
erróneas expresiones que tienden a asimilar la pobreza con los hechos
delictivos cotidianos.
Los pobres, los "villeros", con
frecuencia son estigmatizados y revictimizados por opiniones -interesadas o
ingenuas- que les adjudican directa responsabilidad en los fenómenos de la
delincuencia y la violencia, tan lamentablemente extendidos en la actualidad.
La pobreza es una de las resultantes que
deviene de la degradación que imponen ciertos procesos y modelos políticos y
económicos. Los pobres, como víctimas de
esos procesos, quedan sometidos a horribles padecimientos y carencias de
diversa índole, para luego aparecer -en la cínica percepción de algunos y en el
imaginario ingenuo de muchos otros- como los actores principales de la violencia y de la delincuencia.
Cuando desde ciertos ámbitos políticos y
económicos se impulsan modalidades de descomposición y corrupción, que degradan
el funcionamiento del conjunto de la sociedad (incluidos los pobres), no se
tiende a percibir la real influencia y la intrínseca relación de esos
comportamientos, de carácter más estructural, con los episodios finales y
ciertamente patéticos de la delincuencia y la violencia.
Cuando algunos representantes del poder
económico más concentrado y poderoso, en connivencia y/o sociedad activa con
algunos otros representantes del poder político, realizan acciones o asumen comportamientos
que son actos de delincuencia económica,
influyendo de manera espectacular en la construcción de la degradación social,
a partir de todo lo que implica la evasión flagrante de impuestos, los cánones
adeudados, los indebidos y jugosos subsidios recibidos, no suelen ser
identificados como los responsables de la construcción de una sociedad regida
por la fuerza, la desvalorización de la vida, el interés individualista, la
satisfacción inmediata de cualquier deseo por sobre cualquier merecimiento
propio y sin ninguna consideración por el prójimo.
La configuración de una sociedad injusta,
violenta y moralmente degradada es anterior al “aumento de la delincuencia”,
que es una de sus consecuencias, como lo son el desempleo, el subempleo, los
bajísimos salarios, las jubilaciones misérrimas, la pérdida de los derechos
sociales básicos a la alimentación, a la salud y a la educación, etc. Esa
configuración explica las expresiones de violencia cotidiana a las que nos vemos sometidos.
El reduccionismo de pretender asimilar
preponderantemente la delincuencia y la violencia con los sectores pobres de la
población es falso no porque se le contraponga algún ideal romántico acerca de
la pobreza, sino porque obtura -interesadamente- la comprensión de la
naturaleza estructural de la delincuencia y la violencia que prevalece en
nuestra sociedad y que tiene agentes más
poderosos que los pobres, quienes
terminan apareciendo como el último y más débil eslabón de un perverso proceso,
que los condujo primero a la miseria y a quienes luego se les adjudica la
principal responsabilidad de la degradación social colectiva.
En suma: la delincuencia y la
violencia que imperan en nuestra sociedad están más ligadas a la degradación
del colectivo social, que a la mera pobreza como expresión última de la
descomposición de la sociedad.
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