lunes, 23 de abril de 2012


ACERCA DEL TRABAJO SOCIAL Y LA ANTIMODERNIDAD


Publicado en Boletín del Consejo Profesional de Graduados en Trabajo Social Nº 40. Buenos Aires. Septiembre de 2003.

           
En los últimos tiempos, distintos docentes de Carreras de Trabajo Social de varias Universidades Nacionales, nos consultaron e indujeron -a la vez- a opinar acerca de los orígenes de nuestra profesión y, en particular, sobre su relación con la llamada modernidad.
           
La inquietud de estos y estas colegas estaba originada en la caracterización (que ellos no compartían) realizada por Gustavo Parra, quien afirma que el Trabajo Social en la Argentina surgió con un carácter antimoderno y conservador.
           
Este posicionamiento de Parra está planteado en su libro "Antimodernidad y Trabajo Social", publicado originalmente por la Universidad Nacional de Luján, en 1999. En ese mismo año, participamos de la presentación del libro, llevada a cabo en la Capital Federal, acerca de lo cual reproduciremos, al final de la presente nota, el contenido textual de nuestra intervención en dicha oportunidad, con el ánimo de contribuir a procesar distintos puntos de vista relacionados con esta importante temática de la historia de la profesión. Previo a ello, igualmente plantearemos algunas breves consideraciones, dejando para otra ocasión el análisis más particularizado de esta cuestión.

Nuestras opiniones están fundamentadas, básicamente, en la investigación que llevamos a cabo en el año 1977,  y cuyos resultados fueron publicados en 1978 por el Centro Latinoamericano de Trabajo Social (CELATS), con sede en Lima, Perú, bajo el título "Antecedentes del Trabajo Social en Argentina (Primera Aproximación)". La quinta edición de este libro fue publicada por Espacio Editorial de Buenos Aires, en 2007, con el título "Historia del Trabajo Social en la Argentina".

En base a la documentación histórica indagada, cuya búsqueda no resultó fácil (en coincidencia cronológica, además, con el período de la dictadura militar genocida más atroz que soportó el país), afirmamos que -a nuestro entender- el origen del Trabajo Social en Argentina está ligado a las ideas que emanaban de las corrientes higienistas en las primeras décadas del Siglo XX. 

Sus propulsores más relevantes (los médicos Alberto Zwanck, Germinal Rodríguez -quien fue Concejal de la Capital Federal en 1934-, Manuel V. Carbonell, Gregorio Aráoz Alfaro, Juan P. Garrahan, Saúl I. Bettinotti, Emilio R. Coni, Teodoro A. Tonina, Pílades O. Dezeo, Enrique Olivieri, Julio Iribarne, entre otros) precisamente encarnaban las propuestas "progresistas" de la época. Las concepciones de la higiene social, que apuntaban a valorizar los componentes de la medicina preventiva, implicaron un salto cualitativo para la atención de la salud pública.  De modo tal, que los orígenes de la profesión más tienen que ver con lo "moderno" que con lo "antimoderno".  Estos sectores parecían expresar las propuestas ilustradas y liberales (no conservadoras), aunque -desde luego- no anticapitalistas. Sí es cierto, que no podían visualizar la contradicción irresoluble entre sus anhelos de mejoramiento de la sociedad, en el contexto de un capitalismo que nacía subordinado al sistema mundial.

Esos médicos higienistas fueron quienes impulsaron la creación de los primeros cursos y escuelas de lo que hoy entendemos como Trabajo Social. En 1924 crearon el Curso de Visitadoras de Higiene Social, dependiente del Instituto de Higiene de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires; y en 1930 fundaron la primera Escuela de Servicio Social del país, dependiente del Museo Social Argentino, que en esa época estaba incorporado a la Universidad de Buenos Aires (figurando como Instituto de Información, Estudios y Acción Sociales). De esta manera la intervención estatal, a través de la universidad pública, estuvo plenamente vigente en la creación de los dos primeros centros de formación profesional en nuestro país.  Cabe recordar que la primera Escuela privada (y católica) surge recién en 1940, en Buenos Aires, en el Instituto de Cultura Religiosa Superior.

El Museo Social Argentino se proponía, para la época, los siguientes fines: a) la centralización de informes, en general, de toda clase de antecedentes relativos al medio social y económico argentino, así como de los demás pueblos; b) la realización de estudios tendientes a facilitar el más rápido desarrollo social y económico del país; c) la síntesis de los antecedentes que posea y de los estudios que se realicen en su seno o por su iniciativa, así como la divulgación de los mismos con fines de estudio, enseñanza y educación popular.

Veamos algunas de las argumentaciones vertidas en el Acto de Inauguración de la Escuela de Servicio Social, el 23 de junio de 1930.  El Dr. Tomás Amadeo, Presidente del Museo, definía "la causa industrial de una Escuela de Servicio Social", afirmando lo siguiente: "De ahí que se busque, en primer término, la eficiencia del obrero y del empleado, con horizontes más amplios que los determinados por el taylorismo inicial. De ahí que se busque en el trabajador, según la síntesis de René Sand: ´la salud que asegure el poder producir, la educación que desarrolle el talento para producir y la satisfacción que determine la voluntad para producir´". "Para la realización de estos fines -decía- es indispensable la coordinación de conocimientos simultáneos de Economía, Higiene, Fisiología, Psicología y Pedagogía sociales".  Reafirmaba asimismo: "He ahí los tres fines de las Escuelas de Servicio Social: fines industriales, fines de previsión y beneficencia y fines desinteresadamente culturales".  El cuidado y la preservación de los sujetos de la producción (es decir, los sanos y educados obreros que necesitaba el capitalismo incipiente para su propio desarrollo) constituía lo medular de los objetivos planteados por Amadeo, lo cual no implicaba un pensamiento "antimoderno", sino que se inscribía en las contradicciones del paradigma socio-cultural de la modernidad.

El Dr. Julio Iribarne, Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, hacía referencia, en la ocasión: "...a algunos problemas prácticos de nuestro ambiente, en particular los que se refieren a la salud pública y al bienestar de la comunidad, y la función que le tocará cumplir a la Escuela de Servicio Social del Museo".

Por su parte, el Director de la naciente Escuela de Servicio Social, el Dr. Alberto Zwanck, describía "las causas de la miseria, nacida, unas veces de lo que llama una incapacidad orgánica, debida a la maternidad, a las enfermedades físicas o mentales, a la invalidez, o a la vejez; otras, de una incapacidad familiar, tal como la muerte del jefe de la familia, el abandono de la madre o la prole demasiado numerosa o de una manifiesta incapacidad económica engendrada por la falta de trabajo, la insuficiencia de los salarios o la mala distribución de los recursos".

Y agregaba Zwanck, en otro pasaje de su discurso: "Pero se dirá, quizá, ¿no es materializar la caridad el convertirla en algo científico, en un oficio pago?".  "Lo que se trata es de evitar que la buena voluntad sin la guía de un espíritu científico sea un tesoro malgastado".

Finalmente expresaba: "El Servicio Social, tomando de la ciencia las bases que aseguran su solidez, de la experiencia los métodos que le dan su eficacia y del espíritu social la impulsión que lleve a un régimen en el cual la utilización racional de los hombres y de las cosas, sean productoras de un bienestar que puede llegar a ser universal e ilimitado, hará que las colectividades humanas se acerquen cada vez más a la justicia, la eterna aspiración del alma humana". 

Evidentemente, estas consideraciones del Dr. Zwanck no revelaban el perfil de las atávicas propuestas conservadoras, laicas o clericales.    


A continuación, entonces, transcribimos textualmente los comentarios que realizamos en ocasión de la presentación del libro de Gustavo Parra, llevada a cabo el 23 de abril de 1999:

1.  En primer término quiero expresar mi agradecimiento por la invitación de Gustavo Parra y de la Universidad Nacional de Luján para participar en la presentación de su libro y poder compartir con ustedes algunas breves opiniones sobre este nuevo texto acerca del Trabajo Social y de su historia.

2.  La ocasión, entonces, resulta propicia para generar un debate estimulante a partir de la posibilidad de dialogar con el propio libro y con uno mismo, en la medida de que hace ya más de 20 años publiqué el primer ensayo sobre los antecedentes del Trabajo Social en la Argentina.

3.  Deseo, a la vez, reivindicar la importancia del estudio de la historia de nuestra profesión. Por lo general, a muchos colegas les suele parecer algo tediosa esta temática; vieja, inapropiada o poco práctica para encarar temas actuales que nos requiere nuestra inserción laboral en instituciones de diversa índole.

El análisis de la historia de la profesión contribuye no sólo a develar la naturaleza misma de la disciplina, sino a entender también las propias particularidades de la profesión en la actualidad. Como en tantos otros aspectos de la vida misma, el presente es también -aunque no únicamente- la historia viva del pasado.

4.  Quiero adelantar dos primeras opiniones sobre el autor:

    a) Parra se apoya sustantivamente (y en ese sentido es tributario) en las ideas y desarrollos de autores brasileños como José Paulo Netto, Marilda Villela Iamamoto, María Lúcia Martinelli, Aldaíza Sposati y otros.

    b)  Es, tal vez, el primer texto de un trabajador social argentino claramente inspirado en la teoría marxista.

5.  Ya en la Introducción (“El desafío de la reconstrucción histórica”) se plantea una crítica abierta (y punzante en ocasiones) a diversos autores como Ander-Egg, Barreix y a mí mismo. Son buenas críticas. No diatribas insultantes o descalificadoras porque sí.

Este estilo marca seriedad. Al igual que con el uso respetuoso de las citas bibliográficas. Se cuida -como corresponde- de las apropiaciones indebidas de trabajos, ideas y opiniones de otros autores, comportamiento que no es frecuente en nuestra profesión.

6.  El capítulo 1 del libro (“Hacia una caracterización del Trabajo Social argentino”) constituye el eje central de la propuesta de Parra. Apuesta a demostrar (y lo afirma sin titubeos) “el carácter “antimoderno” con el cual surge la profesión”.  Y aquí es donde se apoya especialmente en la orientación de los aportes de los autores brasileños, que recién mencioné.                                                                                          

Parra se muestra como audaz y terminante al considerar al Trabajo Social como “antimodernidad”, no obstante lo cual reconoce haber avanzado “sobre algunas reflexiones, que en ningún modo pueden ser consideradas conclusiones definitivas y cerradas, y sólo representan las primeras aproximaciones al tema”.

El autor parte de una aseveración: “es indispensable y preciso... abordar la temática de la modernidad, y especialmente analizar las relaciones que podemos establecer con el Trabajo Social”.  Y a continuación se hace la pregunta: “¿es que el Trabajo Social tiene algo que ver con la modernidad?”

Lo que no aparece claro es qué hipótesis subyace a su afirmación y a sus preocupaciones.  Es decir: ¿qué lo lleva a establecer esta relación?  En la lectura uno se encuentra abruptamente con este planteo sin que el desarrollo de sus hipótesis nos lleve a él.      

7.  En el segundo capítulo (“Antecedentes del Trabajo Social en Argentina”) aborda el análisis de la Sociedad de Beneficencia (creada por Bernardino Rivadavia en 1823) y de la Asistencia Social Pública, retrabajando la función cumplida por los médicos higienistas, por el catolicismo social y por el movimiento obrero.

Para poner de relieve la complejidad de los procesos sociales y políticos, sus marchas y contramarchas, quiero recordar -por ejemplo- la propia vitalidad, para la época, del pensamiento laico, liberal, de Rivadavia, que disputa (y luego pierde) con la Iglesia el control y la conducción de los institutos y organismos ligados a la acción social.                 

 Y es que al comenzar el análisis de los antecedentes específicos del caso argentino, Parra lo hace con una convicción ya definida previamente en el capítulo anterior (su certeza acerca del carácter antimoderno del Trabajo Social).

 Aparece, tal vez, como encajada esta sobredeterminación previa, y no como resultante del análisis de los datos de las particularidades del caso argentino.
                     
 Cabría recordar que en la práctica investigativa, partir de interrogantes y no de certezas debe constituir una regla básica.

8.  En el capítulo siguiente (el tercero) sobre “La institucionalización del Trabajo Social”, levanta la tesis de la existencia de dos matrices generadoras de este proceso.

Una matriz de base racionalista y laica (se refiere al racionalismo higienista), y una matriz de base doctrinaria (el conservadurismo católico).

Despunta, a la vez, la existencia de una tercer matriz: “la asistencia social como derecho”, a la cual le adjudica “una manifestación contundente a partir de la década del 60 con el movimiento de reconceptualización”.

En rigor, y en relación a esta tercer matriz, el reconocimiento de la asistencia social como derecho se perfila -desde afuera de la profesión- en el gobierno de Perón, especialmente en su primer período y hasta la muerte de Eva Perón, acaecida en 1952.

Por el contrario, el movimiento de reconceptualización fue altamente refractario y detractador de la dimensión asistencial de la práctica profesional.  Del mismo modo que impugnó fuertemente la labor del trabajador social en las instituciones del Estado, al cual caracterizaba sólo como reproductor de la ideología de dominación y subordinación.

Por otra parte, si bien Parra no se planteó un estudio más detallado sobre el período desarrollista, resulta pertinente destacar la importantísima confrontación, asumida por nuevas camadas de trabajadores sociales, con los sectores más tradicionales de la profesión.  Asimismo, dicho período dio lugar al despliegue de ciertas líneas, en el campo profesional, inspiradas en las ideologías modernizadoras de la época, las que luego pueden encontrarse engarzadas en la producción de los “teóricos” de la reconceptualización.

En cuanto a la influencia del catolicismo en el Trabajo Social, resulta necesario diferenciar las posiciones del conservadurismo católico de las posiciones del catolicismo social. Las primeras encarnando las posturas más tradicionales y las segundas incorporándose a las visiones más progresistas de la profesión.

9.  La pregunta que Parra se formula sobre la existencia del llamado Servicio Social católico en Argentina tiene una respuesta obvia: ¡claro que existió y tuvo una importante presencia!  Se trata de un tema clave cuyo estudio está pendiente. Ni Gustavo ni yo lo llegamos a abordar; seguramente por razones entendibles, aunque no necesariamente idénticas.  En mi caso, trabajé fundamentalmente con documentos que debí rastrear en archivos y bibliotecas, durante 1977. Ni falta hace que recuerde que toda indagación sobre esta temática, en esa época, requería apelar a la prudencia.

 Citemos algunas rápidas referencias.  Por ejemplo, la Filial Argentina de la UCISS (Unión Católica Internacional de Servicio Social) tuvo un papel relevante en nuestra profesión y su Presidenta (Marta Ezcurra) representó cabalmente a los sectores más lúcidos del conservadurismo católico.

 O bien la importante cantidad de escuelas de formación profesional, de inspiración religiosa, con nombres católicos (algunos de los cuales aún perduran y otros son renovados): Populorum Progressio, Juan XXIII, Cáritas, Cardenal Ferrari, Camila Rolón, Fray Mamerto Esquiú, Pío XII, Cardenal Ernesto Ruffini, San Martín de Porres, Escuelas Diocesanas, la propia Escuela del Instituto de Cultura Religiosa Superior creada por el Cardenal Luis Copello, en 1940, en Buenos Aires, diversas Escuelas dependientes de Universidades Católicas del país,  etc.

10.  En relación al cuarto y último capítulo del libro (“Expansión y desarrollo del Trabajo Social argentino”), se evidencia un énfasis de análisis distinto y menos particularizado en cuanto a lo más específico de la profesión.

 Para terminar, quiero agregar lo siguiente.  Fue la lectura de la obra de Gustavo la que me llevó a revisitar rápidamente el desarrollo del campo del Trabajo Social. Y esto es mérito de su libro. Hubiera sido lamentable para Gustavo y para mí, que solamente hubiera podido exponer vagos halagos.  Suele suceder eso cuando un trabajo no aporta nada.  Por el contrario, la lectura de un texto rico, nos coloca en situación de diálogo y debate con el autor.  Y, simultáneamente, en situación de producir nuevas preguntas o plantearnos nuevos problemas respecto de nuestras propias preocupaciones.  Por todo esto Gustavo, gracias y felicitaciones por tu libro.

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