domingo, 23 de diciembre de 2012

REPORTAJE TELEVISIVO SOBRE ASISTENCIA Y ASISTENCIALISMO 
Emitido el 20 de diciembre de 2012.

Programa "Asuntos Públicos" - Canal Metro de Buenos Aires.

http://www.youtube.com/watch?v=xylUSr763u4&feature=youtu.be

miércoles, 19 de diciembre de 2012


CONFERENCIA EN COSTA RICA  -  Diciembre de 2012.


A inicios de diciembre el profesor argentino Norberto Alayón estuvo en Costa Rica como invitado del Consejo Nacional de Rehabilitación y Educación Especial (CNREE), e impartió la conferencia "La asistencia social como un Derecho Humano".
Por su significativa contribución al debate sobre la asistencia social compartimos por este medio dicha conferencia en formato audio. Para escucharlo apriete click en:


CARTA AL DIARIO "LA NACIÓN" DE COSTA RICA
Diciembre 15 de 2012.


Señora Directora del Diario La Nación de Costa Rica:
YANANCY NOGUERA
 
Con todo respeto me dirijo a usted en relación al Editorial publicado en "La Nación" del domingo 25 de noviembre de 2012, bajo el título "Kirchner en la cuerda floja".
Dicho texto, plagado de inexactitudes, exento de información fehaciente y atravesado por una suerte de malicia ideológica, constituye la expresión de un diario ajeno a la seriedad y al buen periodismo.
Tal vez no sea su deseo, pero sepa usted que ni la Presidenta Cristina Kirchner, ni la Argentina están "en la cuerda floja". Todo lo contrario: flojos de seso, pero plagados de veneno, se evidencian ciertos medios de comunicación, nacionales y extranjeros, a los cuales se suma este extravío editorial del diario bajo su dirección.
Le agradeceré tenga a bien publicar estas breves consideraciones, como derecho a réplica.
 
 
Prof. Norberto Alayón Fernández
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Buenos Aires (Argentina)
Documento Nacional de Identidad 4.517.827
Teléfono (54-11) 4831-2292

domingo, 28 de octubre de 2012


LA PRIMERA ESCUELA DE SERVICIO SOCIAL (que no fue…)



                                                                                       Norberto Alayón (*)


(*) Profesor Titular Regular. Carrera de Trabajo Social de la
     Universidad de Buenos Aires. Autor del libro “Historia del Trabajo Social en Argentina”.


El 2 de agosto de 1924, por Resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires, fue creado el curso de Visitadoras de Higiene Social, dependiente del Instituto de Higiene de dicha Facultad. El director de dicho Instituto era el médico Manuel V. Carbonell, pero en rigor el curso dependía de la Cátedra de Higiene, perteneciente al Instituto, cuyo titular era el médico Alberto Zwanck.

Casi 6 años más tarde, el 23 de junio de 1930, se inauguró la primera Escuela de Servicio Social, dependiente del Museo Social Argentino, dirigida por el propio Zwanck. En esa fecha, el Museo Social estaba incorporado a la Universidad de Buenos Aires, como un Instituto de Información, Estudios y Acción Sociales.

Sin embargo, dos años antes, existió un proyecto previo para la creación de la primera Escuela Nacional de Servicio Social, presentado por el Poder Ejecutivo Nacional con fecha 16 de mayo de 1928. En efecto, con la firma del presidente de la Nación, Marcelo Torcuato de Alvear (cercano al radicalismo “antipersonalista”, opositor de Hipólito Irigoyen) y de su ministro de Justicia e Instrucción Pública, Antonio Sagarna, se envió al Honorable Congreso de la Nación un proyecto de ley, en cuyo artículo primero se establecía: “Créase en la ciudad de Buenos Aires la Escuela de Servicio Social, con los fines que a continuación se expresan: Proporcionar enseñanza técnica y administrativa a los jóvenes que aspiren a ocupar puestos en obras de asistencia y previsión sociales. Dar a las enfermeras, visitadoras, empleadas en obras sociales una educación que complemente la ya recibida. Completar la educación social de los jóvenes que siguen otros estudios. Ofrecer a todos un centro de Estudios Prácticos de la realidad argentina en materia de asistencia y solidaridad sociales”.

Se preveía que los estudios, para alumnos mayores de 17 años, de ambos sexos, “duraran dos años, de los cuales el primero estará consagrado especialmente a dar una información general sobre los grandes problemas sociales, y el segundo a la especialización en el trabajo social, de acuerdo con las necesidades del alumno”.

El plan de estudios contemplaba el dictado de “una introducción al estudio del servicio social; nociones de sociología; de psicología; de derecho y administración pública; de biología general; bases científicas de la educación; el problema de la penología; el de la población de la Argentina; higiene; puericultura; administración de las instituciones del servicio social; economía doméstica; juegos; deportes; primeros auxilios; orientación profesional; asistencia sanitaria y social; y organización del trabajo”.

Para ingresar a la Escuela se exigía a los y las estudiantes “haber cursado los tres primeros años de una escuela normal, de un colegio nacional o de un establecimiento de enseñanza especial”. No obstante, de no cumplirse este requisito de estudios previos, igualmente podrían ingresar quienes “formaran parte del personal de alguna institución de acción social pública o privada”.

En la fundamentación del proyecto se mencionaba que “La asistencia sanitaria y social -el servicio social, como con justo y amplio sentido comprensivo se dice- realízase en nuestro país en forma generosa, insumiendo recursos y energías de tal magnitud, que implican un timbre de honor para el sentimiento de filantropía y de solidaridad del pueblo argentino”. Reafirmando “ese concepto de la asistencia del Estado a los menores abandonados o a los indigentes, como un deber esencial de toda sociedad bien organizada que, al recoger, amparar y elevar esos niños o jóvenes, defiende y ennoblece su propia integridad”.

Con anterioridad al mes de mayo de 1927 el ministerio de Justicia e Instrucción Pública había “encomendado a funcionarios de su dependencia y a comisionados especiales el estudio de las organizaciones docentes y administrativas del servicio social en Europa y el resultado de tal misión es un informe muy interesante y muy documentado que permite apreciar nuestra situación de retardo e inferioridad en tal sentido, al propio tiempo que nos ofrece los varios tipos de organización bien experimentados en otros países, para que adoptemos el más conveniente, adaptándolo a nuestras propias condiciones sociales”.

El proyecto incluía el interrogante acerca de “con qué bagaje teórico y práctico entra un argentino a la dirección de una casa-cuna; de un instituto tutelar de menores; de una casa de trabajo para alcoholistas, vagos, viciosos; de una prisión o casa correccional; de un internado docente; de una caja de previsión social; de una cooperativa; etc.” Y agregaba su propia respuesta: “Casi siempre, a una base de buenas informaciones unilaterales se une un poco de ensayismo en otros aspectos de los varios e interesantes que presenta el problema de la dirección y administración eficaces, y la experiencia resulta, así, larga y dispendiosa, cuando no determina el malogro de las mejores intenciones y empeños”.

Para abordar tales carencias, la propuesta de estudios consignaba que “El primer año será de carácter teórico relativamente (sic) pues siempre se tendrá en cuenta, en lo posible, la observación y la experiencia, y el segundo será acentuadamente práctico y especializado, trabajando los alumnos en las instituciones que en esta Capital prestan asistencia sanitaria y social, como ser hospitales, asilos, colonias, hogares, cajas de previsión, salas cunas, sociedades de beneficencia, cooperativas, cárceles, cantinas maternales y escolares, etc., con la cooperación que se descuenta de sus directores, personal técnico y administrativo”.

Simultáneamente existió también otro proyecto de ley para la creación de una Escuela de enfermeras visitadoras, presentado en 1928 en el Congreso Nacional por Leopoldo Bard. Este médico, vinculado ideológicamente con Hipólito Yrigoyen y también con la masonería, era el presidente del bloque radical de la Cámara de Diputados. Años más tarde, en 1947, fue designado por Juan Domingo Perón como Director General de Higiene y Seguridad del Trabajo.

El proyecto del diputado Bard establecía, en su artículo segundo, que “Las escuelas de enfermeras visitadoras dependerán de cada una de las cátedras de higiene médica de las respectivas facultades de Medicina de Buenos Aires, Rosario y Córdoba”. En rigor, tal como se consignó al comienzo de este texto, en Buenos Aires ya estaba en pleno funcionamiento, desde hacía cuatro años, el Curso de Visitadoras de Higiene Social en la Facultad de Ciencias Médicas. En julio del mismo año, este proyecto pasó a la Comisión de Instrucción Pública, sin que se lograra la sanción de la ley respectiva.

Al mismo tiempo, existían inquietudes similares en el seno del Museo Social Argentino para abocarse a la formación de estos agentes sociales. Se organizó la Sección de Higiene Social, en mayo de 1928, cuyas autoridades fueron los médicos Julio Iribarne, Manuel V. Carbonell y Germinal Rodríguez[1], integrada también por otros siete médicos: Saúl Bettinotti, Pílades O. Dezeo, Ciro Durante Avellanal, Ubaldo Fernández, Evaristo Lutara, Nerio Rojas y Manuel Ruiz Moreno. Conformaron una comisión para elaborar una propuesta de creación de una Escuela de Servicio Social y, entre diversas consideraciones, formularon una muy llamativa argumentación: “Comprendemos que esta labor de organizar la nueva Escuela, sus planes de enseñanza y orientación, es una tarea larga y difícil y que exigirá una tranquila meditación. Pero en cualquier forma podría este año aceptarse en principio la creación de dicha Escuela para evitar así que la idea, tomada por alguna otra institución afín, pudiera malograrse o confundirse y una comisión del seno del Museo Social podría planear la organización en el transcurso del corriente año”. (subrayado nuestro).

Al respecto surgen algunos significativos interrogantes. ¿Por qué el Museo Social Argentino presumía que alguna otra institución estatal “podría malograr o confundirse” en relación a la idea de crear una Escuela de Servicio Social?  Visto el proyecto de ley presentado por el Poder Ejecutivo Nacional, el 16 de mayo de 1928, para crear la primera Escuela Nacional de Servicio Social, ¿el Museo Social se apresuró para presentar su propia propuesta para lograr ser los primeros en crear dicha Escuela? El gobierno nacional había financiado, previo a mayo de 1927, el viaje a Europa de “funcionarios” y de “comisionados especiales”: ¿alguno de los médicos integrantes del Museo Social formaron parte de la misión que viajó a Europa en 1927?  El artículo que el Dr. Germinal Rodríguez publicó en el diario “La Nación”, el 2 de diciembre de 1927: ¿fue el producto de los datos y experiencias recogidas en el periplo europeo, financiado por el gobierno nacional?  

En definitiva, el proyecto del Poder Ejecutivo, de mayo de 1928, nunca llegó a aprobarse. Era obvio que el gobierno de Alvear estaba finalizando su mandato. Al poco tiempo se realizaron las elecciones nacionales, siendo ungido como nuevo Presidente de la Nación, Hipólito Yrigoyen, el cual asumió el 12 de octubre del mismo año. Quedó trunca, de este modo, la alternativa de creación de una Escuela de Servicio Social dependiente del gobierno nacional, lo cual recién se concretó -31 años después- en 1959 (durante el mandato de Arturo Frondizi) con la inauguración del Instituto de Servicio Social, dependiente del ministerio de Asistencia Social y Salud Pública de la Nación, cuyo titular era el médico Héctor V. Noblía, siendo director de dicho Instituto el médico psiquiatra Ricardo Tarsitano.
   


Buenos Aires, Octubre de 2012.



[1]  El doctor Germinal Rodríguez fue concejal del Partido Socialista Independiente, sector expulsado del Partido Socialista en 1927 y que luego brindó un apoyo activo al golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, encabezado por el general José Félix Uriburu, que derrocó al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen. 

jueves, 9 de agosto de 2012


CAPITALISMO Y ASISTENCIALISMO

Nota publicada en el Diario "Página 12" de Buenos Aires. Agosto 1º de 2012.

                                                                                                   Norberto Alayón (*)

(*) Profesor Titular Regular. Facultad de Ciencias Sociales (Univ. de Buenos Aires). Autor del libro “Asistencia y Asistencialismo”.


El capitalismo es el modelo político-económico que predomina en el funcionamiento de nuestros países. Su lógica y “racionalidad” se centra irreductiblemente en la búsqueda denodada del lucro y la acumulación, sobre la base de la expoliación de la productividad del trabajo de otros. Un modelo bien distinto tendríamos si los objetivos de la producción no fueran la mera ganancia, sino la satisfacción de las necesidades sociales.

Como dijera Adam Smith, aquel economista y filósofo escocés del siglo XVIII, “el mercado es incompatible con la ética, porque cualquier acción moral voluntaria contradice las propias reglas del mercado y simplemente termina por desplazar al empresario moralizante”.

Cabría igualmente un par de reconocimientos: a) el capitalismo ha contribuido al desarrollo de la sociedad, aunque simultáneamente condujo a reproducir desigualdades estructurales; y b) nuestros países han venido padeciendo un doble sufrimiento, por la presencia del capitalismo y también por la falta de desarrollo capitalista.

Por ejemplo, el carácter parasitario y ocioso de nuestra tradicional oligarquía, que se constituyó como una suerte de “clase capitalista no burguesa”, obstaculizó el desarrollo industrial del país, manteniendo en muchos casos relaciones de tipo cuasi feudal. La enorme riqueza, obtenida por las grandes extensiones de campos y por la renta diferencial de la tierra, condujo a estos sectores a evidenciar un comportamiento exento de “dinamismo burgués” y anti industrialista. Con semejantes ganancias, los terratenientes no estaban interesados en reinvertir sus beneficios.

Tal vez, de este origen “naturalmente perezoso”, nuestras “burguesías nacionales” hayan encontrado una suerte de modelo productivo a imitar, ligado a la búsqueda de ganancias desmedidas, con un mínimo de riesgo e inversión o bien aprovechando protecciones, prebendas, abusos y saqueos sobre el Estado para que respaldara sus intereses privados, por sobre el bienestar del conjunto de la sociedad. Con frecuencia, esta violación de la esencia misma del funcionamiento capitalista, ligada a la inversión y al riesgo, constituye una conducta obstinada: quieren ganar fortunas -y además en el menor tiempo posible- sin correr prácticamente ningún tipo de riesgos.

De todos modos este capitalismo, aún escuálido y atrasado, genera cierto desarrollo aunque -a la par, por supuesto- habilita el mantenimiento de la pobreza y la desigualdad. Si la acumulación por parte de un sector social se basa en la apropiación diferenciada de la riqueza y en una distribución desigual, la construcción y cristalización de sectores ricos y pobres se transforma en algo “natural”, inherente a las propias características del modelo de funcionamiento social. De ello deriva la existencia de sociedades duales, con polos opuestos de altísima concentración de riqueza por un lado y de enorme concentración de exclusión y pobreza por el otro.  

Cuando aumenta la pobreza y la indigencia y se acrecienta la conflictividad social poniendo en riesgo la estabilidad y continuidad del sistema social, se tiende a recurrir a determinadas formas de repartijas escasas para paliar mínimamente las situaciones extremas, en la perspectiva del control social, del disciplinamiento y de la construcción de sujetos subordinados y dependientes.  El asistencialismo emerge, entonces, como una particular excrecencia del propio sistema capitalista imperante.

El no reconocimiento de los problemas sociales como derechos humanos suprimidos o restringidos y la distribución mínima para sólo atenuar y controlar los conflictos sociales generados por las carencias extremas, constituyen la base de las propuestas asistencialistas. Se trata, en concreto, de repartija y control ideológico-político hacia la reproducción del orden social vigente.

Surge, entonces, el interrogante de cómo interferir en la perversa lógica de las prácticas asistencialistas. Consideramos que se puede y se debe concretar por medio de la acción del Estado, a través de vigorosas políticas públicas de redistribución de riqueza que garanticen derechos, en la perspectiva de contribuir a la autonomización de los sujetos, lo cual -a su vez- fortalece el funcionamiento democrático y el tránsito hacia la construcción de una sociedad más justa.

Se requiere de un Estado que, aún capitalista, opere decididamente como regulador y garante pleno del interés general de la sociedad, y en particular de los sectores más vulnerados, por sobre el interés privado de los sectores del capital.

En suma, un Estado que, aún sin trastocar de raíz la lógica central del capitalismo, pueda sentar las bases para ir construyendo una democracia sólida con derechos sociales extendidos, lo cual configurará estratégicamente otro tipo de sociedad, otro tipo de sistema social, que no tenga que apelar al infame e inmoral asistencialismo.

Buenos Aires, Agosto de 2012.

lunes, 30 de julio de 2012



ACERCA DE LO PÚBLICO     

Publicado en Arias, Ana y otras: "Políticas públicas y Trabajo Social - Aportes para la reconstrucción de lo público". Espacio Editorial. Buenos Aires. Julio de 2012.
         
                                                                           Norberto Alayón
                                                                           Profesor Titular Regular
                                                                           Facultad de Ciencias Sociales-UBA


Tal como figura en la programación de las Jornadas (mayo de 2011), el título de esta Mesa alude a “Universidad y reconstrucción de lo público”.

Un primer interrogante, entonces, nos puede conducir a preguntarnos ¿por qué hay que reconstruir lo público?  ¿Quién, quiénes, cómo, cuándo destruyeron, restringieron, debilitaron lo público?

Siguiendo a la filósofa argentina Nora Rabotnikof [1], “El desvanecimiento de la distinción público/privado y la erosión de la dimensión pública del Estado se imputan a la endémica debilidad institucional, pero, sobre todo, al impacto de la crisis”. “…Hay una situación de pérdida en relación con un pasado, o de anomalía en relación con un modelo histórico normativo. En algunos países de América Latina, el Estado se habría vuelto incapaz de proporcionar los bienes públicos puros (defensa, seguridad, justicia, administración) que remiten a los roles constitucionalmente fijados. La prédica y la práctica antiestatista de cierto neoliberalismo habrían arrasado incluso con aquellas funciones que, dentro de su imaginario, resultan las únicas legítimas. Espacio de lo público -se subraya- es la dimensión de la legalidad pública y del Estado como orden legal”.

Si coincidiéramos con estas afirmaciones estaríamos en consonancia con el llamado de los organizadores del evento a reflexionar y propiciar la “reconstrucción de lo público”.

Considerar la alternativa de reconstrucción de lo público nos conduce, a nuestro entender, a repensar nuestros Estados: su papel, sus funciones, su presencia o ausencia, la imperiosa necesidad de revitalizar su accionar como garante del bienestar general.

Y aquí cabría otra pregunta: ¿somos o fuimos un país sin Estado?  Los Estados débiles tienden a habilitar el predominio casi exclusivo del mercado, que se beneficia y se aprovecha para desplegar al máximo su potencial inequitativo ante la ausencia de regulaciones y controles. La ecuación “menos Estado, mayor mercado” aparece, entonces, como irreductible.

También habrá que reparar en qué tipo de Estado y en qué tipo de presencia del Estado.  Creemos que esta advertencia resulta necesaria, precisamente para tratar de evitar peligrosas simplificaciones, peligrosos reduccionismos, que nos puedan conducir a valorar, como “bueno en sí mismo”, todo lo que provenga de lo estatal, todo lo que provenga de lo público.

En Argentina tenemos el claro y durísimo ejemplo, del Estado autoritario de la pasada dictadura cívico-militar que canceló todo lo público que fuera común y colectivo, mientras asesinaba, reprimía y encerraba a unos en las cárceles y a otros en las casas, desplegando el mayor potencial destructivo que padeció nuestro país.

O aquel Estado -de la década de los 90- que, en nombre de la “ineficiencia” del Estado y de la “eficiencia” del mercado, enajenó brutalmente los bienes públicos y devastó el patrimonio nacional, producto del esfuerzo colectivo de varias generaciones.

En síntesis, pensar en qué Estado queremos; pensar en qué Estado hacemos.

Recuerdo que, cuando el tsunami neoliberal arrasaba a la nación allá por los 90, se escuchaban opiniones de intelectuales no precisamente reaccionarios que cuestionaban el accionar del Estado. Aparecían invocaciones del tipo “hay que modificar, transformar, reformar el estado del Estado”, partiendo de una valoración negativa de lo estatal.

Existe una fuerte tendencia a asociar, casi como indefectible, a los servicios y administraciones públicas con lo ineficiente y hasta lo corrupto. Mientras que lo privado aparecería, en el imaginario contrapuesto, como lo idóneo, lo eficiente, lo incorruptible. Como comentamos recién, reafirmamos que tampoco proponemos, ilusoriamente, pensar al Estado como “bueno” per se, habida cuenta de lo que ya advertimos sobre el accionar de ciertos tipos de Estados.

Por supuesto, no desconocemos, no negamos, por ejemplo, que la mala atención, el desinterés, la irracionalidad de ciertos procedimientos y tramitaciones, también la incompetencia, suelen contribuir al hartazgo y a provocar las condiciones favorables para desmerecer y criticar lo público y alentar y legitimar su transferencia a lo privado, a las privatizaciones, tal como sucedió con los catastróficos resultados ya conocidos.

Repasemos algún ejemplo, de los que todos seguramente tenemos. Yo fui usuario de los trenes suburbanos, de manera permanente, antes y luego también de la privatización de los ferrocarriles. Descuento que no es necesario que me explaye acerca del tipo y de la calidad de la atención que se brindaba a los pasajeros. Es obvio que las privatizaciones no se produjeron por el eventual y/o real mal servicio brindado por los empleados. Pero si bien es cierto que lo público, lo de todos, se debe defender fundamentalmente con medidas de carácter estructural, también resulta imprescindible contar con un desempeño competente por parte de los respectivos agentes en todas las áreas de gestión.

La recuperación y fortalecimiento de lo estatal debe constituir la centralidad de la reconstrucción de lo público como contraposición de lo privado.

Alguno de ustedes habrán escuchado y algunos también hasta lo dirán, en relación al momento actual por el que transita nuestro país, que “nunca se vio tanto Estado”, es decir tanta presencia del Estado.  Presencia en lo físico, en las obras, en las carreteras, en hospitales, en escuelas, en centros culturales y comunitarios, pero también en programas diversos de capacitación, promoción, asistencia, etc. 

Todo ello da cuenta de la revalorización estratégica de lo público, en tanto “lo privado” -por su propia naturaleza- no se hace cargo de estas cuestiones, vitales para el conjunto de la comunidad nacional.

Lo privado está imbuido, está preñado por la lógica de la mera rentabilidad; está encorsetado -si quiere sobrevivir- por el interés precisamente individual, privado, no público, no general, no de todos ni para todos.

Y lo público, si se entiende como lo que es de todos, y no sólo de algunas personas o grupos (sociales, económicos) propicia, refuerza una suerte de identidad colectiva que se emparenta con la solidaridad y con la construcción y vigencia de una sociedad que tienda a ser más igualitaria.

Lo argumenta bien Washington Uranga cuando expresa que “Si se disuelve lo público, lo único que subsiste (y se potencia y sobrevalora) son las capacidades individuales. Sin lo público no sólo se pierde la posibilidad de reconocer a los otros y a las otras, sino que el sujeto mismo carece de referencias, de marcos para comprenderse a sí mismo, para desarrollar una identidad que siempre es en relación. Se diluye lo colectivo y desaparece la solidaridad”. [2]

No obstante, queremos formular otra advertencia en relación a esta caracterización de lo público como lo de todos.  Que los bienes públicos, que los servicios públicos, que las instituciones públicas, que los espacios públicos, nos pertenezcan al conjunto de los ciudadanos, ello no habilita justamente a su uso particular o apropiación individual sin reglas, sin normatividad, por sobre la institucionalidad establecida.

Por ejemplo.  Un hospital público pertenece a toda la sociedad; pero no todos los ciudadanos podemos decidir por nuestra cuenta y criterio qué hacer dentro de la institución hospitalaria.  Ni siquiera lo puede decidir un solo sector del personal que integre esa misma institución.  Por supuesto que el funcionamiento y las normas de las instituciones deben ser democráticas, pero no se puede funcionar sin normas.  Si cada uno decide hacer lo que quiere, aunque se invoque la probable o real legitimidad de tal o cual reclamo, se estará priorizando su propio interés o el de su grupo o sector, por sobre los intereses del conjunto de la institución.

Y nuestra querida Facultad de Ciencias Sociales lamentablemente conoce de estas prácticas desatinadas que recurrentemente son llevadas a cabo por distintos actores.

Volviendo a la filósofa Rabotnikof, nos parece útil precisar que la misma describe tres sentidos básicos asociados al término “público”.

Un primer sentido hace referencia a que “existe una prolongada tradición que lo asocia a lo común y lo general en contraposición a lo individual y lo particular. Hablamos así del interés público en contraposición al interés privado, del bien público en contraposición a los bienes privados.

El segundo sentido alude a lo público en contraposición a lo oculto; es decir, a lo público como lo no secreto, lo manifiesto y ostensible. Decimos así que tal cuestión ya es pública en el sentido de ‘conocida’, ‘sabida’.

El tercer sentido remite a la idea de lo abierto en contraposición a lo cerrado. En este caso se enfatiza la accesibilidad en contraposición a la clausura; hablamos así de lugares públicos, paseos públicos”.

Como ya habrán reparado, en lo que vine exponiendo hasta aquí, a mí me interesó centrarme básicamente en el primer sentido mencionado que da cuenta de lo público contrapuesto a lo privado.

La educación pública y en particular la universidad pública, constituyen ámbitos de pertinencia significativa para la revalorización de lo público.

La universidad pública está orientada por el interés de la sociedad en su conjunto, de donde deriva su carácter universalista y, por ende, democrático. El necesario sustento económico a la educación universitaria se justifica por la obligación que le cabe al Estado de responder a los intereses de la Nación y de la comunidad que la conforma.

Por su parte, las empresas educativas, como cualquier empresa, compiten en el mercado, mientras que la universidad pública es una institución cuyo fin es contribuir al desarrollo social y moral de la sociedad.  La universidad no presta solamente un servicio a individuos particulares, aporta al mejoramiento de la comunidad que conforma la Nación.  Al mismo tiempo, las condiciones de acceso a la educación superior comunes para todos (cualquiera sea la capacidad adquisitiva de cada uno) tiende a favorecer la igualdad, no sólo en el ingreso, sino también en la convivencia cotidiana.

Las propuestas que pretenden reducir la sociedad y la política a la mera competencia en el mercado, constituyen expresiones reduccionistas y empobrecidas aún de los principios más básicos de la democracia moderna y tiende a afectar la calidad de la participación social y política.

Aquí resulta ilustrativo recordar las expresiones, de fines de febrero, del economista Carlos Pirovano, Subsecretario de Inversiones del gobierno de Mauricio Macri, cuando afirmó, en forma de pregunta: “¿Y si asumimos que la educación pública está muerta y con esa plata les pagamos a los chicos una escuela privada?” [3]  Y remató este funcionario del partido PRO, con insano convencimiento, exponiendo otra idea brillante: “Le regalamos las escuelas públicas a los maestros que dejarían de ser empleados públicos y podrían ser empresarios”.

Pirovano, en su barbarie, se emparentó con Abel Posse, aquel cónsul de dos dictaduras que Mauricio Macri designó como Ministro de Educación de la ciudad, en diciembre de 2009 (duró 11 días), en reemplazo de Mariano Narodowsky que tenía empleado en su cartera al espía Ciro James.

Tal vez podamos coincidir en que la defensa de la educación pública es también la defensa de la democracia y la defensa de los intereses del conjunto de los habitantes de la Nación.

Para concluir, entonces, reafirmamos que la revalorización, la reconstrucción y el fortalecimiento de lo público, como lo que es común de una comunidad nacional, sus bienes, pero también un lugar donde pueden reconocerse todos quienes forman esa comunidad, con lo que tenemos de idéntico y también de diferente, constituye una apuesta estratégica para la consolidación de otro tipo de relaciones sociales, basadas en la solidaridad, en la cooperación, en la fraternidad.  En suma, nada más y nada menos que apostar al desafío de intentar contribuir a la vigencia de relaciones sociales más igualitarias.


[1] Rabotnikof, Nora: “En busca de un lugar común. El espacio público en la teoría política contemporánea”. Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Filosóficas. México, D.F. 2005.
[2]  Uranga, Washington: “Carnavales, cultura y política”. En Diario “Página 12”. Buenos Aires. Marzo 10 de 2011. pág. 5
[3] Diario “Página 12”. Buenos Aires. Febrero 24 de 2011. pág. 14

martes, 24 de julio de 2012


EL DERECHO A LA ASISTENCIA


                                                                                                    Norberto Alayón (*)

(*) Profesor Titular Regular. Facultad de Ciencias Sociales (Univ. de Buenos Aires).

Publicado en Diario "El Territorio". Posadas, Misiones (Argentina). Julio 27 de 2012.
http://www.territoriodigital.com/notaimpresa.aspx?c=9659432068827824

La asistencia es un derecho. Lo venimos sosteniendo y argumentando, por escrito, desde hace más de tres décadas. Toda sociedad que, por las características que adopta para su funcionamiento, primero pauperiza y excluye a buena parte de sus miembros, debe asumir maduramente su responsabilidad por el daño ocasionado y disponerse a adoptar profundas medidas reparatorias. Y debería hacerlo por la vía del derecho pleno, o bien -mientras tanto- mediante políticas sociales y asistenciales que tiendan a neutralizar el deterioro de las condiciones de vida de la población, a la par de ir creando las condiciones para contribuir a la consolidación de un orden social más justo y equitativo.

El derecho a la asistencia, no cambia la naturaleza de las relaciones sociales vigentes en la sociedad. Pero sí debilita la lógica de quienes defienden la continuidad de sociedades inequitativas, y -a la vez- ética y estratégicamente contribuye a la reparación de los problemas sociales, en la perspectiva de ir construyendo alternativas más sólidas para un funcionamiento social más digno y más humano.

Reconocer el derecho a la asistencia implica la aceptación de que las personas a ser asistidas, básicamente carecen -por las condiciones del funcionamiento social- de posibilidades para un adecuado despliegue de sus potencialidades que, entre otras cosas, les permita satisfacer autónomamente sus necesidades. Familias sin los medios suficientes para la reproducción de su vida, con problemas de empleo, con ingresos degradados, con problemas habitacionales, de salud, de escolaridad, no pueden más que tender a repetir esas condiciones en las generaciones siguientes.

Interferir e interrumpir ese proceso social negativo, constituye una responsabilidad ética impostergable, pero -además- implica asumir una imprescindible opción de fortalecimiento de la democracia, en tanto una verdadera democracia no puede reconocerse como tal con graves niveles de pobreza y exclusión.

En 1961, el médico argentino Regino López Díaz, Director Nacional de Asistencia Social, afirmaba: “Es nuestra aspiración común que este país no tenga necesidad de un organismo encargado de la asistencia social”. ¡Cómo no coincidir con esa aspiración! Pero resulta que a 51 años de haber sido formulada, todavía no sólo no se concretaron los cambios que hicieran innecesaria la asistencia, sino que se produjo un significativo aumento de la pobreza y de la desigualdad social.

También el economista sueco Gunnar Myrdal, que obtuvo el premio Nobel de Economía en 1974, manifestaba en 1968: “Mi ideal es que se lleven a cabo reformas sociales tales -en los vastos campos de la distribución del ingreso, la vivienda, salud pública, educación, el enfrentamiento de la delincuencia, etc.- que el Servicio Social se vuelva más bien innecesario o se transforme en algo muy especial, algo individualizado y especializado, mientras no sea simplemente la administración de la legislación social.” Pero esas “reformas sociales” (que también nosotros deseamos, profundas y lo antes posible) no se cristalizaron a cabalidad. Y la asistencia, entonces, continúa siendo necesaria.

Las políticas de asistencia son insuficientes, pero hay algo mucho más insuficiente aún: la ausencia de políticas de asistencia. Desconocer el derecho a la asistencia es precisamente el posicionamiento que asumen los gobiernos conservadores, que tienden a recortar los recursos destinados a la acción social, desertando de esta responsabilidad estatal o bien transfiriéndola hacia modalidades voluntarias, optativas y además escasas (alejadas del derecho), a ser encaradas por sectores privados, empresariales o no.

Defender la idea de la asistencia como derecho, exige también diferenciar esta concepción de aquellas modalidades que, con lamentable frecuencia, transforman la asistencia en un recurso para la construcción de relaciones clientelistas, generando dependencia y sumisión. Toda persona o grupo que recibe algo (por la vía del no derecho), siempre queda en deuda con el que se lo da. En ese caso, el que recibe debe a quien da. Por el contrario, los derechos implican el reconocimiento de ciudadanía plena para toda la población, fortaleciendo la autonomía y neutralizando la discriminación y la diferenciación social.

Comprender esta ecuación, nos debe impulsar a revalorizar la concepción de derechos, que es la que construye democracia en serio. Y nos podrá ayudar a alejarnos de la desgraciada descripción que contiene aquel proverbio africano, cuando afirma que “la mano que recibe está siempre debajo de la mano que da.”


Buenos Aires, Julio de 2012.

viernes, 18 de mayo de 2012


¿TRABAJO SOCIAL CRÍTICO versus TRABAJO SOCIAL NACIONAL Y POPULAR?



Norberto Alayón (*)


(*) Trabajador Social. Profesor Titular (Carrera de Trabajo Social-UBA)

Publicado en Semanario "Trincheras" Nº 81. Posadas, Misiones. Mayo de 2012.


Entre septiembre de 1977 y abril de 1978 escribí un texto sobre antecedentes históricos del Trabajo Social en Argentina, que fue publicado originalmente en Lima, Perú por el Centro Latinoamericano de Trabajo Social (CELATS). La 5ta. edición fue publicada en 2007 por la Editorial Espacio de Buenos Aires.

En las “Consideraciones finales” del libro decía: “Nos proponemos continuar la indagación sobre éstos y otros aspectos del Trabajo Social, circunstancialmente no incluidos en esta oportunidad. Pero especialmente nos interesa dejar esbozada una hipótesis de trabajo, con aspiraciones de llegar a demostrarla, sobre la existencia histórica -con sus avances y retrocesos- de un Trabajo Social liberal-oligárquico, de un Trabajo Social popular y de un Trabajo Social tecnicista. Lo estudiado en este primer intento, nos orienta en ese sentido.”  Y agregaba: “Finalmente, deseamos puntualizar que este ensayo sólo aspiró a desbrozar el camino y destacar la necesidad de investigaciones que relacionen -como debe ser- la Historia y la Política con el quehacer profesional y su interdependencia.”

Con frecuencia se formulan (y yo también lo hice y lo hago) afirmaciones tajantes, que suelen operar casi como consignas que nos permiten ubicarnos rápidamente, en el lenguaje coloquial, pero que no siempre despejan con mayor precisión las complejidades que encierran las “categorías” o las categorizaciones.

Cuando hace 34 años atrás, yo hablaba de un “Trabajo Social liberal-oligárquico”, de un “Trabajo Social popular”, y de un “Trabajo Social tecnicista”, creo que sabía -con mayor contundencia que hoy, pero tal vez con menor rigor- a qué me refería. 

En el primer caso (“Trabajo Social liberal-oligárquico”), apuntaba a caracterizar a aquellas prácticas profesionales que se nutrían conceptualmente de las posiciones más conservadoras, negadoras de la vigencia de un orden social intrínsecamente injusto, plagadas de prejuicios interesados acerca del fenómeno estructural de la pobreza, que implementaban mínimas medidas paliativas y básicamente acciones de control social de las clases populares.

En el segundo caso (“Trabajo Social popular”) hacía referencia a una concepción antagónica con la anterior, que resaltaba el origen estructural y social de los problemas y necesidades insatisfechas que padecen los sectores populares, rescatando la impostergable puesta en vigencia de los derechos sociales para el conjunto de la población y, en particular, de los sectores más expoliados de la sociedad. Desde esta perspectiva, la profesión podría (y puede) contribuir (modesta, pero eficazmente) a la consolidación de una mayor justicia social.

En el tercer caso (“Trabajo Social tecnicista”) daba cuenta de los avances de carácter instrumental que se producían en la profesión, pero que evidenciaban serias limitaciones al no acompasarse con la necesaria comprensión de las causas de los problemas y con políticas de índole estructural que atacaran los núcleos duros de la explotación y la marginación.

Las consignas, con mucha frecuencia, no suelen decir demasiado. Muchas veces esconden limitaciones diversas, reduccionismos, hasta extravíos. Nos sirven sí para “comunicarnos” prestamente, para creer entendernos sin mayores explicaciones como con el uso del lenguaje en el ámbito familiar, pero nos pueden alejar de la comprensión debidamente fundamentada de la complejidad de la realidad.

Por ejemplo, referirse hoy a “Trabajo Social crítico” puede querer decir mucho, pero también puede decir poco. Lo mismo que referirse a “Trabajo Social nacional y popular”: puede querer decir mucho, pero también puede decir poco. 

Y cabe el interrogante siguiente: “un Trabajo Social crítico”, ¿puede no ser “nacional y popular”? Y “un Trabajo Social nacional y popular”, ¿puede no ser “crítico”? Si “un Trabajo Social nacional y popular” no es crítico, ¿qué sería? ¿acrítico y ciegamente obsecuente? Si “un Trabajo Social crítico” no es nacional y popular, ¿qué sería? ¿antinacional y antipopular? Claro que hay que recordar que, en el campo propiamente político, en nuestros países ha habido (y hay) una “izquierda nacional” y una “izquierda antinacional”. 

Me adelanto rápido, intentando emular la contundencia de hace más de tres décadas: un Trabajo Social “crítico” debe ser “nacional y popular”. Y un Trabajo Social “nacional y popular” debe ser “crítico”.

Un “Trabajo Social crítico” debe ser crítico precisamente de las estructuras de dominación y dependencia aún no definitivamente erradicadas en nuestros países, pero también debería estar en condiciones de reconocer y apoyar los procesos nacionales y populares (aunque inconclusos y pasibles de profundización).  En caso contrario, la legítima aspiración “crítica” se esteriliza, se extravía o bien puede contribuir objetivamente -más allá de las intenciones que se invoquen- a la no concreción de los cambios necesarios, fortaleciendo -de hecho- las posiciones más refractarias.

Un “Trabajo Social nacional y popular” debe preservar su capacidad de análisis crítico, aún  partiendo de su propia adhesión al proyecto “nacional y popular”, precisamente para garantizar el pleno cumplimiento de los más caros objetivos a favor de los derechos e intereses de los sectores populares.

Es necesario que todos comprendamos a fondo la diferencia entre “criticar para avanzar” (y esto hay que apoyarlo) y “criticar para paralizar y retroceder” (y esto hay que combatirlo).

Con Paulo Freire me reafirmo, en su expresión: “para poder mañana lo que hoy es imposible, tenemos que ir haciendo lo que hoy es posible”, y ello no significa claudicación ni resignación, sino agudeza política para comprender y enfrentar en concreto (más allá del “consignismo” abstracto) los desafíos coyunturales -pero también estratégicos- de la historia nacional y latinoamericana.


Buenos Aires, Mayo de 2012.

martes, 24 de abril de 2012

POLÍTICAS SOCIALES, ¿UNIVERSALES O FOCALIZADAS?. Publicado en Página 12


 NOTA PUBLICADA EN EL DIARIO "PÁGINA 12" - Buenos Aires - Marzo 19 de 2012
 
POLÍTICAS SOCIALES: ¿UNIVERSALES O FOCALIZADAS?
                                                                                  
                                                                                                     
Empecemos por el final, afirmando, en una suerte de consigna: políticas sociales universales, sí; focalizadas, también.

El fundamentalismo neoliberal, en su perspectiva de arrasar con los derechos sociales, propició e impulsó con éxito la implementación de políticas focalizadas para “atacar” la pobreza, en desmedro de las políticas universales que tienden a garantizar los derechos para el conjunto de la población.

Ya es suficientemente conocido el fracaso del neoliberalismo y de sus políticas sociales para enfrentar a fondo el drama de la pobreza. De todos modos, hay que reconocer que las políticas sociales -por sí solas- (por más progresistas que sean) no resultan suficientes para contrarrestar el desempleo, el subempleo o para erradicar la pobreza.

La existencia de la pobreza deviene y está en la propia naturaleza del sistema capitalista. La esencia del capitalismo se centra en la búsqueda de ganancia y en la acumulación privada, en desmedro de la distribución equitativa de la riqueza socialmente producida (es decir, por todos).

Pero el carácter básicamente antidemocrático del capitalismo se puede (y se debe) atenuar o neutralizar políticamente por la acción del Estado, mediante el derecho laboral y las políticas sociales.

El desarrollo económico no implica automáticamente desarrollo social. Para ello es necesario que el desarrollo económico vaya acompañado de vigorosas políticas de Estado, de carácter distributivo, que apunten a atacar la pobreza y que tiendan hacia una mayor igualdad. Como dijera el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, “el Estado es un animal extraño, mitad ángel y mitad monstruo, pero, sin él, muchos otros monstruos andarían sueltos, insaciables, a la caza de ángeles indefensos. Mejor Estado, siempre; menos Estado, nunca”.  

Por cierto no es lo mismo la apropiación de riqueza por la vía de un salario significativo que perciban los trabajadores, que su distribución por la vía de políticas de subsidios, políticas asistenciales, etc.  Por supuesto, la variante preferida debiera ser la apropiación directa de riqueza por parte de los trabajadores, y si se tuviera que optar entre apropiación y distribución, la alternativa óptima sería la primera. 

No obstante, resulta estratégica la defensa, la reivindicación y el fortalecimiento de los derechos sociales y la existencia de amplias y crecientes medidas de inversión en lo social, ya que cumplen una función de redistribución de la riqueza y de contribución hacia una mayor igualdad en la sociedad. Toda medida que procure mejorar la distribución (primaria o secundaria) de la riqueza requiere ser apoyada firmemente. Por ejemplo, la moratoria previsional y la permanente actualización de las jubilaciones, la Asignación Universal por Hijo y también los subsidios (al transporte, a la luz, al gas, al agua, al boleto estudiantil, las exenciones a personas con discapacidades, los descuentos a jubilados, los créditos diferenciados, etc.) significan importantes políticas de distribución secundaria de la riqueza.

Lo primero que suelen atacar y reducir los gobiernos conservadores son las políticas de bienestar social, que constituyen el aspecto más democrático de la acción pública, en tanto van dirigidas hacia el campo de los sectores populares de la sociedad. Por el contrario, los gobiernos que asuman una perspectiva progresista deben ampliar al máximo posible las políticas sociales (universales y focalizadas) en beneficio de los sectores sociales históricamente más castigados.

El empleo formal, los salarios dignos, las políticas sociales universales y las políticas asistenciales, nos conectan con una propuesta de sociedad que tienda hacia la integración y no hacia la exclusión; que tienda hacia la equidad y no hacia la injusticia social; que tienda hacia el fortalecimiento de una nación para todos y no hacia la dualización de sus habitantes, con derechos marcadamente diferenciados, según pertenezcan a uno u otro sector social.

En nuestras injustas sociedades (capitalistas), todo lo que se le transfiere a los sectores sociales previamente empobrecidos y vulnerados, es siempre inferior a lo que les corresponde como seres humanos. De ahí que, sin dudar, nos posicionamos a favor de las políticas sociales universales en primer término, pero también defendemos las políticas sociales de asistencia, de subsidios, etc., toda vez que contribuyen a sostener o realizar un mayor bienestar de los sectores trabajadores o de conjuntos con necesidades particulares.
  
 

MACRI, GULMANELLI Y LOS POBRES. Publicado en "Miradas al Sur"


NOTA PUBLICADA EN EL SEMANARIO "MIRADAS AL SUR" - Buenos Aires - Marzo 18 de 2012


MACRI, GULMANELLI Y LOS POBRES


                                                                       
Un grupo de niños que vive en la Villa 31 de Retiro concurre a una escuela primaria, dependiente del Gobierno de la Ciudad, distante a unas 30 cuadras de sus casas. Las diversas dificultades que se les presentan para asistir a la escuela (de seguridad ante el tránsito, de colectivos que no les paran en el barrio, de costos económicos) llevó a sus padres a reclamar, desde hace dos años, que el gobierno de Mauricio Macri les asigne dos micros para el traslado de sus hijos. El gobierno del partido PRO se negó firmemente a las reiteradas solicitudes de los vecinos y ello concluyó con una movilización que interrumpió y cortó el tránsito vehicular en esa zona del barrio de Retiro.

La irrupción en las calles de las familias desoídas por la pertinaz insensibilidad social del gobierno de Macri, sacudió irremediablemente la modorra y el retardo clásico (ante este tipo de necesidades) que caracterizan a los funcionarios del PRO.

Y, entonces, apareció en el firmamento Máximiliano (Max) Gulmanelli, para negociar alguna alternativa de resolución del ya muy dilatado problema. Max, el Director General de Educación de Gestión Estatal del Ministerio de Educación de la ciudad, citó a los padres y, en la sala del ministerio donde estaban reunidos para dialogar y conciliar posiciones, los rodeó con agentes de la Policía Metropolitana.  Se trata del mismo ministerio en el cual Macri había designado en  2009 a Abel Posse, aquel cónsul de dos dictaduras, en reemplazo de Mariano Narodowski que tenía empleado en su cartera al célebre espía Ciro James.

Seguramente los papás de los niños se habrán sentido cálidamente protegidos y contenidos por la policía que el funcionario Max ordenó ingresar. Nada garantiza mejor el diálogo sincero y productivo de los ciudadanos con sus gobernantes, que la presencia de policías en una reunión, resoplándole a uno en la nuca, mientras intenta articular argumentos para reivindicar necesidades no satisfechas. Y esto acaba de ocurrir, ahora en marzo de 2012, en democracia.

Si se hubiera tratado de una reunión con padres de escuelas privadas, confesionales o no, ¿el gobierno de Macri los hubiera rodeado con policías, mientras dialogaban?

Precisamente el Ministerio de Educación de la ciudad de Buenos Aires, ¿induce, con este tipo de prácticas policíacas, a fortalecer el prejuicio clasista y estigmatizante de que los pobres serían agresivos y violentos?

Los padres de los niños a quienes no se les asignan dos colectivos para poder concurrir a estudiar, ¿cómo se sentirán ante semejante maltrato y autoritarismo? El retrógrado accionar de Gulmanelli,  ¿incentivará en ellos una posible reacción de violencia simétrica a la que recibieron?

Las familias vulneradas, ¿podrán confiar mañana en el diálogo, como mecanismo fértil y maduro para la resolución de conflictos en democracia? ¿les brindará confianza este tipo de instituciones y este tipo de dirigentes?

Gulmanelli no es un joven funcionario sin antecedentes. Graduado en el CONSUDEC (Consejo Superior de Educación Católica) y en la Universidad Católica de Santiago del Estero, fue -desde 2004 hasta 2008- asesor del Dr. Santiago de Estrada (Secretario de Estado de las dos últimas dictaduras) en la Vicepresidencia 1ª de la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires. Fue miembro fundador de la Red Luján, de dirigentes políticos cristianos, Secretario del Departamento de Escuelas Parroquiales del Arzobispado de Buenos Aires, y Director y Rector de diversos institutos y colegios católicos. Entre 2008 y 2009 fue Jefe de Despacho de la Vicejefatura del Gobierno de la Ciudad. Desde 2010, es conductor -junto al sacerdote Guillermo Marcó- del programa “Entre el cielo y la tierra”, de Radio Rivadavia. Conductor, también, del programa “Siempre hay más”, en Canal 21 perteneciente al Arzobispado de Buenos Aires. Presidente de la Fundación Fragua, con sede en la Capital Federal, desde 2009. Completando sus distinguidos antecedentes, fue Coordinador General de Hogares de la Fundación Felices los Niños, dirigida por el Padre Julio César Grassi, condenado a 15 años de prisión por abuso sexual de adolescentes, que estaban internados en el “hogar” de la propia Fundación.

Tanta tradición “cristiana” no le impidió a Gulmanelli violentar, discriminar  y estigmatizar a los padres de los niños pobres, rodeándolos durante la entrevista de conciliación con agentes de la Policía Metropolitana, mientras intentaban acordar una solución al conflicto.

¿Cabría pedirle a Macri, como Jefe de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la sustanciación de un inmediato sumario y la remoción del Director General Gulmanelli del cargo, que pertenece, nada más y nada menos, que al área de educación?


CARTA A LOS INGLESES PROGRESISTAS. Publicado en Página 12.


 
NOTA PUBLICADA EN EL DIARIO "PÁGINA 12" DE BUENOS AIRES - FEBRERO  21 DE 2012
 
 
CARTA A LOS INGLESES PROGRESISTAS
  
                                                                                                            
¿Por qué y para qué escribir una carta a los ingleses progresistas, a los ingleses no conservadores, en el marco del recuerdo de los 30 años de la Guerra de Malvinas, acaecida en 1982?

Si los ingleses, como se dice, fueron y son “piratas” imperialistas que vienen generando severos daños y padecimientos a escala mundial, ¿para qué intentar escribirles a aquellos otros ingleses que tengan valores y prácticas acordes a la vigencia de un mundo más justo para todos los habitantes del planeta?

Resulta necesario aclarar -de entrada- lo que es sabido de sobra, pero que suele olvidarse o reducirse a simplificaciones poco felices. Una cosa son los ciudadanos, los pueblos, y otra los gobiernos coyunturales que, con concepciones diversas y en ocasiones opuestas, representan a sus países.

¿Todos los ingleses son la misma cosa? ¿Todos piensan y actúan igual? ¿Todos los argentinos son la misma cosa? ¿Todos piensan y actúan igual?

David Cameron es inglés, Eric Hobsbawn también. Mauricio Macri es argentino, Cristina Kirchner también es argentina. Jorge Rafael Videla es argentino, Adolfo Pérez Esquivel también. El Che Guevara era argentino, Bartolomé Mitre también. Margaret Thatcher es inglesa, Estela Carlotto es argentina. William Shakespeare era inglés, Jorge Luis Borges era argentino. José Alfredo Martínez de Hoz es argentino, John Maynard Keynes era inglés. Osvaldo Bayer es argentino, Anthony Giddens es inglés. John Lennon era inglés, Luis Spinetta era argentino. A la vez, en Argentina siempre hubo y hay argentinos “pro ingleses”.

Como se puede observar, nada es lineal ni está exento de complejidades y contradicciones. Y los gobiernos de un mismo país, ¿son siempre lo mismo?  La Gran Bretaña de Thatcher ¿fue igual a la de Tony Blair?  La Argentina de Galtieri ¿fue igual a la de Néstor Kirchner?  El Chile de Pinochet ¿fue igual al de Bachelet y aún de Piñera?  El Perú de Fujimori ¿fue igual al de Humala?  El Brasil de Collor ¿fue igual al de Lula?  El Uruguay de Sanguinetti ¿fue igual al de Mujica?  El Paraguay de Stroessner ¿fue igual al de Lugo?  La Cuba de Batista ¿fue igual a la de Castro?  La Nicaragua de Somoza ¿fue igual a la de Ortega?

Ni los gobiernos, ni los ciudadanos de los respectivos países son todos iguales, ni piensan todos igual. Cada cual representa y porta concepciones no idénticas que es necesario develar y caracterizar con más precisión que las que provienen del mero sentido común y de los reduccionismos más subjetivos.

Entonces, convendría acordar en que no todos los ingleses son “malos” y que no todos los argentinos son “buenos”. Si se nos disculpa acudir a cierta simplificación, para entendernos más fluidamente (aún a riesgo seguro de emplear conceptualizaciones muy generales), hablemos a grandes rasgos de “conservadores” y de “progresistas”.

Hay en Inglaterra, por supuesto, conservadores y progresistas. Hay en Argentina, por supuesto, conservadores y progresistas. Pero acontece que hay temas, como la dominación colonial de Malvinas, que entrecruzan complejamente los posicionamientos de conservadores y progresistas.

Hay, en Argentina, conservadores que están a favor de la causa nacional de Malvinas; y hay, en Argentina, progresistas que están indiferentes y hasta en contra de la causa Malvinas. En este caso, ¿los conservadores se vuelven progresistas y los progresistas se vuelven conservadores? Cabe recordar también que es improbable que alguien llegue a ser absolutamente progresista en todos los órdenes de la vida o -a la inversa- absolutamente conservador en todos los asuntos. Los cruces suelen ser asombrosos.

Pero, entonces, ¿por qué los ingleses tienen fama de imperialistas?  Bueno, la historia real y concreta no admitiría desmentidas: Irlanda, Escocia, Gales, India, Hong Kong, Gibraltar, Malvinas,  Nueva Ámsterdam (Nueva York), Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Samoa, Jamaica, Trinidad y Tobago, Bermudas, Granada, Bahamas (Guyana), Barbados, Guyana Británica, Honduras Británica (Belice), Chipre, Malta, Ceilán (Sri Lanka), Birmania (Myanmar), Nepal, Qatar, Singapur, Egipto, Sudán, El Cabo, Sudáfrica, Rhodesia, Ghana, Nigeria, Uganda, Kenia, Sierra Leona, Gambia, entre tantos otros, soportaron y padecieron su presencia colonial. Aún en este siglo XXI, de los 16 enclaves coloniales supervivientes, 10 pertenecen a Gran Bretaña.

Y encima Inglaterra (más precisamente sus sectores dominantes) se erigió, en su momento, en la “madre patria” de los estadounidenses, cuyo poderoso país se convirtió en la más oprobiosa e inhumana experiencia de dominación mundial. El espíritu permanentemente guerrero e invasor de Inglaterra también fue heredado por EE.UU, que lo desplegó y sigue desplegando a límites inimaginables. Algunos hijos, a veces, salen igual o peor que sus padres.

En Argentina, la influencia e intervención de Inglaterra ha sido nefasta, para decirlo suavemente y hasta con cierta forzada insensibilidad, para no obnubilar el análisis. Las Invasiones Inglesas en 1806 y 1807; el “empréstito” de Baring Brothers en 1824; la invasión a Malvinas en 1833 y la expulsión de sus habitantes; la Batalla de la Vuelta de Obligado en 1845 (ahí también con los franceses, que no deberían olvidarse de Indochina, Argelia, etc.); la inducción y soporte a la fratricida Guerra contra Paraguay entre 1865 y 1870; la explotación devastadora de La Forestal del quebracho chaqueño, santafesino y santiagueño; los ferrocarriles; los frigoríficos; el hundimiento del crucero General Belgrano (fuera de la zona de exclusión) en 1982, en el preciso momento en que la propuesta de paz del Presidente peruano Fernando Belaúnde Terry estaba avanzada; el arrogante y provocador incumplimiento de las Resoluciones de Naciones Unidas. ¡La pérfida Albion no se privó de nada con la Argentina! Y para sus “éxitos” y consecuente desgracia argentina, también hay que recordar que contó con el apoyo y acompañamiento de muchos argentinos (gobernantes, empresarios, militares, académicos, escritores).

Para los argentinos, preocupados por el pasado, el presente y el futuro de su país y particularmente por la defensa del legítimo derecho al pleno bienestar de sus connacionales, resulta muy difícil contener la indignación, la exasperación y hasta los calificativos al analizar el vil comportamiento que siempre tuvo Inglaterra para con nuestro país.

Las riquezas que Inglaterra expolió del mundo entero son incalculables y garantizaron, a la par de su esplendor económico y desarrollo como potencia, la lubricación y el atenuamiento de las luchas y reivindicaciones de los propios trabajadores ingleses. Los ingleses, conservadores o progresistas, debieran reconocer, con autenticidad, que fueron y son tributarios de las exacciones que sus gobiernos imperiales aplicaron -a sangre, fuego y diplomacia- en todo el mundo. Y que aún hoy, en 2012, se obstinan impúdicamente en perpetuar.

Para los argentinos es un deshonor y una herida abierta, recordar, por ejemplo, la participación de nuestro país en la Guerra de la Triple Alianza que destruyó al Paraguay, o la intervención de militares argentinos (a pedido de EE.UU.) persiguiendo y asesinando en Nicaragua a ciudadanos de ese país de Centroamérica. Simétricamente, entendemos que debe ser muy penoso para la gran cantidad de ingleses progresistas, sobrellevar las impropias acciones de su país.  

En la guerra de 1982 murieron 649 argentinos y 255 británicos. Conviene reparar en que los Imperios cuanto más se degradan y se desprestigian mundialmente, más peligrosos se pueden volver. Británicos bien nacidos y argentinos bien nacidos debiéramos estar muy atentos y alertas al respecto. Argentina ya se desembarazó de la genocida dictadura cívico-militar y está correctamente apelando y accionando en la perspectiva del diálogo y la resolución pacífica del conflicto.

Tenemos con ustedes, los ingleses, una gran causa colectiva para compartir y luchar denodadamente: nada más y nada menos que la construcción de un mundo más justo e igualitario.

Ninguna ingenuidad o claudicación nos invade. Esta carta simplemente aspira a propiciar y compartir la reflexión con los ingleses progresistas (que son muchos), ajenos a la perseverancia de históricos comportamientos imperiales. Cameron y Thatcher, por ejemplo, no son destinatarios de esta carta. Ni tampoco dudamos, en absoluto (y lo reafirmamos con cabal convicción y sinceridad), acerca del legítimo e imprescriptible derecho de soberanía que nos asiste a los argentinos sobre las Islas Malvinas. Soberanía sobre nuestras tierras, soberanía sobre nuestros mares, soberanía sobre nuestras riquezas, en pos de garantizar la seguridad y el bienestar de nuestro pueblo.