lunes, 23 de abril de 2012


LA POLICÍA DE LAS EMPRESAS


Publicado en Semanario "Miradas al Sur". Buenos Aires. Octubre 5 de 2008                                                                                 


Informes y notas periodísticas dan cuenta del comportamiento de determinadas empresas (entre ellas Nobleza Piccardo) a la hora de requerir información para seleccionar personal para ocupar distintos puestos de trabajo.

A los postulantes se les realizan informes socioambientales, llevados a cabo por “consultoras de inteligencia en capital humano”, que invaden abiertamente la vida y costumbres privadas, indagando si pertenecen a algún partido político, si están afiliados a algún sindicato, qué leen, si consumen bebidas alcohólicas, si tienen cuenta bancaria, si tienen buena relación con sus vecinos, cuánto ganan sus padres, características del barrio donde viven, tipo de vivienda y cantidad de habitaciones, pertenencia a tal o cual religión. Estas visitas domiciliarias, de carácter invasivo y cuasi policíacas, son llevadas a cabo por personal especializado.

Las empresas tercerizan esta búsqueda de información y contratan a “inteligentes consultoras”, las cuales con eufemístico y refinado lenguaje, están ávidamente dispuestas a bucear en la intimidad de quien busca trabajo, con el objetivo de que las compañías puedan tener la mayor seguridad posible para evitar todo tipo de riesgo laboral con el futuro empleado.

De los estudios y análisis preocupacionales, habilitados para evaluar las condiciones físicas en relación a un determinado tipo de empleo, las empresas avanzan excesivamente en la defensa de sus intereses y rentabilidad, y pretenden (y lo van logrando ante la ausencia de regulaciones) inmiscuirse en los comportamientos privados de los ciudadanos.

La desprotección jurídica y el afán desmedido de ciertas empresas y también de estos “especialistas” que evidentemente no parecen poner mucho celo en evaluar la eticidad y la “metodología” de sus intensas indagaciones, deja desguarnecidas a las personas que necesitan conseguir un empleo, quedando sometidas a aceptar las condiciones establecidas unilateralmente por ellas.

¿Para ser un eficiente empleado administrativo, es necesario profesar determinada religión o tener buena relación con su vecino?  Y si, por la razón que fuere, el postulante está enemistado con su vecino y se le ocurriera ser agnóstico o ateo, ¿estaría inhibido para ser un empleado idóneo?

¿Cuál será el sentido y la motivación de los severos evaluadores de las empresas cuando requieren que los curriculums vitae incluyan la fotografía de los postulantes?
¿Los incorporan por color de piel, por medidas anatómicas, o por “portación de cara”, como usualmente se ironiza desde cierto humor negro?

Una cosa es averiguar las cualificaciones específicas del postulante para ocupar un cargo: conocimientos, títulos, experiencia; y otra muy distinta es pretender husmear en la vida privada de la gente, para decidir si uno es apto o merecedor del puesto en cuestión.

Quien busca emplearse en alguna de esas grandes empresas queda obviamente compelido a aceptar la intromisión en sus casas, en su intimidad, en sus hábitos y adscripciones absolutamente privadas, so pena de que en caso de negarse a estos procedimientos de antemano quedará descartado para acceder al puesto de trabajo.

Este tipo de averiguaciones -aunque no tan burdamente discriminatorias- eran realizadas en las primeras décadas del siglo pasado por visitadoras de higiene y visitadoras sociales, en el ámbito de las instituciones de beneficencia y asistencia, como una forma de control social y disciplinamiento de los sectores pobres de la sociedad.

Se averiguaba cómo vivían, qué comían, qué pautas de aseo e higiene poseían, cómo se interrelacionaban los distintos miembros de la familia, los niveles de hacinamiento y promiscuidad, y -en particular- si “mentían” para acceder a algún tipo de paliativo o subsidio para atemperar sus necesidades más extremas. No importaba tanto que fueran pobres, ni mucho menos la posibilidad de erradicar la pobreza, sino que estos pobres fueran “merecedores” de la ayuda que habrían de recibir y desde ahí entonces aparecía como justificado este tipo de control sobre la vida privada de los pobres.

Los pobres (de antes y de ahora) y los aspirantes actuales a conseguir trabajo, aparecen visualizados como “potenciales” mentirosos en sus intentos de acceder a una ayuda o a un empleo. Las empresas, en cambio, y los propios directivos de las mismas, aparecen como eximidos -per se- de cualquier valoración negativa, ajenas a todo tipo de comportamiento falaz y portadoras de una ética incuestionable.

¿Qué pasaría si se hiciera un ejercicio similar, pero a la inversa? Es decir, que las organizaciones de trabajadores contrataran a esas mismas “consultoras de inteligencia en capital humano”, para investigar si los jefes y gerentes de las empresas llevan “una vida ordenada”; si son “fieles” esposos o esposas; si beben o consumen estimulantes diversos; si leen filosofía o la revista Playboy; si tienen buenas relaciones con sus vecinos; si son leales cumplidores de los preceptos de su propia religión; etc.? O, lo que sería más pertinente, si se abocaran a averiguar si los empleadores evaden o pagan regularmente todos sus impuestos; si no tienen hipotecas u otro tipo de deudas pendientes; si depositan a tiempo los aportes previsionales de sus empleados; si trafican influencias en los organismos del Estado; si reciben prebendas o beneficios especiales. No solamente se obtendrían resultados muy “sabrosos” para aquellos que gustan priorizar los comportamientos personales y privados, por sobre las condiciones necesarias para desempeñar adecuadamente una determinada labor, si no que, si las averiguaciones fueran esas de mayor pertinencia, probablemente se evitarían algunos juicios laborales y a la vez se reforzaría centralmente la noción de que los que tienen más capacidad contributiva deben ser los primeros en cumplir las normas impositivas vigentes.

Tal vez algunas o todas estas empresas, sean las mismas que publicitan orgullosamente sus escasas acciones en el marco de lo que se ha dado en llamar “Responsabilidad Social Empresaria”, olvidándose que la primera responsabilidad de una empresa debiera ser aquella que considere a sus futuros empleados como ciudadanos con derecho a preservar su intimidad y sus valores, y evitar este tipo de investigaciones discriminatorias que violan la igualdad de oportunidades.

Cabrá, asimismo, a los organismos públicos pertinentes -como el Ministerio de Trabajo, el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo), el Congreso- intervenir activamente para evitar el avasallamiento impúdico sobre los que necesitan trabajar, por parte de estas empresas, las cuales desde el inicio mismo de una eventual relación laboral, evidencian el modo que tienen de entender y practicar la responsabilidad social.

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