CARTA PARA MIS AMIGOS NO MACRISTAS
Junio de 2007
Estoy preocupado y creo que también un poco
triste.
En estos últimos días, después del resultado
de las elecciones del 3 de junio y ante el ballotage del 24, he comenzado a
receptar directa o indirectamente informaciones que dan cuenta que conocidos y
hasta amigos, están pensando en no ir a votar o bien votar en blanco en la próxima
elección de Capital Federal.
Demás está decir que no se trata de gente
simpatizante de la “derecha”, ni que no pertenezca al amplio espectro del
“progresismo”. Se trata de gente con aspiraciones y objetivas contribuciones
para el mejoramiento de nuestra sociedad. Precisamente porque se trata de
personas con este perfil, es que me siento preocupado y con una sensación de
punzante desaliento.
Casi no resulta necesario, entre ellos y yo,
hablar del significado de la “derecha” y de las propuestas conservadoras y de
los impropios antecedentes de los líderes más conspicuos del PRO, como tampoco
de las limitaciones y de las graves deficiencias del gobierno actual.
Pero estoy convencido que el peor de los
desalientos por las defecciones o incumplimientos, no nos debe empujar a
reforzar objetivamente el proyecto de la “derecha”, aunque uno no sea –como en
este caso- alguien de derecha.
Con frecuencia, ciertos procesos sociales y
políticos se presentan como un gran torrente de agua limpia que también
arrastra lodo. Es decir, con serias limitaciones, pero también con enormes
posibilidades. Con grietas y claudicaciones diversas (que es cierto que
colaboran objetivamente a fortificar el campo de la derecha), pero también con
aciertos que requieren ser apoyados y profundizados, desde adentro y desde
afuera.
Los proyectos de la “derecha” ni siquiera
contienen la contradicción del agua limpia junto con el lodo. Suelen aparecer
como una promesa de agua destilada y cristalina, pero mis amigos y yo sabemos
de sobra que contienen cianuro para las mayorías.
Y sabemos que no se trata de “buenas” o
“malas” personas, sino de férreas ideologías que se implementan y desarrollan,
independientemente de la voluntad individual de las personas.
La legítima rabia por todo lo mejor que se
debería y se podría hacer (y que no se hace suficientemente), no debería
habilitar a terminar fortaleciendo aquellas alternativas conservadoras, que
seguramente van a hacer peor las cosas.
Casi con seguridad, Filmus evidenciaría
contradicciones y fisuras, pero ¿qué contradicciones y fisuras presentaría el
proyecto de Macri y sus seguidores? El
campo de la “derecha” suele tener más solidez y “conciencia de clase” (para
usar viejos términos), que el campo del lábil “progresismo”.
Brindar objetivo sustento a Macri, aún por
medio del voto en blanco o de la ausencia al comicio, ¿va a escarmentar o
mejorar las debilidades del gobierno actual? ¿va a contribuir a generar una
verdadera fuerza “progresista” y alternativa?
Si gana Macri, y peor si gana por mucha diferencia, seguramente será
malo para la Capital Federal y para el país y retrocederemos aún más en los
distintos órdenes de la vida.
Recuerdo que en los 60, cuando yo empezaba a
votar en esta nuestra Buenos Aires, ya leía pintadas en las paredes que, con un
mensaje irreductible y aparentemente exento de contradicciones, decían: “gane
quien gane, pierde el pueblo”. En esta ocasión -como en tantas otras- a lo
mejor el pueblo no gana totalmente, pero siempre es bueno que pierda lo menos
posible.
Ustedes saben que yo no tengo en la
actualidad militancia política, ni mucho menos adscripción partidaria. Y que
esta posición cívica mía no está guiada por la intención de obtener algún
beneficio, cargo o reconocimiento de las autoridades actuales (lo cual seguramente
no se produciría). Se trata simplemente
de mi opinión, que yo la valoro, por cierto -sólo tal vez- porque es la mía.
Yo sufrí en carne propia, cuando estuve preso
en 1976, la soberbia, el autoritarismo y la brutal discriminación, de algunos
importantes referentes políticos que hoy desempeñan altos cargos en el Poder
Ejecutivo y en el Poder Legislativo. Ayer y hoy yo estaba convencido que así no
se construía “el hombre nuevo” que aspirábamos en los 70. Y como mis conocidos y amigos saben que yo no
soy una persona religiosa, ni mucho menos un excelso hombre superior y
magnánimo, les cuento que sigo teniendo un fuerte resentimiento por lo padecido
por el irracional accionar de algunos de aquellos “esclarecidos
revolucionarios”.
Pero aún así, les digo que no me voy a
permitir obnubilarme. El 24 de junio, para mí, no dará lo mismo votar por uno o
por otro. Ni tampoco será lo mismo votar en blanco o no votar, que votar
efectivamente. Ambos proyectos no son la misma cosa. No será lo mismo para la
ciudad y para el país, que gane uno u otro. Y los resultados se van a percibir
clara y rápidamente, sobre todo -en sentido negativo- si gana nuestro “amigo”
Macri. Y ni qué decir, si llega a ganar por una mayoría significativa.
Pero si toca perder numéricamente (lo cual
lamentablemente es probable) creo que saldré del cuarto oscuro rumiando
amargamente, pero también evocando nuevas esperanzas para Buenos Aires y para
el país todo. Porque nos vencerán, pero no
nos convencerán. Y porque seguirán habiendo caminos y habrá otras elecciones y
la historia nos deparará mejores momentos, para ver aunque sea un poco más de
cerca la sociedad que ustedes y yo anhelamos.
Pero, por ahora, si gana Macri, seguro que
nos alejará de esa sociedad deseada.
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