domingo, 23 de diciembre de 2012

REPORTAJE TELEVISIVO SOBRE ASISTENCIA Y ASISTENCIALISMO 
Emitido el 20 de diciembre de 2012.

Programa "Asuntos Públicos" - Canal Metro de Buenos Aires.

http://www.youtube.com/watch?v=xylUSr763u4&feature=youtu.be

miércoles, 19 de diciembre de 2012


CONFERENCIA EN COSTA RICA  -  Diciembre de 2012.


A inicios de diciembre el profesor argentino Norberto Alayón estuvo en Costa Rica como invitado del Consejo Nacional de Rehabilitación y Educación Especial (CNREE), e impartió la conferencia "La asistencia social como un Derecho Humano".
Por su significativa contribución al debate sobre la asistencia social compartimos por este medio dicha conferencia en formato audio. Para escucharlo apriete click en:


CARTA AL DIARIO "LA NACIÓN" DE COSTA RICA
Diciembre 15 de 2012.


Señora Directora del Diario La Nación de Costa Rica:
YANANCY NOGUERA
 
Con todo respeto me dirijo a usted en relación al Editorial publicado en "La Nación" del domingo 25 de noviembre de 2012, bajo el título "Kirchner en la cuerda floja".
Dicho texto, plagado de inexactitudes, exento de información fehaciente y atravesado por una suerte de malicia ideológica, constituye la expresión de un diario ajeno a la seriedad y al buen periodismo.
Tal vez no sea su deseo, pero sepa usted que ni la Presidenta Cristina Kirchner, ni la Argentina están "en la cuerda floja". Todo lo contrario: flojos de seso, pero plagados de veneno, se evidencian ciertos medios de comunicación, nacionales y extranjeros, a los cuales se suma este extravío editorial del diario bajo su dirección.
Le agradeceré tenga a bien publicar estas breves consideraciones, como derecho a réplica.
 
 
Prof. Norberto Alayón Fernández
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Buenos Aires (Argentina)
Documento Nacional de Identidad 4.517.827
Teléfono (54-11) 4831-2292

domingo, 28 de octubre de 2012


LA PRIMERA ESCUELA DE SERVICIO SOCIAL (que no fue…)



                                                                                       Norberto Alayón (*)


(*) Profesor Titular Regular. Carrera de Trabajo Social de la
     Universidad de Buenos Aires. Autor del libro “Historia del Trabajo Social en Argentina”.


El 2 de agosto de 1924, por Resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires, fue creado el curso de Visitadoras de Higiene Social, dependiente del Instituto de Higiene de dicha Facultad. El director de dicho Instituto era el médico Manuel V. Carbonell, pero en rigor el curso dependía de la Cátedra de Higiene, perteneciente al Instituto, cuyo titular era el médico Alberto Zwanck.

Casi 6 años más tarde, el 23 de junio de 1930, se inauguró la primera Escuela de Servicio Social, dependiente del Museo Social Argentino, dirigida por el propio Zwanck. En esa fecha, el Museo Social estaba incorporado a la Universidad de Buenos Aires, como un Instituto de Información, Estudios y Acción Sociales.

Sin embargo, dos años antes, existió un proyecto previo para la creación de la primera Escuela Nacional de Servicio Social, presentado por el Poder Ejecutivo Nacional con fecha 16 de mayo de 1928. En efecto, con la firma del presidente de la Nación, Marcelo Torcuato de Alvear (cercano al radicalismo “antipersonalista”, opositor de Hipólito Irigoyen) y de su ministro de Justicia e Instrucción Pública, Antonio Sagarna, se envió al Honorable Congreso de la Nación un proyecto de ley, en cuyo artículo primero se establecía: “Créase en la ciudad de Buenos Aires la Escuela de Servicio Social, con los fines que a continuación se expresan: Proporcionar enseñanza técnica y administrativa a los jóvenes que aspiren a ocupar puestos en obras de asistencia y previsión sociales. Dar a las enfermeras, visitadoras, empleadas en obras sociales una educación que complemente la ya recibida. Completar la educación social de los jóvenes que siguen otros estudios. Ofrecer a todos un centro de Estudios Prácticos de la realidad argentina en materia de asistencia y solidaridad sociales”.

Se preveía que los estudios, para alumnos mayores de 17 años, de ambos sexos, “duraran dos años, de los cuales el primero estará consagrado especialmente a dar una información general sobre los grandes problemas sociales, y el segundo a la especialización en el trabajo social, de acuerdo con las necesidades del alumno”.

El plan de estudios contemplaba el dictado de “una introducción al estudio del servicio social; nociones de sociología; de psicología; de derecho y administración pública; de biología general; bases científicas de la educación; el problema de la penología; el de la población de la Argentina; higiene; puericultura; administración de las instituciones del servicio social; economía doméstica; juegos; deportes; primeros auxilios; orientación profesional; asistencia sanitaria y social; y organización del trabajo”.

Para ingresar a la Escuela se exigía a los y las estudiantes “haber cursado los tres primeros años de una escuela normal, de un colegio nacional o de un establecimiento de enseñanza especial”. No obstante, de no cumplirse este requisito de estudios previos, igualmente podrían ingresar quienes “formaran parte del personal de alguna institución de acción social pública o privada”.

En la fundamentación del proyecto se mencionaba que “La asistencia sanitaria y social -el servicio social, como con justo y amplio sentido comprensivo se dice- realízase en nuestro país en forma generosa, insumiendo recursos y energías de tal magnitud, que implican un timbre de honor para el sentimiento de filantropía y de solidaridad del pueblo argentino”. Reafirmando “ese concepto de la asistencia del Estado a los menores abandonados o a los indigentes, como un deber esencial de toda sociedad bien organizada que, al recoger, amparar y elevar esos niños o jóvenes, defiende y ennoblece su propia integridad”.

Con anterioridad al mes de mayo de 1927 el ministerio de Justicia e Instrucción Pública había “encomendado a funcionarios de su dependencia y a comisionados especiales el estudio de las organizaciones docentes y administrativas del servicio social en Europa y el resultado de tal misión es un informe muy interesante y muy documentado que permite apreciar nuestra situación de retardo e inferioridad en tal sentido, al propio tiempo que nos ofrece los varios tipos de organización bien experimentados en otros países, para que adoptemos el más conveniente, adaptándolo a nuestras propias condiciones sociales”.

El proyecto incluía el interrogante acerca de “con qué bagaje teórico y práctico entra un argentino a la dirección de una casa-cuna; de un instituto tutelar de menores; de una casa de trabajo para alcoholistas, vagos, viciosos; de una prisión o casa correccional; de un internado docente; de una caja de previsión social; de una cooperativa; etc.” Y agregaba su propia respuesta: “Casi siempre, a una base de buenas informaciones unilaterales se une un poco de ensayismo en otros aspectos de los varios e interesantes que presenta el problema de la dirección y administración eficaces, y la experiencia resulta, así, larga y dispendiosa, cuando no determina el malogro de las mejores intenciones y empeños”.

Para abordar tales carencias, la propuesta de estudios consignaba que “El primer año será de carácter teórico relativamente (sic) pues siempre se tendrá en cuenta, en lo posible, la observación y la experiencia, y el segundo será acentuadamente práctico y especializado, trabajando los alumnos en las instituciones que en esta Capital prestan asistencia sanitaria y social, como ser hospitales, asilos, colonias, hogares, cajas de previsión, salas cunas, sociedades de beneficencia, cooperativas, cárceles, cantinas maternales y escolares, etc., con la cooperación que se descuenta de sus directores, personal técnico y administrativo”.

Simultáneamente existió también otro proyecto de ley para la creación de una Escuela de enfermeras visitadoras, presentado en 1928 en el Congreso Nacional por Leopoldo Bard. Este médico, vinculado ideológicamente con Hipólito Yrigoyen y también con la masonería, era el presidente del bloque radical de la Cámara de Diputados. Años más tarde, en 1947, fue designado por Juan Domingo Perón como Director General de Higiene y Seguridad del Trabajo.

El proyecto del diputado Bard establecía, en su artículo segundo, que “Las escuelas de enfermeras visitadoras dependerán de cada una de las cátedras de higiene médica de las respectivas facultades de Medicina de Buenos Aires, Rosario y Córdoba”. En rigor, tal como se consignó al comienzo de este texto, en Buenos Aires ya estaba en pleno funcionamiento, desde hacía cuatro años, el Curso de Visitadoras de Higiene Social en la Facultad de Ciencias Médicas. En julio del mismo año, este proyecto pasó a la Comisión de Instrucción Pública, sin que se lograra la sanción de la ley respectiva.

Al mismo tiempo, existían inquietudes similares en el seno del Museo Social Argentino para abocarse a la formación de estos agentes sociales. Se organizó la Sección de Higiene Social, en mayo de 1928, cuyas autoridades fueron los médicos Julio Iribarne, Manuel V. Carbonell y Germinal Rodríguez[1], integrada también por otros siete médicos: Saúl Bettinotti, Pílades O. Dezeo, Ciro Durante Avellanal, Ubaldo Fernández, Evaristo Lutara, Nerio Rojas y Manuel Ruiz Moreno. Conformaron una comisión para elaborar una propuesta de creación de una Escuela de Servicio Social y, entre diversas consideraciones, formularon una muy llamativa argumentación: “Comprendemos que esta labor de organizar la nueva Escuela, sus planes de enseñanza y orientación, es una tarea larga y difícil y que exigirá una tranquila meditación. Pero en cualquier forma podría este año aceptarse en principio la creación de dicha Escuela para evitar así que la idea, tomada por alguna otra institución afín, pudiera malograrse o confundirse y una comisión del seno del Museo Social podría planear la organización en el transcurso del corriente año”. (subrayado nuestro).

Al respecto surgen algunos significativos interrogantes. ¿Por qué el Museo Social Argentino presumía que alguna otra institución estatal “podría malograr o confundirse” en relación a la idea de crear una Escuela de Servicio Social?  Visto el proyecto de ley presentado por el Poder Ejecutivo Nacional, el 16 de mayo de 1928, para crear la primera Escuela Nacional de Servicio Social, ¿el Museo Social se apresuró para presentar su propia propuesta para lograr ser los primeros en crear dicha Escuela? El gobierno nacional había financiado, previo a mayo de 1927, el viaje a Europa de “funcionarios” y de “comisionados especiales”: ¿alguno de los médicos integrantes del Museo Social formaron parte de la misión que viajó a Europa en 1927?  El artículo que el Dr. Germinal Rodríguez publicó en el diario “La Nación”, el 2 de diciembre de 1927: ¿fue el producto de los datos y experiencias recogidas en el periplo europeo, financiado por el gobierno nacional?  

En definitiva, el proyecto del Poder Ejecutivo, de mayo de 1928, nunca llegó a aprobarse. Era obvio que el gobierno de Alvear estaba finalizando su mandato. Al poco tiempo se realizaron las elecciones nacionales, siendo ungido como nuevo Presidente de la Nación, Hipólito Yrigoyen, el cual asumió el 12 de octubre del mismo año. Quedó trunca, de este modo, la alternativa de creación de una Escuela de Servicio Social dependiente del gobierno nacional, lo cual recién se concretó -31 años después- en 1959 (durante el mandato de Arturo Frondizi) con la inauguración del Instituto de Servicio Social, dependiente del ministerio de Asistencia Social y Salud Pública de la Nación, cuyo titular era el médico Héctor V. Noblía, siendo director de dicho Instituto el médico psiquiatra Ricardo Tarsitano.
   


Buenos Aires, Octubre de 2012.



[1]  El doctor Germinal Rodríguez fue concejal del Partido Socialista Independiente, sector expulsado del Partido Socialista en 1927 y que luego brindó un apoyo activo al golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, encabezado por el general José Félix Uriburu, que derrocó al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen. 

jueves, 9 de agosto de 2012


CAPITALISMO Y ASISTENCIALISMO

Nota publicada en el Diario "Página 12" de Buenos Aires. Agosto 1º de 2012.

                                                                                                   Norberto Alayón (*)

(*) Profesor Titular Regular. Facultad de Ciencias Sociales (Univ. de Buenos Aires). Autor del libro “Asistencia y Asistencialismo”.


El capitalismo es el modelo político-económico que predomina en el funcionamiento de nuestros países. Su lógica y “racionalidad” se centra irreductiblemente en la búsqueda denodada del lucro y la acumulación, sobre la base de la expoliación de la productividad del trabajo de otros. Un modelo bien distinto tendríamos si los objetivos de la producción no fueran la mera ganancia, sino la satisfacción de las necesidades sociales.

Como dijera Adam Smith, aquel economista y filósofo escocés del siglo XVIII, “el mercado es incompatible con la ética, porque cualquier acción moral voluntaria contradice las propias reglas del mercado y simplemente termina por desplazar al empresario moralizante”.

Cabría igualmente un par de reconocimientos: a) el capitalismo ha contribuido al desarrollo de la sociedad, aunque simultáneamente condujo a reproducir desigualdades estructurales; y b) nuestros países han venido padeciendo un doble sufrimiento, por la presencia del capitalismo y también por la falta de desarrollo capitalista.

Por ejemplo, el carácter parasitario y ocioso de nuestra tradicional oligarquía, que se constituyó como una suerte de “clase capitalista no burguesa”, obstaculizó el desarrollo industrial del país, manteniendo en muchos casos relaciones de tipo cuasi feudal. La enorme riqueza, obtenida por las grandes extensiones de campos y por la renta diferencial de la tierra, condujo a estos sectores a evidenciar un comportamiento exento de “dinamismo burgués” y anti industrialista. Con semejantes ganancias, los terratenientes no estaban interesados en reinvertir sus beneficios.

Tal vez, de este origen “naturalmente perezoso”, nuestras “burguesías nacionales” hayan encontrado una suerte de modelo productivo a imitar, ligado a la búsqueda de ganancias desmedidas, con un mínimo de riesgo e inversión o bien aprovechando protecciones, prebendas, abusos y saqueos sobre el Estado para que respaldara sus intereses privados, por sobre el bienestar del conjunto de la sociedad. Con frecuencia, esta violación de la esencia misma del funcionamiento capitalista, ligada a la inversión y al riesgo, constituye una conducta obstinada: quieren ganar fortunas -y además en el menor tiempo posible- sin correr prácticamente ningún tipo de riesgos.

De todos modos este capitalismo, aún escuálido y atrasado, genera cierto desarrollo aunque -a la par, por supuesto- habilita el mantenimiento de la pobreza y la desigualdad. Si la acumulación por parte de un sector social se basa en la apropiación diferenciada de la riqueza y en una distribución desigual, la construcción y cristalización de sectores ricos y pobres se transforma en algo “natural”, inherente a las propias características del modelo de funcionamiento social. De ello deriva la existencia de sociedades duales, con polos opuestos de altísima concentración de riqueza por un lado y de enorme concentración de exclusión y pobreza por el otro.  

Cuando aumenta la pobreza y la indigencia y se acrecienta la conflictividad social poniendo en riesgo la estabilidad y continuidad del sistema social, se tiende a recurrir a determinadas formas de repartijas escasas para paliar mínimamente las situaciones extremas, en la perspectiva del control social, del disciplinamiento y de la construcción de sujetos subordinados y dependientes.  El asistencialismo emerge, entonces, como una particular excrecencia del propio sistema capitalista imperante.

El no reconocimiento de los problemas sociales como derechos humanos suprimidos o restringidos y la distribución mínima para sólo atenuar y controlar los conflictos sociales generados por las carencias extremas, constituyen la base de las propuestas asistencialistas. Se trata, en concreto, de repartija y control ideológico-político hacia la reproducción del orden social vigente.

Surge, entonces, el interrogante de cómo interferir en la perversa lógica de las prácticas asistencialistas. Consideramos que se puede y se debe concretar por medio de la acción del Estado, a través de vigorosas políticas públicas de redistribución de riqueza que garanticen derechos, en la perspectiva de contribuir a la autonomización de los sujetos, lo cual -a su vez- fortalece el funcionamiento democrático y el tránsito hacia la construcción de una sociedad más justa.

Se requiere de un Estado que, aún capitalista, opere decididamente como regulador y garante pleno del interés general de la sociedad, y en particular de los sectores más vulnerados, por sobre el interés privado de los sectores del capital.

En suma, un Estado que, aún sin trastocar de raíz la lógica central del capitalismo, pueda sentar las bases para ir construyendo una democracia sólida con derechos sociales extendidos, lo cual configurará estratégicamente otro tipo de sociedad, otro tipo de sistema social, que no tenga que apelar al infame e inmoral asistencialismo.

Buenos Aires, Agosto de 2012.

lunes, 30 de julio de 2012



ACERCA DE LO PÚBLICO     

Publicado en Arias, Ana y otras: "Políticas públicas y Trabajo Social - Aportes para la reconstrucción de lo público". Espacio Editorial. Buenos Aires. Julio de 2012.
         
                                                                           Norberto Alayón
                                                                           Profesor Titular Regular
                                                                           Facultad de Ciencias Sociales-UBA


Tal como figura en la programación de las Jornadas (mayo de 2011), el título de esta Mesa alude a “Universidad y reconstrucción de lo público”.

Un primer interrogante, entonces, nos puede conducir a preguntarnos ¿por qué hay que reconstruir lo público?  ¿Quién, quiénes, cómo, cuándo destruyeron, restringieron, debilitaron lo público?

Siguiendo a la filósofa argentina Nora Rabotnikof [1], “El desvanecimiento de la distinción público/privado y la erosión de la dimensión pública del Estado se imputan a la endémica debilidad institucional, pero, sobre todo, al impacto de la crisis”. “…Hay una situación de pérdida en relación con un pasado, o de anomalía en relación con un modelo histórico normativo. En algunos países de América Latina, el Estado se habría vuelto incapaz de proporcionar los bienes públicos puros (defensa, seguridad, justicia, administración) que remiten a los roles constitucionalmente fijados. La prédica y la práctica antiestatista de cierto neoliberalismo habrían arrasado incluso con aquellas funciones que, dentro de su imaginario, resultan las únicas legítimas. Espacio de lo público -se subraya- es la dimensión de la legalidad pública y del Estado como orden legal”.

Si coincidiéramos con estas afirmaciones estaríamos en consonancia con el llamado de los organizadores del evento a reflexionar y propiciar la “reconstrucción de lo público”.

Considerar la alternativa de reconstrucción de lo público nos conduce, a nuestro entender, a repensar nuestros Estados: su papel, sus funciones, su presencia o ausencia, la imperiosa necesidad de revitalizar su accionar como garante del bienestar general.

Y aquí cabría otra pregunta: ¿somos o fuimos un país sin Estado?  Los Estados débiles tienden a habilitar el predominio casi exclusivo del mercado, que se beneficia y se aprovecha para desplegar al máximo su potencial inequitativo ante la ausencia de regulaciones y controles. La ecuación “menos Estado, mayor mercado” aparece, entonces, como irreductible.

También habrá que reparar en qué tipo de Estado y en qué tipo de presencia del Estado.  Creemos que esta advertencia resulta necesaria, precisamente para tratar de evitar peligrosas simplificaciones, peligrosos reduccionismos, que nos puedan conducir a valorar, como “bueno en sí mismo”, todo lo que provenga de lo estatal, todo lo que provenga de lo público.

En Argentina tenemos el claro y durísimo ejemplo, del Estado autoritario de la pasada dictadura cívico-militar que canceló todo lo público que fuera común y colectivo, mientras asesinaba, reprimía y encerraba a unos en las cárceles y a otros en las casas, desplegando el mayor potencial destructivo que padeció nuestro país.

O aquel Estado -de la década de los 90- que, en nombre de la “ineficiencia” del Estado y de la “eficiencia” del mercado, enajenó brutalmente los bienes públicos y devastó el patrimonio nacional, producto del esfuerzo colectivo de varias generaciones.

En síntesis, pensar en qué Estado queremos; pensar en qué Estado hacemos.

Recuerdo que, cuando el tsunami neoliberal arrasaba a la nación allá por los 90, se escuchaban opiniones de intelectuales no precisamente reaccionarios que cuestionaban el accionar del Estado. Aparecían invocaciones del tipo “hay que modificar, transformar, reformar el estado del Estado”, partiendo de una valoración negativa de lo estatal.

Existe una fuerte tendencia a asociar, casi como indefectible, a los servicios y administraciones públicas con lo ineficiente y hasta lo corrupto. Mientras que lo privado aparecería, en el imaginario contrapuesto, como lo idóneo, lo eficiente, lo incorruptible. Como comentamos recién, reafirmamos que tampoco proponemos, ilusoriamente, pensar al Estado como “bueno” per se, habida cuenta de lo que ya advertimos sobre el accionar de ciertos tipos de Estados.

Por supuesto, no desconocemos, no negamos, por ejemplo, que la mala atención, el desinterés, la irracionalidad de ciertos procedimientos y tramitaciones, también la incompetencia, suelen contribuir al hartazgo y a provocar las condiciones favorables para desmerecer y criticar lo público y alentar y legitimar su transferencia a lo privado, a las privatizaciones, tal como sucedió con los catastróficos resultados ya conocidos.

Repasemos algún ejemplo, de los que todos seguramente tenemos. Yo fui usuario de los trenes suburbanos, de manera permanente, antes y luego también de la privatización de los ferrocarriles. Descuento que no es necesario que me explaye acerca del tipo y de la calidad de la atención que se brindaba a los pasajeros. Es obvio que las privatizaciones no se produjeron por el eventual y/o real mal servicio brindado por los empleados. Pero si bien es cierto que lo público, lo de todos, se debe defender fundamentalmente con medidas de carácter estructural, también resulta imprescindible contar con un desempeño competente por parte de los respectivos agentes en todas las áreas de gestión.

La recuperación y fortalecimiento de lo estatal debe constituir la centralidad de la reconstrucción de lo público como contraposición de lo privado.

Alguno de ustedes habrán escuchado y algunos también hasta lo dirán, en relación al momento actual por el que transita nuestro país, que “nunca se vio tanto Estado”, es decir tanta presencia del Estado.  Presencia en lo físico, en las obras, en las carreteras, en hospitales, en escuelas, en centros culturales y comunitarios, pero también en programas diversos de capacitación, promoción, asistencia, etc. 

Todo ello da cuenta de la revalorización estratégica de lo público, en tanto “lo privado” -por su propia naturaleza- no se hace cargo de estas cuestiones, vitales para el conjunto de la comunidad nacional.

Lo privado está imbuido, está preñado por la lógica de la mera rentabilidad; está encorsetado -si quiere sobrevivir- por el interés precisamente individual, privado, no público, no general, no de todos ni para todos.

Y lo público, si se entiende como lo que es de todos, y no sólo de algunas personas o grupos (sociales, económicos) propicia, refuerza una suerte de identidad colectiva que se emparenta con la solidaridad y con la construcción y vigencia de una sociedad que tienda a ser más igualitaria.

Lo argumenta bien Washington Uranga cuando expresa que “Si se disuelve lo público, lo único que subsiste (y se potencia y sobrevalora) son las capacidades individuales. Sin lo público no sólo se pierde la posibilidad de reconocer a los otros y a las otras, sino que el sujeto mismo carece de referencias, de marcos para comprenderse a sí mismo, para desarrollar una identidad que siempre es en relación. Se diluye lo colectivo y desaparece la solidaridad”. [2]

No obstante, queremos formular otra advertencia en relación a esta caracterización de lo público como lo de todos.  Que los bienes públicos, que los servicios públicos, que las instituciones públicas, que los espacios públicos, nos pertenezcan al conjunto de los ciudadanos, ello no habilita justamente a su uso particular o apropiación individual sin reglas, sin normatividad, por sobre la institucionalidad establecida.

Por ejemplo.  Un hospital público pertenece a toda la sociedad; pero no todos los ciudadanos podemos decidir por nuestra cuenta y criterio qué hacer dentro de la institución hospitalaria.  Ni siquiera lo puede decidir un solo sector del personal que integre esa misma institución.  Por supuesto que el funcionamiento y las normas de las instituciones deben ser democráticas, pero no se puede funcionar sin normas.  Si cada uno decide hacer lo que quiere, aunque se invoque la probable o real legitimidad de tal o cual reclamo, se estará priorizando su propio interés o el de su grupo o sector, por sobre los intereses del conjunto de la institución.

Y nuestra querida Facultad de Ciencias Sociales lamentablemente conoce de estas prácticas desatinadas que recurrentemente son llevadas a cabo por distintos actores.

Volviendo a la filósofa Rabotnikof, nos parece útil precisar que la misma describe tres sentidos básicos asociados al término “público”.

Un primer sentido hace referencia a que “existe una prolongada tradición que lo asocia a lo común y lo general en contraposición a lo individual y lo particular. Hablamos así del interés público en contraposición al interés privado, del bien público en contraposición a los bienes privados.

El segundo sentido alude a lo público en contraposición a lo oculto; es decir, a lo público como lo no secreto, lo manifiesto y ostensible. Decimos así que tal cuestión ya es pública en el sentido de ‘conocida’, ‘sabida’.

El tercer sentido remite a la idea de lo abierto en contraposición a lo cerrado. En este caso se enfatiza la accesibilidad en contraposición a la clausura; hablamos así de lugares públicos, paseos públicos”.

Como ya habrán reparado, en lo que vine exponiendo hasta aquí, a mí me interesó centrarme básicamente en el primer sentido mencionado que da cuenta de lo público contrapuesto a lo privado.

La educación pública y en particular la universidad pública, constituyen ámbitos de pertinencia significativa para la revalorización de lo público.

La universidad pública está orientada por el interés de la sociedad en su conjunto, de donde deriva su carácter universalista y, por ende, democrático. El necesario sustento económico a la educación universitaria se justifica por la obligación que le cabe al Estado de responder a los intereses de la Nación y de la comunidad que la conforma.

Por su parte, las empresas educativas, como cualquier empresa, compiten en el mercado, mientras que la universidad pública es una institución cuyo fin es contribuir al desarrollo social y moral de la sociedad.  La universidad no presta solamente un servicio a individuos particulares, aporta al mejoramiento de la comunidad que conforma la Nación.  Al mismo tiempo, las condiciones de acceso a la educación superior comunes para todos (cualquiera sea la capacidad adquisitiva de cada uno) tiende a favorecer la igualdad, no sólo en el ingreso, sino también en la convivencia cotidiana.

Las propuestas que pretenden reducir la sociedad y la política a la mera competencia en el mercado, constituyen expresiones reduccionistas y empobrecidas aún de los principios más básicos de la democracia moderna y tiende a afectar la calidad de la participación social y política.

Aquí resulta ilustrativo recordar las expresiones, de fines de febrero, del economista Carlos Pirovano, Subsecretario de Inversiones del gobierno de Mauricio Macri, cuando afirmó, en forma de pregunta: “¿Y si asumimos que la educación pública está muerta y con esa plata les pagamos a los chicos una escuela privada?” [3]  Y remató este funcionario del partido PRO, con insano convencimiento, exponiendo otra idea brillante: “Le regalamos las escuelas públicas a los maestros que dejarían de ser empleados públicos y podrían ser empresarios”.

Pirovano, en su barbarie, se emparentó con Abel Posse, aquel cónsul de dos dictaduras que Mauricio Macri designó como Ministro de Educación de la ciudad, en diciembre de 2009 (duró 11 días), en reemplazo de Mariano Narodowsky que tenía empleado en su cartera al espía Ciro James.

Tal vez podamos coincidir en que la defensa de la educación pública es también la defensa de la democracia y la defensa de los intereses del conjunto de los habitantes de la Nación.

Para concluir, entonces, reafirmamos que la revalorización, la reconstrucción y el fortalecimiento de lo público, como lo que es común de una comunidad nacional, sus bienes, pero también un lugar donde pueden reconocerse todos quienes forman esa comunidad, con lo que tenemos de idéntico y también de diferente, constituye una apuesta estratégica para la consolidación de otro tipo de relaciones sociales, basadas en la solidaridad, en la cooperación, en la fraternidad.  En suma, nada más y nada menos que apostar al desafío de intentar contribuir a la vigencia de relaciones sociales más igualitarias.


[1] Rabotnikof, Nora: “En busca de un lugar común. El espacio público en la teoría política contemporánea”. Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Filosóficas. México, D.F. 2005.
[2]  Uranga, Washington: “Carnavales, cultura y política”. En Diario “Página 12”. Buenos Aires. Marzo 10 de 2011. pág. 5
[3] Diario “Página 12”. Buenos Aires. Febrero 24 de 2011. pág. 14

martes, 24 de julio de 2012


EL DERECHO A LA ASISTENCIA


                                                                                                    Norberto Alayón (*)

(*) Profesor Titular Regular. Facultad de Ciencias Sociales (Univ. de Buenos Aires).

Publicado en Diario "El Territorio". Posadas, Misiones (Argentina). Julio 27 de 2012.
http://www.territoriodigital.com/notaimpresa.aspx?c=9659432068827824

La asistencia es un derecho. Lo venimos sosteniendo y argumentando, por escrito, desde hace más de tres décadas. Toda sociedad que, por las características que adopta para su funcionamiento, primero pauperiza y excluye a buena parte de sus miembros, debe asumir maduramente su responsabilidad por el daño ocasionado y disponerse a adoptar profundas medidas reparatorias. Y debería hacerlo por la vía del derecho pleno, o bien -mientras tanto- mediante políticas sociales y asistenciales que tiendan a neutralizar el deterioro de las condiciones de vida de la población, a la par de ir creando las condiciones para contribuir a la consolidación de un orden social más justo y equitativo.

El derecho a la asistencia, no cambia la naturaleza de las relaciones sociales vigentes en la sociedad. Pero sí debilita la lógica de quienes defienden la continuidad de sociedades inequitativas, y -a la vez- ética y estratégicamente contribuye a la reparación de los problemas sociales, en la perspectiva de ir construyendo alternativas más sólidas para un funcionamiento social más digno y más humano.

Reconocer el derecho a la asistencia implica la aceptación de que las personas a ser asistidas, básicamente carecen -por las condiciones del funcionamiento social- de posibilidades para un adecuado despliegue de sus potencialidades que, entre otras cosas, les permita satisfacer autónomamente sus necesidades. Familias sin los medios suficientes para la reproducción de su vida, con problemas de empleo, con ingresos degradados, con problemas habitacionales, de salud, de escolaridad, no pueden más que tender a repetir esas condiciones en las generaciones siguientes.

Interferir e interrumpir ese proceso social negativo, constituye una responsabilidad ética impostergable, pero -además- implica asumir una imprescindible opción de fortalecimiento de la democracia, en tanto una verdadera democracia no puede reconocerse como tal con graves niveles de pobreza y exclusión.

En 1961, el médico argentino Regino López Díaz, Director Nacional de Asistencia Social, afirmaba: “Es nuestra aspiración común que este país no tenga necesidad de un organismo encargado de la asistencia social”. ¡Cómo no coincidir con esa aspiración! Pero resulta que a 51 años de haber sido formulada, todavía no sólo no se concretaron los cambios que hicieran innecesaria la asistencia, sino que se produjo un significativo aumento de la pobreza y de la desigualdad social.

También el economista sueco Gunnar Myrdal, que obtuvo el premio Nobel de Economía en 1974, manifestaba en 1968: “Mi ideal es que se lleven a cabo reformas sociales tales -en los vastos campos de la distribución del ingreso, la vivienda, salud pública, educación, el enfrentamiento de la delincuencia, etc.- que el Servicio Social se vuelva más bien innecesario o se transforme en algo muy especial, algo individualizado y especializado, mientras no sea simplemente la administración de la legislación social.” Pero esas “reformas sociales” (que también nosotros deseamos, profundas y lo antes posible) no se cristalizaron a cabalidad. Y la asistencia, entonces, continúa siendo necesaria.

Las políticas de asistencia son insuficientes, pero hay algo mucho más insuficiente aún: la ausencia de políticas de asistencia. Desconocer el derecho a la asistencia es precisamente el posicionamiento que asumen los gobiernos conservadores, que tienden a recortar los recursos destinados a la acción social, desertando de esta responsabilidad estatal o bien transfiriéndola hacia modalidades voluntarias, optativas y además escasas (alejadas del derecho), a ser encaradas por sectores privados, empresariales o no.

Defender la idea de la asistencia como derecho, exige también diferenciar esta concepción de aquellas modalidades que, con lamentable frecuencia, transforman la asistencia en un recurso para la construcción de relaciones clientelistas, generando dependencia y sumisión. Toda persona o grupo que recibe algo (por la vía del no derecho), siempre queda en deuda con el que se lo da. En ese caso, el que recibe debe a quien da. Por el contrario, los derechos implican el reconocimiento de ciudadanía plena para toda la población, fortaleciendo la autonomía y neutralizando la discriminación y la diferenciación social.

Comprender esta ecuación, nos debe impulsar a revalorizar la concepción de derechos, que es la que construye democracia en serio. Y nos podrá ayudar a alejarnos de la desgraciada descripción que contiene aquel proverbio africano, cuando afirma que “la mano que recibe está siempre debajo de la mano que da.”


Buenos Aires, Julio de 2012.