viernes, 19 de marzo de 2021

PEQUEÑOS RECUERDOS DE LA CÁRCEL

Norberto Alayón – Marzo de 2021

Seguramente por la pandemia del Covid, la llegada en pocos días más de los 76 años y también por las particularidades del comportamiento psicológico de cada uno, desempolvar viejas cajas de archivos con materiales variados se esté convirtiendo en una más de las actividades actuales.

En ese quehacer, me acabo de reencontrar con una vieja carta fechada el 31 de mayo de 1976, acerca de la cual haré el siguiente comentario sobre cuestiones personales y familiares (y por supuesto también políticas), habida cuenta de que este espacio del famoso Facebook parece estar destinado a “amigos”, de quienes espero comprensión y hasta indulgencia por el estilo autorreferencial.

La carta, manuscrita, está dirigida a Don Ricardo y a Doña Delia, mis padres, que vivían desde siempre en Buenos Aires. Llegó, por correo postal, desde Posadas (Misiones) y está firmada por Estela (que era, y es, Estela Grassi, mi compañera de vida desde aquellos años, tiempo después “esposa legal” -no concubina como le enrostraban mis impolutos carceleros-, madre de nuestro hijo y abuela de nuestra nieta).

Estela se comunicaba permanentemente con mis padres, que padecían importantes problemas de salud, en especial mi madre, en virtud de que yo estaba detenido en la cárcel de Candelaria (Misiones) desde el 5 de abril de ese año 1976. Como sabemos, el 24 de marzo de 1976 se había consumado el golpe cívico-militar que se convirtió en la dictadura genocida más atroz que debió soportar la Argentina.

Con 24 años en ese momento, Estela había quedado sola en Posadas ya que sus padres y su hermano menor vivían en una localidad del interior de la provincia de Chaco. Y en esa carta familiar ella le contaba a mis progenitores:

“Seguí hablando con un montón de gente; todos me aseguraban que Norberto recuperaría su libertad, ya que no hay cargos contra él. Recién vengo del Regimiento de Posadas, de hablar con un militar, quien luego de hacerme unas bromas acerca de a quién habré votado yo para gobernador (Norberto había sido precisamente candidato a gobernador por el Frente de Izquierda Popular en las elecciones del 13/4/1975), de hacer una gran alabanza de Abelardo Ramos y de hablar durante una hora y media, me dijo que no me preocupara, que lo de Norberto está aclarado, que él va a recuperar su libertad. A lo que le pregunté cuándo. Dice por lo menos un mes más, ya que según él ya tenían de antes cuánto tiempo le darían a cada uno. Dice que no hay problemas, que Norberto está caratulado como un “hombre que piensa de acuerdo a su conciencia”, y no tiene cargo alguno. Entonces le pregunté si por pensar de acuerdo a la conciencia de uno, se merece 3 meses preso, a lo que me contestó que en este país sí y que a él el Ejército le paga un sueldo para que cumpla órdenes y no piense.”

Mientras el militar que entrevistó Estela seguía supuestamente “sin pensar” y yo sin enterarme que era alguien que pensaba según mi conciencia, me pasé otros 6 meses más detenido, incomunicado, sin visitas, sin correspondencia, sin abogado, sin saber nada de mis padres, ni de mis dos pequeñas hijas que vivían en Corrientes, hasta que me liberaron hacia fines del 76 desde la cárcel de Resistencia (Chaco), adonde me habían trasladado en el mes de septiembre. Previo a esta carta de Estela del 31/5, ella no sabía que en el Día de la Patria (el mismo 25 de Mayo) en el penal de Candelaria ya me habían notificado que los genocidas Videla y Harguindeguy me habían puesto a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional), por medio de un Decreto que tenía fecha del 14 de mayo.

Al salir de la cárcel me enteré que había sido dejado cesante por una ley de “seguridad nacional”, en mi cargo de Profesor Titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones, por supuesto sin indemnización alguna por la función docente que desempeñaba desde marzo de 1970. Dicha ley, del gobierno inconstitucional, además me impedía ocupar cargos públicos por cinco años.

En la cercanía de un nuevo 24 de marzo, una vez más, adquiere suma importancia reivindicar el concepto y la convicción de mantener viva la memoria acerca de la gravedad de lo acontecido en el período 1976-1983. El proyecto neoliberal, impulsado con lamentable éxito por la bárbara dictadura cívico-militar, encarnado y continuado años después en el menemismo y en el macrismo exige, a quienes seguimos deseando contribuir a consolidar un país con justicia social y dignidad para todos, un firme compromiso para mantener vigente ese objetivo.

De mi parte, dentro de las limitaciones de cada uno, intento seguir actuando en ese sentido, pero debo confesarles -aprovechando este moderno canal “amistoso” del facebook- que no puedo, ni quiero olvidarme de lo sufrido en lo personal y en lo social. Tal vez no sea la conducta más madura; pero bueno, cada uno es lo que es o lo que puede ser. No quiero fingir un excelso comportamiento, para aparentar una eventual gran virtud que no poseo.

Hace ya mucho tiempo, en junio de 1984 en un Congreso de Trabajo Social llevado a cabo en Tucumán, manifesté que “Los trabajadores sociales, por nosotros y por la dignidad del pueblo con el cual trabajamos, tenemos el derecho y la obligación de evitar constituirnos en un conglomerado amorfo, vacío de memoria colectiva. Queremos advertir, que no sugerimos ninguna variante revanchista; pero tampoco queremos contribuir a la candidez o a la zoncera, porque son muchos los que han medrado con la vigencia del “Proceso” (me refería a la dictadura que se autodenominada como tal), aunque ahora lo quieran disimular.”

¿Podemos vivir sin memoria? No, no podemos vivir sin memoria. Todos aquellos sectores civiles y militares que se esforzaron en aparentar que nada malo había pasado, tenían y tienen -indudablemente- la memoria puesta en otro lugar: en la defensa de sus privilegios. Una buena parte de ellos son los mismos que operan en la actualidad, sustentando las concepciones más reaccionarias que impiden la construcción de una sociedad con más igualdad.

Por la carta de Estela, por su compromiso afectivo y militante, por el riesgo que asumió en esos terribles momentos, me sentí compelido a compartir con ustedes (chamigos y chamigas) estos recuerdos personales.

 

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