MIGUELITO de nombre, de apellido SOCIEDAD
Agosto de 2002
El 19 de julio de 2002,
Miguelito, un chico pobre del conurbano bonaerense, de 14 años, de padres
desocupados, desertor escolar, protagonizó -como desesperado asaltante
inexperto- un evidente hecho de violencia. Con armas, y otros dos
participantes, asaltó un supermercado en el Gran Buenos Aires, robó las cajas,
esperó con ingenuidad cuarenta minutos a que se abriera una caja fuerte, apagó
las luces del local, cerró la puerta principal y, cuando quiso escapar, se
encontró con 300 policías dispuestos lógicamente a detenerlo. Tomaron como
rehenes a los clientes y al personal y se desató el trágico espectáculo.
Miguelito vociferaba, amenazaba, rompía cosas, simulaba pegarle a la gente, se
hizo un sándwich con muchos fiambres mezclados, comía dulce de leche y bebía
cerveza, ananá fizz y sidra. Se descompuso en pleno asalto, vomitó, fue
atendido por una chica, rompía y tiraba botellas a la calle, quería sacarle el
arma a otro de los asaltantes, habló por teléfono con su madre y le dijo “Mami,
estoy aquí con los chicos”, quiso hacerse el Robin Hood tirando monedas a la
calle, devolviéndole a los asaltados lo que le habían robado y dándoles dinero
del mismo que ellos habían sacado de las cajas. Finalmente, tambaleando por el
alcohol, salió a la calle y se entregó. El episodio, que duró casi cuatro
horas, fue transmitido a todo el país por televisión, en vivo y en directo.
Obviamente, el “delincuente”
Miguelito pudo haber matado a alguien, agravando el ilícito cometido. Hubiera
sido aún más terrible que esta “víctima-victimario” matara a otra persona,
fuera un rehén o un policía. La degradación social que va ganando la
cotidianidad, hiere severamente a los ciudadanos, nos mortifica cívica y
psicológicamente y, en muchos casos, nos afecta individualmente de manera
directa.
La violencia estructural que
diariamente sufre nuestra sociedad quedó en sombras ante la mediática acción de
Miguelito. Un enjambre de filosos interpretadores de la realidad apareció en
los medios –especialmente en televisión y radio- con saña tenaz, para imputar
la feroz delincuencia precoz. Ninguno igual se llegó a preguntar por qué en la
actualidad –para muchos chicos- es más fácil conseguir un arma de fuego que
comprar un juguete o una pelota.
¿Por qué este tipo de acciones
delictivas, que legítimamente nos asustan y deben ser prevenidas, nos “agitan”
más que la delincuencia estructural impulsada –y gestionada directamente en
muchos casos- por ciertos modelos económicos, por ciertos organismos nacionales
y extranjeros, por ciertos políticos, por ciertos funcionarios, por ciertos
dirigentes, por ciertos empresarios, por ciertos bancos, por ciertos
sindicalistas, por ciertos asesores, por ciertos técnicos y especialistas?
Hace pocos días, en Santiago del
Estero, unas 300 personas atacaron con furia la casa y el auto del diputado
menemista José Figueroa. El ministro del Interior, Jorge Matzkin, atribuyó el
episodio a las campañas y “naturalizó” el hecho expresando que las internas
partidarias no son “escuelas de señoritas”.
En la reciente renuncia del gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann, a
la pre-candidatura presidencial, se mencionó la posible existencia de amenazas
probablemente originadas en el entorno menemista.
Claro, Miguelito es más fácil de
atacar. Se lo podría caracterizar en el marco de las teorías lombrosianas, se
lo podría encerrar en un reformatorio, se podría culpar a los padres, se lo
podría matar, tal vez, como propician algunos pragmáticos “depuradores”. Con 14
años hoy, Miguelito nació en 1988. De 1988 a 2002, Argentina atravesó un período de
descomposición y atraso nunca visto en su historia. Naturalmente, Miguelito es
hijo de sus padres, pero socialmente no
es sólo hijo de sus progenitores biológicos.
Es más difícil –por cierto-
auscultar el grado de incidencia, en estas expresiones últimas de la
descomposición social, de la tasa del 25 % de desempleo que hoy azota a la
población, del 60 % de pobreza que se registra en el segundo cordón del
conurbano bonaerense, de los millones de personas con hambre, de los millones
de personas con salarios ínfimos. A ello se agrega el desmantelamiento o retracción
de programas de protección y apoyo institucional para atender problemáticas de
salud y familiares complejas, como seguramente será el caso del hermano
esquizofrénico de Miguelito, quien -con 26 años- está internado en la colonia
psiquiátrica Open Door, con una incapacidad del 90 por ciento.
La violencia del desempleo, la
violencia de la pobreza, la violencia de los salarios miserables, la violencia
del hambre, la violencia de la desnutrición y de la mortalidad infantil, la
violencia de la ausencia de viviendas dignas, la violencia de los niños sin
escolaridad, la violencia de la desesperanza y de la ausencia de futuro:
¿tendrá algo que ver con la tumultuosa violencia final de “los Miguelitos” que
esta sociedad engendra?
Los adolescentes y los niños
expresan y reconstruyen, con sus comportamientos, las características de la
sociedad en la que viven. Por eso la prevención,
que requiere de activas políticas públicas –tanto globales como puntuales- debe
asumirse como el instrumento más idóneo para la disminución de la violencia.
La
delincuencia y los delitos se construyen socialmente y luego, sólo en el
eslabón más débil de la cadena, se aplican los castigos individuales, como una
mágica creencia de haber solucionado el mal o para aliviar nuestra conciencia
por lo que no hicimos oportunamente para prevenir.
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