Acaba de trascender la noticia de que Mauricio Macri, como presidente de la Fundación FIFA, ha beneficiado con un viaje al Mundial de Qatar a cuatro alumn@s y un docente de un exclusivo colegio privado (Pilgrims’ College, fundado en 1982), con sedes en San Isidro y General Pacheco. Dicho colegio, que imparte formación católica, y a la cual asistieron hijos de Jorge Macri y de Esteban Bullrich, entre sus objetivos señala que busca "acompañar a los alumnos en el crecimiento y la maduración de su Fe, invitándolos a encontrarse con Jesús”.

Por cierto, esta decisión de Macri no constituye un hecho ilícito, aunque sí es demostrativa de sus posicionamientos y de sus relaciones amistosas. Podría caber la pregunta, por ejemplo, acerca de por qué algún colegio de Villa Fiorito, donde nació el gran jugador Diego Maradona, no recibió ese regalo.

El director general del colegio, de la sede San Isidro, es Maximiliano Gulmanelli, lo cual me llevó a recordar un desgraciado episodio acontecido en la Villa 31 de Retiro, hace ya muchos años, en marzo de 2012.

En efecto se trataba de un grupo de niños que vivía en esa villa y concurría a una escuela primaria dependiente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, distante a unas 30 cuadras de sus casas. Las diversas dificultades que se les presentaban para asistir a la escuela (de seguridad ante el tránsito, de colectivos que no les paraban en el barrio, de costos económicos) llevó a sus padres a reclamar, desde hacía dos años, que el gobierno de Mauricio Macri (jefe de gobierno de CABA en ese entonces) les asignara dos micros para el traslado de sus hijos. El gobierno del partido PRO se negó firmemente a las reiteradas solicitudes de los vecinos y ello concluyó con una movilización que interrumpió y cortó el tránsito vehicular en esa zona del barrio de Retiro.

La irrupción en las calles de las familias desoídas por la pertinaz insensibilidad social del gobierno de Macri sacudió irremediablemente la modorra y el retardo clásico (ante este tipo de necesidades) que caracterizan a los funcionarios del PRO.

Y, entonces, apareció en el firmamento Maximiliano (Max) Gulmanelli (el actual director general del colegio de San Isidro, beneficiado por Macri), para negociar alguna alternativa de resolución del ya muy dilatado problema. Max, que era en ese entonces el director general de Educación de Gestión Estatal del Ministerio de Educación de la ciudad, citó a los padres y, en la sala del ministerio donde estaban reunidos para dialogar y conciliar posiciones, los rodeó con agentes de la Policía Metropolitana. Se trataba del mismo ministerio en el cual Macri había designado en 2009 a Abel Posse, aquel cónsul de dos dictaduras, en reemplazo de Mariano Narodowski que tenía empleado en su cartera al célebre espía Ciro James.

Seguramente los papás y mamás de los niños se habrán sentido “cálidamente” protegidos y contenidos por la policía que el funcionario Max ordenó ingresar. Nada garantiza mejor el diálogo sincero y productivo de los ciudadanos con sus gobernantes que la presencia de policías en una reunión, resoplándole a uno en la nuca, mientras intenta articular argumentos para reivindicar necesidades no satisfechas. Y eso ocurrió, en marzo de 2012 en la CABA, en democracia.

Si se hubiera tratado de una reunión con padres de escuelas privadas, confesionales o no, ¿el gobierno de Macri los hubiera rodeado con policías, mientras dialogaban?

Precisamente el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, ¿inducía (y/o induce), con ese tipo de prácticas policíacas, a fortalecer el prejuicio clasista y estigmatizante de que los pobres serían agresivos y violentos?

Los padres de los niños a quienes no se les asignaban dos colectivos para poder concurrir a estudiar, ¿cómo se habrán sentido ante semejante maltrato y autoritarismo? El retrógrado accionar de Gulmanelli, ¿habrá incentivado en ellos una posible reacción de violencia simétrica a la que recibieron?

Las familias vulneradas, ¿habrán podido confiar en el diálogo, como mecanismo fértil y maduro para la resolución de conflictos en democracia? ¿Les habrán brindado confianza ese tipo de instituciones y ese tipo de dirigentes?

Gulmanelli, ya entonces, no era un joven funcionario sin antecedentes. Graduado en el Consejo Superior de Educación Católica (Consudec) y en la Universidad Católica de Santiago del Estero, fue -desde 2004 hasta 2008- asesor de Santiago de Estrada (secretario de Estado de las dos últimas dictaduras; embajador de Alfonsín ante El Vaticano, y secretario de Seguridad Social de Menem) en la vicepresidencia 1ª de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Fue miembro fundador de la Red Luján, de dirigentes políticos cristianos; secretario del Departamento de Escuelas Parroquiales del Arzobispado de Buenos Aires, y director y rector de diversos institutos y colegios católicos. Entre 2008 y 2009 fue jefe de Despacho de la vicejefatura del Gobierno de la Ciudad. Desde 2010, fue conductor -junto al sacerdote Guillermo Marcó- del programa “Entre el cielo y la tierra”, de Radio Rivadavia. Conductor, también, del programa “Siempre hay más”, en Canal 21, perteneciente al Arzobispado de Buenos Aires. Presidente de la Fundación Fragua, con sede en la Capital Federal, desde 2009. Completando sus relevantes antecedentes, fue coordinador general de Hogares de la Fundación Felices los Niños, dirigida por el padre Julio César Grassi, condenado a 15 años de prisión por abuso sexual de adolescentes, que estaban internados en el “hogar” de la propia fundación.

Tanta tradición “cristiana” no le impidió a Gulmanelli violentar, discriminar y estigmatizar a los padres de los niños pobres, rodeándolos durante aquella entrevista de conciliación con agentes de la Policía Metropolitana, mientras intentaban acordar una solución al conflicto.

Macri, como jefe de gobierno porteño, y honrando su visión de la amistad, no decidió la sustanciación de un inmediato sumario y la remoción del director general Gulmanelli del cargo, que pertenecía, nada más y nada menos, que al área de educación.

Gulmanelli, hoy, es el director de este distinguido colegio favorecido por Macri, quien -desde el Club Boca Juniors, desde el gobierno de la CABA, desde la Presidencia de la Nación, desde la Fundación FIFA- siempre ha demostrado una lealtad inquebrantable, y en ocasiones obscena, para con sus amigos.

* Norberto Alayón es profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).