lunes, 23 de abril de 2012


POBREZA NO ES IGUAL A DELITO

Publicado en Diario "Clarín". Buenos Aires. Octubre 4 de 2003.
                                                                                             

A raíz de algunas declaraciones oficiales que hacen referencia a la posibilidad futura de que Argentina se "colombianice", han reflorecido, en los medios de comunicación , erróneas expresiones que tienden a asimilar la pobreza con los hechos delictivos cotidianos.

Los pobres, los "villeros", con frecuencia son estigmatizados y revictimizados por opiniones -interesadas o ingenuas- que les adjudican directa responsabilidad en los fenómenos de la delincuencia y la violencia, tan lamentablemente extendidos en la actualidad.

La pobreza es una de las resultantes que deviene de la degradación que imponen ciertos procesos y modelos políticos y económicos.  Los pobres, como víctimas de esos procesos, quedan sometidos a horribles padecimientos y carencias de diversa índole, para luego aparecer -en la cínica percepción de algunos y en el imaginario ingenuo de muchos otros- como los actores   principales de la violencia y de  la delincuencia.

Cuando desde ciertos ámbitos políticos y económicos se impulsan modalidades de descomposición y corrupción, que degradan el funcionamiento del conjunto de la sociedad (incluidos los pobres), no se tiende a percibir la real influencia y la intrínseca relación de esos comportamientos, de carácter más estructural, con los episodios finales y ciertamente patéticos de la delincuencia y la violencia.

Cuando algunos representantes del poder económico más concentrado y poderoso, en connivencia y/o sociedad activa con algunos otros representantes del poder político,  realizan acciones o asumen comportamientos que son actos  de delincuencia económica, influyendo de manera espectacular en la construcción de la degradación social, a partir de todo lo que implica la evasión flagrante de impuestos, los cánones adeudados, los indebidos y jugosos subsidios recibidos, no suelen ser identificados como los responsables de la construcción de una sociedad regida por la fuerza, la desvalorización de la vida, el interés individualista, la satisfacción inmediata de cualquier deseo por sobre cualquier merecimiento propio y sin ninguna consideración por el prójimo.

La configuración de una sociedad injusta, violenta y moralmente degradada es anterior al “aumento de la delincuencia”, que es una de sus consecuencias, como lo son el desempleo, el subempleo, los bajísimos salarios, las jubilaciones misérrimas, la pérdida de los derechos sociales básicos a la alimentación, a la salud y a la educación, etc. Esa configuración explica las expresiones de violencia cotidiana  a las que nos vemos sometidos.

El reduccionismo de pretender asimilar preponderantemente la delincuencia y la violencia con los sectores pobres de la población es falso no porque se le contraponga algún ideal romántico acerca de la pobreza, sino porque obtura -interesadamente- la comprensión de la naturaleza estructural de la delincuencia y la violencia que prevalece en nuestra sociedad y que tiene  agentes más poderosos que los  pobres, quienes terminan apareciendo como el último y más débil eslabón de un perverso proceso, que los condujo primero a la miseria y a quienes luego se les adjudica la principal responsabilidad de la degradación social colectiva.

En suma: la delincuencia y la violencia que imperan en nuestra sociedad están más ligadas a la degradación del colectivo social, que a la mera pobreza como expresión última de la descomposición de la sociedad.

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