viernes, 8 de abril de 2016

PRÓLOGO (para libro de Jorge Daniel Rodríguez "La Universidad Nacional de Misiones en tiempos de dictadura - 1976-1983" - Editorial Universitaria- UNaM - Posadas- 2016)


En Misiones, del 70 al 76, viví el período más intenso de mi vida. En la universidad, en la política, en las ilusiones, en las luchas, en los logros, en lo mucho pendiente, por supuesto también en los errores. Y hoy, a casi cinco décadas, el antropólogo Jorge Rodríguez me compromete y a la vez me honra al convocarme a prologar su libro sobre “La Universidad Nacional de Misiones en tiempos de dictadura (1976-1983)”.

Para quienes aún no hemos perdido la memoria (por salud y por convicciones intelectuales y cívicas) nos parece muy importante y oxigenante que nuevas camadas de profesionales continúen con el rumbo y la inquietud de no olvidarse del pasado y de rescatarlo de la memoria, siempre parcial e interesada, de quienes vivieron (vivimos) los procesos que se narran. Se trata de una perspectiva imprescindible para entender lúcidamente el presente.

José Hernández, en su “Martín Fierro”, ya nos advertía con perspicacia que “olvidarse de algo, también es tener memoria”. Indagar sobre lo pasado, aunque a veces trágico y doloroso -como en este caso, sobre la dictadura cívico-militar iniciada en 1976- constituye un ejercicio necesario en la búsqueda y en el anhelo de contribuir a la construcción de un futuro mejor.

En este sentido, la tesis doctoral de Rodríguez -publicada ahora como libro- resulta una singular contribución que trasciende el propio campo de la universidad y sus agentes (docentes, estudiantes, trabajadores no docentes, profesionales) y proporciona al conjunto de la sociedad valiosos datos y reflexiones que describen y analizan con rigor los acontecimientos por los que atravesó la provincia (¡mi vieja y añorada provincia!) de Misiones y su Universidad.

Como bien recuerda la investigadora del CONICET Laura Graciela Rodríguez (citada por el autor del libro), al inicio de la dictadura, en marzo de 1976, había 26 universidades nacionales en el país. El 29 de marzo se designaron “delegados militares” o “interventores” en la totalidad de las casas de estudios superiores. Doce universidades fueron controladas y comandadas por el Ejército, siete por la Armada y otras siete por la Fuerza Aérea. Ese mismo día asumió como ministro de Educación, Ricardo Pedro Bruera, un conocido militante católico conservador y profesor de la Universidad Nacional del Litoral. La Universidad Nacional de Misiones tuvo el “privilegio” de caer en manos del Ejército y el delegado militar que intervino la institución fue un coronel: Walter César Ragalli.

Sobre los hábitos personales del coronel (de la dictadura “moralista”) Ragalli, el investigador Rodríguez nos brinda un par de sugerentes testimonios de sendos docentes de la época: “tuvimos la suerte de que a este rector-interventor le interesaran mucho más las faldas que los subversivos”; y “… lo único que le interesaba era levantarse alguna secretaria y anduvo persiguiendo a las chicas… y al poco tiempo se consiguió un trabajo más interesante que fue el ente Mundial ‘78”.

En efecto, el coronel (además de sus correrías) pasó de “Rector” universitario a Gerente de Asuntos Especiales del EAM’78, el Ente Autárquico del Mundial de fútbol que se disputó en Argentina en 1978.

Muy interesante resulta la constatación histórica de que el interventor Ragalli confirmara en sus cargos a distintos Secretarios y funcionarios de la gestión anterior, entre ellos a varios destacados dirigentes de las “fuerzas vivas” de la provincia (el contador René Troxler, el profesor Martín González) que habían impulsado el MOPUM (Movimiento Pro Universidad de Misiones).

En marzo de 1974, el médico Raúl Justo Lozano (cuñado del coronel Juan Antonio Beltrametti, que fue Jefe del Área Militar 232) había sido designado como Rector-Normalizador de la UNaM. Lozano, que mencionaba a Oscar Ivanissevich (ministro de Educación de María Estela Martínez) como su “maestro y amigo” y que en sus memorias de gestión se vanagloriaba de haber logrado que “los zurdos de Ciencias Sociales invernaran” y que “el marxismo y las ideas extranjerizantes no tuvieran cabida en la UNaM, nombró -ya en esa época- a varios líderes del MOPUM (González, Troxler) como Secretarios Generales y asesores económicos de la flamante universidad.

Según narra Rodríguez en su tesis, bajo la conducción del rector Lozano, “el 16 de octubre de 1974, se decidió la incorporación como parte de la universidad, del Instituto Privado de Administración de Empresas (IPAE), que hasta entonces había sido un importante bastión de los integrantes e intereses del MOPUM”.

Bien señala nuestro autor, cuando expresa que “atrás quedaban esos antiguos integrantes y referentes del MOPUM que en los años anteriores a la oficialización de la UNaM y ante los cuestionamientos recibidos por parte de ciertos sectores sociales y estudiantiles, afirmaban: “[…] Ninguno de los integrantes del MOPUM, pretenden la figuración, ni persiguen acomodos futuros políticos, ni administrativos…” (destacado mío).     

El 14 de mayo de 1976, Martín González era el Secretario General de Asistencia Social y Bienestar Estudiantil de la universidad intervenida por la dictadura. Ese día firmó, junto con el coronel-interventor Ragalli, la Resolución Nº 293 mediante la cual aprobaron oficialmente las “Normas para el otorgamiento de Becas para los estudiantes de la UnaM”. Entre las condiciones generales se exigía que los estudiantes interesados en obtener este beneficio, debían “observar buena conducta y moralidad” y “no profesar ideologías contrarias al sentimiento nacional y a nuestra tradicional forma de vida” (destacado del autor). Ya sabemos, don Martín González (dirigente del desinteresado MOPUM), y siempre lo supimos, qué significaban en la práctica concreta esas expresiones reaccionarias (“conducta”, “moralidad”, “sentimiento nacional”, “tradicional forma de vida”), pretendidamente diluidas bajo en lenguaje edulcorado y confusamente moralista.

Además de sus acciones privadas extra-académicas (aunque según los testimonios rondaban el propio ámbito de la universidad) el militar interventor de la UNaM desplegaba una eficiente acción, en obvio correlato con las orientaciones de la dictadura cívico-militar vigente.

Veamos. El periódico “Territorio Digital” publicó, el 22 de septiembre de 2009, una nota titulada “A la Gestapo académica no se le escapaba nadie en la UNaM”. En la misma se mencionaba que “innumerables eran las metodologías utilizadas por los integrantes de la fuerzas armadas para recabar datos de los ciudadanos durante la época de hierro. Una de las más utilizadas era conseguir información de los docentes y estudiantes en los pasillos de la UNaM. “No se les escapaba un solo detalle”, comentó la testigo Carmen Nuñez durante la cuarta jornada del debate oral de la causa iniciada a Carlos Humberto Caggiano Tedesco y a Juan Antonio Beltrametti, por un total de 93 delitos imprescriptibles. Una de las cabezas del operativo de inteligencia era el interventor de la UnaM, “el coronel Walter Ragalli, ordenaba los informes a Herminio César Santiago (“lector asiduo de la revista Cabildo”, según uno de los testimonios recogidos por Rodríguez en su investigación). Eso me lo contó una amiga que trabajó como secretaria privada del Rectorado durante esa época, y vio mi nombre escrito en los papeles. A esa Gestapo no se les escapaba nada”.

El ensañamiento fundamentalista de algunos personajes de esa nefasta época no tenía límites. Citando una crónica del diario “El Territorio”, Rodríguez destaca que “el coronel Carlos Caggiano Tedesco, recientemente juzgado y condenado en la provincia de Misiones por delitos de lesa humanidad -al hacerse cargo el 5 de enero de 1977 de la Jefatura del Área 232 (Distrito Militar Misiones) y en presencia del titular del segundo cuerpo de ejército, Leopoldo Galtieri y el Almte. Eduardo Massera-, sentenciaba: “debemos ampliar la finalidad de esta lucha, llegando a lograr la conquista total de la población misionera, procurando la participación y el apoyo fanático de la población a las fuerzas del orden. Debemos procurar eliminar a los neutrales e indiferentes, en el marco de la lucha contra la subversión. […] Nadie puede estar ausente de esta lucha. […] le pedimos a Dios que nos guíe en nuestro camino”. (destacados de Rodríguez). Además del destacado original de Rodríguez, subrayaría doblemente los términos “fanático” y “eliminar”. Ambos denotan la negación de toda humanidad: no hay raciocinio ni compasión en el accionar de los fanáticos.

En el diario digital “Misiones Online” (Posadas – 25 de junio de 2008), el ex Rector de la UNaM, Carlos Alberto Roko, contó que los nombramientos, incorporaciones y ascensos, en las diferentes dependencias de la Universidad, en el tiempo que estuvo al frente de la Casa de Estudios, tenían que contar con el visto bueno del Jefe del Área 232, a cargo del ex coronel Caggiano Tedesco.   

Roko, doctor en Ciencias Económicas, quien había asumido el cargo de Rector el 3 de febrero de 1978, indicó que esa “metodología” era “común”, y que él “solicitaba al jefe del Área 232, por medio de un escrito, antecedentes de la persona”. “Si no recibía el visto bueno de Tedesco, no podía nombrar, ascender ni incorporar a nadie”. Agregó que el militar Tedesco era “el encargado de responder el escrito”, que contaba con el sello y la firma del propio jefe del Área 232.

Entre los antecedentes que solicitaba el rector al jefe del Ejército en Misiones, se encontraban los “ideológicos”, que apuntaban a conocer si alguno de los profesores tenían alguna relación o militancia con los partidos políticos. “Estos tipos de antecedentes eran para filtrar. Evitando el ingreso de ciertas personas a la Universidad, con algunas posturas ideológicas, ya que el Gobierno había afilado su mira (sic) a la Universidad, porque para ellos era un foco conflictivo”, subrayó Roko.

Por cierto, sería muy ilustrativo y necesario, para recuperar la verdad de los hechos históricos, acceder a todas las notas elevadas por el rector Roko al militar y las respuestas “con el sello y la firma” de Tedesco, quien reclamaba la participación y el apoyo fanático de la población a las fuerzas del orden y proponía eliminar a los neutrales e indiferentes y exigía que nadie podía estar ausente de esa “lucha”.

En el mismo acto (que cito precedentemente), del 5 de enero de 1977, el almirante genocida Emilio Eduardo Massera pronunció un enfático discurso, en algunos de cuyos tramos (“educarnos para ejercer la libertad”, por ejemplo) parecía intentar compararse con el revolucionario pedagogo brasileño Paulo Freire. Rodríguez lo consigna así:

“[…] Los militares sabemos bien, qué corto es el alcance histórico de las armas de fuego, qué perecedero es el poder de la fuerza y qué efímera es la victoria bélica, cuando no va acompañada de una firme convicción cultural que dé sustento permanente a los hombres y las mujeres que -ellos sí- van a tener la suerte de protagonizar la paz. Por eso la educación constituye hoy, una exaltada prioridad en la reorganización de la República. Así lo entiende la Armada y así lo entienden las fuerzas hermanas. De nada serviría la destrucción física del enemigo, sino dotamos a los ciudadanos de los elementos necesarios para que cada uno neutralice, en la intimidad de sí mismo, la constante agresión ideológica. Esto no quiere decir, de ninguna manera, que debe entenderse a la educación como un instrumento para domesticar ideas o docilizar consciencias. Necesitamos educarnos para ejercer la libertad. Necesitamos educarnos para cuando llegue el momento con nuestro país reorganizado, podamos elegir y no sólo votar. Necesitamos educarnos para que volvamos a distinguir la diferencia sustancial que hay entre las crueldades, masivas o individuales, y ese antiguo y fabuloso motor del mundo que es la rebeldía creadora. Necesitamos educarnos para que volvamos a creer otra vez en el amor, en el ingenio, en el razonamiento, en los fuegos del talento y en sus resultados de belleza abrumadora, en las palabras buenas y hasta en la misericordia de algunos silencios. […] El futuro es nuestro y nos espera. Pero a este futuro esquivo hay que tomarlo por asalto de una vez. Vamos soldados. Vamos misioneros. Al ataque, que la victoria es nuestra. Y ésta será la victoria de la vida” (destacados del autor).

Aquí Massera, el represor “lúcido”, estaba convocando -para esa malsana cruzada- a los docentes y, por lo tanto, también a los universitarios de la UNaM. Considerado por algunos como el más “intelectual” y “político” de los líderes genocidas, Massera aspiraba (y lo inició) a construir un partido político que lo legitimara y lo respaldara en sus ambiciones de llegar a ser presidente de la Nación.

Ello lo condujo a intentar alianzas con algunos sectores políticos y a bregar por la incorporación a su proyecto y a su estructura organizativa a distintos referentes de la civilidad, en pos de sus objetivos. Y, por supuesto, no habrá estado ausente la alternativa de la posible participación de miembros de la comunidad universitaria. Seguramente (y ojalá sea en breve) futuras investigaciones en la UNaM podrán auscultar y arrojar vital luz (tal vez no para algunos) sobre el accionar de reclutamiento del “amigo” Massera en Misiones y sobre sus probables seguidores.

Por cierto, como todos sabemos, las propuestas dictatoriales necesitan -para sostenerse y perpetuarse- de apoyos y complicidades civiles de diversa índole e intensidad. Por fuera de las adhesiones más directas y aberrantes, en esas participaciones -como la historia mundial lo demuestra- se verifican complejas y controvertidas situaciones (si se quiere a veces una suerte de “zona gris”) donde se cruzan el individualismo, el desinterés por lo colectivo, la resignación ante lo supuestamente inevitable, los miedos, la seguridad personal y familiar, las “ventajas” del silencio, la no reacción ante el oprobio generalizado y hasta el acostumbramiento y la naturalización.

Estas opiniones no las volcamos recién ahora en 2016. Con el permiso del autor y de los lectores del libro, me decido a consignar (aunque un poco extenso) lo que manifesté en una disertación (luego publicada) el 3 de junio de 1984 en Tucumán, a escasos meses de la finalización de la dictadura, en un Congreso Nacional de Trabajo Social. En esa ocasión, expresé:

“Sobre las actuaciones individuales (durante la dictadura) queremos enfatizar que tendremos que saber diferenciar, básicamente, entre quienes produjeron participaciones concientes de acople y apoyo a las normativas oficiales, y aquellos que razonablemente tuvieron que adecuar en parte su labor profesional, para preservarse de las cesantías y de las detenciones. ¡No es lo mismo, una y otra actuación!

Cada cual sabemos hasta dónde tuvimos que conceder; hasta dónde legítimamente tuvimos que callar para preservar la fuente de trabajo y hasta la propia existencia física. Pero también están los que acompañaron sin rabia o resignación siquiera y que actuaron, en algunos casos, hasta con adhesión, ante la barbarie que se registraba adentro y afuera de la profesión.

Los trabajadores sociales, por nosotros y por la dignidad del pueblo con el cual trabajamos, tenemos el derecho y la obligación de evitar constituirnos en un conglomerado amorfo, vacío de memoria colectiva. Debemos contribuir, en el ámbito de nuestra profesión, a hacer evidentes las conductas oportunistas y de metamorfosis, de aquellos que actuaron mal a sabiendas y que ahora pretenden ampararse, haciéndose pasar como críticos de primera -¡recién ahora!- del fenecido proceso oligárquico.

Queremos advertir que no sugerimos ninguna variante revanchista; pero tampoco queremos contribuir a la candidez o a la zoncera, porque son muchos los que han medrado con la vigencia del “Proceso”, aunque ahora lo quieran disimular. Estos sectores seguramente reaparecerán con toda hipocresía, vivando la recuperación democrática y renegando de lo que aconteció en el pasado”.

Hacia el 2010, desde la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia, me invitaron a escribir sobre mi paso por Misiones. Cerré esas líneas diciendo que “A pesar de todo todavía estamos de pié, todavía “cantamos”, en pos de una sociedad más justa. Nos golpearon fuerte, pero nos fuimos rehaciendo. Nos hicieron retroceder, pero de a poco volvimos a avanzar. Y para seguir avanzando es imprescindible no perder la memoria. Porque son muchos, civiles y militares, los que apoyaron la dictadura desde distintos lugares y cargos y ahora aparecen disimulando y reciclados, como si no hubieran tenido ninguna responsabilidad en la barbarie generalizada de la época. Porque la memoria y el develamiento de quienes contribuyeron con la dictadura, resulta indispensable para evitar la repetición de los hechos. Todo lo que se haga en este sentido siempre será insuficiente, porque los genocidios -tanto en lo que respecta al accionar de sus actores principales, como en los diversos grados de complicidad que se registraron- no pueden ni deben ser olvidados”.

Por todo ello, quiero resaltar que resulta significativo el aporte de Jorge Rodríguez, nuestro autor, porque investigó y escribió con rigor y compromiso acerca de la dictadura, acerca de la UNaM y también acerca de las disímiles actuaciones de los universitarios no militares. Muchas gracias, entonces Jorge, por tu esfuerzo intelectual para traernos al presente reveladores aspectos de la historia de nuestra UNaM en esos trágicos momentos de la dictadura cívico-militar, para contribuir a que ni los civiles ni los militares vuelvan a aprestarse a debilitar el funcionamiento democrático o a condicionarlo con modalidades autoritarias o bordeando lo dictatorial, como lamentablemente pareciera intentar reinstalarse con el proyecto neoliberal de la Argentina de hoy.


                                                                                                     Norberto Alayón
                                                                                              Profesor Titular de la UBA
                                                                                         Ex Profesor Titular de la UNaM
                                                                                                       Enero de 2016

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