“El asistencialismo no es una excrecencia propia del Trabajo Social, sino del sistema capitalista imperante”. Entrevista a Norberto Alayón
FEDUBA dialogó con Norberto Alayón, Lic. en Trabajo Social, Profesor
Titular Regular de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Fue Vice-Decano de
dicha Facultad en el período 1998-2002; y Profesor Titular de la UNNE
(Universidad Nacional del Nordeste), de la UNAM (Universidad Nacional de
Misiones), y de la UNCPBA (Universidad Nacional del Centro de la Provincia de
Buenos Aires). Coordinador Académico del CELATS (Centro Latinoamericano de
Trabajo Social), organismo académico de ALAETS (Asociación Latinoamericana de
Escuelas de Trabajo Social), con sede en Lima (Perú), desde 1979 a 1982.
Fundador y Director del Centro de Estudios e Investigación en Trabajo
Social-CEITS (1987-1997).
¿Por qué, hoy
día, hay sectores que siguen proponiendo proyectos como el Servicio Cívico
Voluntario como una forma de inclusión social?
El Senado dio media sanción a este
proyecto de ley, impulsado por el Vicepresidente de la Nación, Julio Cobos, con
33 votos a favor, 31 en contra, 2 abstenciones y 5 ausencias. La propuesta está
dirigida a jóvenes de entre 14 y 24 años que no estudian ni trabajan, a quienes
se les “proporcionará cursos de formación teórico-práctica en temas de defensa
civil y capacitación técnica de oficios”. El entrenamiento “se desarrollará en
instalaciones de las Fuerzas Armadas”, recibiendo los alumnos “alimentación y
vestimenta”, además de “alojamiento en la unidad que se afecte al Servicio”. El
primer objetivo, que consta en el artículo 2º del proyecto aprobado, es “otorgar
espacios de contención a jóvenes en situación de riesgo”.
Tal vez habría que preguntarse a qué
contención, a qué inclusión social se refiere la norma o en qué pensaron sus
autores y quienes lo votaron. A lo mejor aspiran a una suerte de intento de
revitalización directa o subliminal del felizmente
fenecido Servicio Militar Obligatorio
¿Cuánto de control, de disciplinamiento,
de vigilancia, de reforzamiento de la desigualdad, de discriminación, de
estigmatización hacia esos jóvenes pobres contiene esta aparentemente
beatífica propuesta?
El funcionamiento social empuja y condena
a millones de jóvenes a la marginalidad y a la exclusión, y luego aparecen
algunos presuntos redentores (con mayor gravedad en este caso, por tratarse de
33 Senadores de la Nación) que proponen “recuperarlos” y “reinsertarlos” a
través del confinamiento en los cuarteles militares. La democracia debe
garantizar -y está en condiciones de hacerlo- que las políticas públicas
dirigidas a los sectores vulnerados y vulnerables se canalicen a través de las
instituciones oficiales y comunitarias pertinentes del campo de lo social,
evitando el enmascaramiento de pretendidas “medidas de seguridad“, como si se
trataran de políticas sociales inclusivas. Y sobre todo, debería garantizar que
las instituciones en las que los jóvenes universalmente se forman y educan (la
escuela, en primer lugar) sean las que los incluya y contenga.
Pareciera que una vez más se intenta, por
medio de este proyecto de ley, cristalizar la existencia de sociedades duales,
convalidar la diferenciación social y vigilar y controlar a los pobres, en vez
de apuntar a trabajar sobre las causas más profundas de la pobreza.
En suma, para los jóvenes pobres el
disciplinamiento cuartelario y para los jóvenes pudientes los colegios y las
universidades privadas.
¿A qué responde que en el año 2010
sigan existiendo brigadas policiales o de gendarmería conformadas por
niños?
En principio hay que señalar que se trata
de experiencias que, con la aparente idea de brindar un servicio, propician e
irradian un proceso de militarización de la infancia que es sumamente riesgoso
para los niños y las niñas y para la comunidad toda. En muchas provincias
argentinas se llevan a cabo estos experimentos y en Salta y en Misiones
funcionan desde 1990.
A los niños y niñas, de entre 6 y 14 años,
se les imparte instrucción de tipo militar, entrenamiento practicando ejercicios
de “cuerpo a tierra”, “carrera march”, “salto de rana”, defensa personal, la
venia como saludo, el uso de uniforme, insignias y gorra policial, los desfiles
y la asistencia a misa.
En Salta argumentan que, a partir de este
entrenamiento militarizado, “los formamos (a los niños y niñas) como personas de
bien, para que respeten los valores perdidos de la familia y los símbolos
patrios. El capellán asiste en la parte espiritual y ayuda a los chicos que van
a tomar sus comuniones.”
La relación entre las clásicas
concepciones de familia tradicional, valores, patria, nacionalismo, catolicismo,
constituye un soporte esencial para la vigencia de ideologías profundamente
conservadoras. En nombre de “Dios, Patria y Hogar” se cometieron y se cometen
acciones que atentan contra el funcionamiento democrático, plural, igualitario
de la sociedad.
Pareciera que con la proliferación de
estos programas de involucramiento policial de los niños y niñas, existentes en
más de una decena de las provincias argentinas, se tiende a fortalecer y
reproducir en la sociedad -desde la propia infancia- un estilo de comportamiento
cultural que privilegia una férrea disciplina militarizada, basada en el orden,
las órdenes y la rigurosa obediencia.
Para ello se cuenta con la aceptación
activa de algunos pocos y también con la aceptación pasiva de la mayoría de la
población, que por diversas razones no llega a advertir los riesgos que estas
prácticas contienen y dejan de levantar una voz siquiera de alerta y rechazo
ante este avance, crecientemente extendido, que pretende imponer una concepción
militarista de la vida y la familiarización con las armas, aunque no las porten
ellos, desde la más temprana edad.
La excusa para impulsar e irradiar estas
experiencias policiales procura centrarse en el eventual servicio que prestarían
para la “contención de los niños marginalizados”. El lugar de los niños -pobres
o no- está en la casa y en la escuela (que en virtud de la Ley 1420 del siglo
XIX establece la educación obligatoria, laica y gratuita), y no en las brigadas
o cuerpos policiales, bajo la estricta lógica de los entrenamientos y
adoctrinamientos militares.
Un comentario revelador de la ideología
que suele orientar a estas iniciativas, fue realizado por un Comandante
retirado, en estos términos: “Recuerdo que en mis años mozos patrullando a
caballo lugares muy aislados de la frontera, muchas veces me encontré con niños
muy pobres y analfabetos cuyo futuro cierto era el cuatrerismo o el contrabando.
Hoy gracias a la Gendarmería Infantil ya pueden aspirar a una vida digna y ser
ciudadanos respetables”.
Como en tantas otras ocasiones, surge, con
nitidez, la clásica y perversa asociación de pobreza con delincuencia.
El
estigma, la duda, el miedo, siempre recaen sobre los pobres y los humildes. Y,
entonces, a los niños
pobres habrá que encauzarlos, reeducarlos, readaptarlos, disciplinarlos,
inculcarles “valores netamente argentinos” (por intermedio de la Gendarmería
Infantil), porque sino serán el peligro del mañana. Conviene recordar que los
cuatreros importantes, los ladrones importantes, los contrabandistas
importantes, pertenecen a otras clases sociales, y para estas clases sociales no
existen los proyectos de Gendarmería Infantil o de Policía Infantil.
Usted realizó un trabajo en el que
distingue la “asistencia” y el “asistencialismo” ¿cuáles serían las diferencias
sustanciales entre un concepto y el otro o, en todo caso, entre una práctica y
otra?
Desde la primera edición del libro
“Asistencia y asistencialismo – ¿Pobres controlados o erradicación de la
pobreza?” nos propusimos contribuir a diferenciar la asistencia del
asistencialismo, en tanto no eran ni son, necesariamente, lo mismo.
Reivindicamos la noción de asistencia, la dimensión asistencial de nuestro
trabajo como trabajadores sociales, pero no desde una óptica tradicional, sino
como reapropiación -por parte de los sectores populares- de riqueza previamente
producida (que como tal, les pertenece inalienablemente) y como derechos
sociales conculcados.
Nuestra intención apunta a ponderar
críticamente la necesidad de rescatar y resignificar la dimensión asistencial
del Trabajo Social, en contraposición con el llamado asistencialismo. La
cuestión pasa en cómo transformar políticamente el asistencialismo en políticas
de asistencia (como derecho), siendo necesario re-politizar la política social,
en tanto ésta -en los gobiernos de carácter liberal o neoliberal- tiende cada
vez más a salir del campo del Estado (ámbito de la política por excelencia) para
ser transferida hacia los espacios e iniciativas privadas, connotando la acción
social como si se tratara de una alternativa desinteresada y generosa de parte
de ciertos sectores y no como un proceso complejo que expresa dinámicamente
diversos intereses y objetivos en juego.
La asistencia involucra dos ideas: el reconocimiento de
derechos sociales conculcados y la reparación de plena cobertura de los
problemas sociales. Esto aún no implica la afectación profunda del tipo de
relaciones sociales predominantes, pero sí posiciona al quehacer profesional en
la línea de generación de cambios hacia la construcción de un orden social
distinto. Por otra parte, el asistencialismo también involucra dos ideas, pero en la
perspectiva contraria: el no reconocimiento (ocultamiento) de los problemas
sociales como derechos humanos suprimidos o restringidos y la dación escasa (la
mínima posible) para sólo atenuar y controlar la conflictividad social que
genera la carencia extrema. Asimismo, cabe recordar que
el asistencialismo no es una excrecencia propia del Trabajo Social, sino del
sistema capitalista imperante.
Conceptualmente la implementación de
políticas sociales apunta, desde la intención de las clases dominantes, a
reproducir la fuerza de trabajo que garantiza y permita el desarrollo del
capitalismo. Pero, a la vez, dichas prestaciones y servicios son necesitados y
reclamados por los sectores populares; es decir que también hay lucha -y no sólo
pasiva receptividad- de parte de los desposeídos para conseguir reivindicaciones
crecientes que den respuesta a sus tremendas necesidades.
En esa tensión, en ese conflicto, donde un
sector quiere conceder y frenar, mientras simultáneamente el otro quiere
conquistar y avanzar, tiene que insertarse el accionar de los profesionales del
campo de lo social. Enfatizamos que no hay Trabajo Social posible con los
sectores populares, sin respuestas concretas a las necesidades brutales que
padecen. Si el trabajador social opera en la creencia de que la acción social
sólo aletarga indefectiblemente, y no que también actúa en la exacerbación y en
el desarrollo de la propia lucha por los derechos no reconocidos, no puede menos
que entrar en la confusión, en la frustración y en el inmovilismo.
Acerca de las prácticas asistenciales, el
aspecto clave a enfrentar es cómo seguir reivindicando el conjunto de los
derechos (es decir, empleo formal, salarios dignos y políticas sociales
universales), y a la vez cómo evitar el clientelismo, cómo evitar las relaciones
de dependencia que erosionan la noción de ciudadanía, sin dejar de lado
-mientras tanto- la asistencia; porque la asistencia -reafirmamos- también
es un derecho de la gente.
¿Cuál es el vínculo entre la
asistencia y la prevención?
La asistencia social ha estado
históricamente ligada a la problemática de la pobreza. Pero que la pobreza
(tanto en su generación, como en la eventual erradicación de la misma) no
pertenece al campo de la beneficencia o de la asistencia social, sino que
pertenece al campo de la economía. Y la asistencia social opera como instrumento
mediador entre la economía y los efectos y resultados del modelo económico en
vigencia.
Para el Trabajo Social, repensar la
asistencia como derecho y como recuperación de lo perdido o de lo que nunca se
tuvo, conduce a un cauce fructífero de potenciación de las distintas dimensiones
de la disciplina. Lo asistencial, lo educativo, lo promocional, lo
organizacional, deben fundirse en una práctica totalizante al servicio de los
sectores populares.
Percibir con lucidez las distintas
coyunturas y los distintos modelos políticos, posibilitará al trabajador social
orientar su actuación en la línea de interferir o desactivar ciertas lógicas
dominantes, cuando -por ejemplo- mencionan o proponen pérfidamente la
organización y la participación de la gente, pero (¡y aquí está la clave!) sin
transferir los recursos necesarios para atender las necesidades
específicas.
Lo que reivindicamos es: recursos
suficientes (asistencia material) y promoción y organización, en forma simultánea. Esta manera de resignificar y
reivindicar la asistencia no sólo nos diferencia del asistencialismo, sino que
permite reconfirmar -desde el Trabajo Social- la esencia misma de los proyectos
neo-conservadores, que se ubican en franca oposición a los objetivos de bregar
por una mayor justicia social.
Las políticas de asistencia social pueden
cumplir básicamente dos funciones: de cobertura inmediata y también de
prevención. Son asistenciales precisamente en relación con la
problemática que debe ser reparada inmediatamente: satisfacer necesidades de
alimentación, abrigo, salud, alojamiento. Y son, a la vez, preventivas del deterioro a que lleva el sufrimiento
y que deviene en otras problemáticas sociales difíciles de reparar, tales como
el abandono de hogar por parte de los adultos responsables y/o de los niños que
pierden toda contención, la mendicación, la drogadicción, la delincuencia, etc.
Si un niño o niña, por ejemplo, no tiene zapatillas, no sólo carece de calzado,
sino que deja de asistir a la escuela, lo cual agrava su problemática, al
debilitarse la cotidianeidad y la disciplina para el aprendizaje, al
desconectarse de la escuela y de sus compañeros, todo lo cual puede llegar a
conducir finalmente a la deserción escolar. Y si un niño no va a la escuela,
indefectiblemente aumenta su vulnerabilidad social.
¿Qué tipo de trabajador social está
formando la Universidad en la actualidad?
El Trabajo Social, como cualquier otra
disciplina, no constituye una categoría abstracta, que funciona
independientemente de las determinaciones histórico-sociales, que se registran
en tal o cual país en un período determinado.
Como es sabido, estamos viviendo en la
actualidad en Argentina, y también en varios otros países de Latinoamérica,
verdaderos procesos de oxigenación política y social (aunque no sencillos, ni
absolutamente plenos, no exentos de contradicciones), de confrontación con las
lógicas imperiales de dominación y sojuzgamiento, de impulso a la estratégica
unidad latinoamericana, de alejamiento de los dictados disciplinadores de los
organismos internacionales ligados o directamente dependientes de los poderes
hegemónicos, de rescate del interés nacional, de lucha por la consolidación de
la soberanía política, de la independencia económica y de la justicia social, de
la revalorización y defensa de los derechos políticos, económicos, sociales y
culturales para el conjunto de la población, todo lo cual confluye en el
fortalecimiento de la democracia y de la ciudadanía, en la perspectiva de
contribuir a la conformación de sociedades más igualitarias.
En este marco, la enseñanza universitaria
también va receptando -aunque no de manera lineal, ni mecánica, ni tampoco
absoluta- el influjo de la nueva orientación política y social que trasluce el
escenario nacional y continental. Y es que la situación nacional y regional
concreta debe constituir un eje orientador y articulador de la enseñanza que se
imparta en los centros académicos de Trabajo Social.
Desde ahí, entonces, se va perfilando y
fortaleciendo la perspectiva de formación de trabajadores sociales que analicen
y acompañen los procesos de defensa de los derechos humanos en su más abarcativa
acepción, los procesos de enfrentamiento a las situaciones de pobreza y
exclusión que aún se siguen verificando, el apuntalamiento de todas aquellas
medidas y programas que ayuden a la inclusión de los sectores más
desfavorecidos.
En suma, la alternativa de posicionar la
profesión de Trabajo Social, y desde ahí orientar la formación universitaria,
como un quehacer específico que pueda contribuir al mejoramiento de las
condiciones de vida de los sectores populares y a la consolidación de una
sociedad más igualitaria, más humana, más digna.
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