martes, 6 de junio de 2023

 

En agosto de 1999 publiqué en el Diario “Página 12” de Buenos Aires la siguiente nota (se agradece compartir):

 BOLÍVAR Y EL CHE EN EL BANCO MUNDIAL

 El imponente edificio del Banco Mundial está en Washington, muy cerca de la Casa Blanca, muy cerca del Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. También está cerca del Fondo Monetario Internacional. También el Banco Mundial está muy cerca e interrelacionado con una gran parte de las desgracias que padecen los habitantes de Latinoamérica.

 

Por eso llama la atención el enorme mural, que existe en la planta baja del monumental edificio, destacando las imágenes mundialmente reconocidas de muchas figuras que simbolizan las luchas por la liberación de los pueblos de Latinoamérica. Entre ellas, las de Simón Bolívar, el Che Guevara (en dos semblanzas), Eva Perón, Juan Domingo Perón,  junto a Carlos Gardel, Pelé y otros.

 Tal vez, por la relación del Banco Mundial con la parte expoliada de América, el  mural de los retratos parece congelar el espíritu y las propuestas de estos relevantes personajes.

 No es fácil narrar la impresión que causa ver a estos significativos latinoamericanos, petrificados y  expuestos en las paredes de una de las casas matrices de la expansión imperial. Tal vez se los exponga como intentando irradiar la imagen embalsamada de los proyectos que quisieron impulsar y que aparecen (¿definitivamente?) como fallidos.

 Están expuestos cual trofeos, como las cabezas de esos ciervos, tigres o jabalíes que miran vaciados y sin aliento desde arriba de las confortables chimeneas, de las amplias casas de los insensibles cazadores.

 O como los viejos jefes sioux vencidos, a quienes sólo se puede reconocer y hasta admirar después de estar sólidamente garantizada la derrota de sus aspiraciones.

 La cínica vitalidad del capitalismo hegemónico promueve, con apariencia de candidez democrática, las imágenes de sus acérrimos adversarios: subsumidos, cooptados, pretendidamente reciclados. En uno de los altares mayores del templo central del Imperio se muestra a los gladiadores “vencidos”. La lucha inconclusa, entonces, aparecería como definitivamente estéril e innecesaria y el mensaje de la conveniencia de la sumisión se torna exitoso y convincente, morigerando y hasta venciendo la legítima rebeldía ante las históricas injusticias y padecimientos que soportan nuestros degradados países.

 “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar a la América de miseria en nombre de la libertad”, advirtió el Libertador Simón Bolívar el 5 de agosto de 1829, en la carta que le enviara a Patricio Campbell, desde Guayaquil. La advertencia del impulsor de la emancipación latinoamericana, lamentablemente permanece vigente aún.

 En el altanero mural falta la efigie del peruano Dionisio Inca Yupanqui, aquel diputado americano que en las Cortes de Cádiz, España (en diciembre de 1810), indignado por la dominación colonial, desbrozó aquel imperecedero aforismo que deberían recordar los amos actuales del mundo: “Un pueblo que oprime a otro no merece ser libre”.

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