PRÓLOGO (para libro de Jorge Daniel Rodríguez "La Universidad Nacional de Misiones en tiempos de dictadura - 1976-1983" - Editorial Universitaria- UNaM - Posadas- 2016)
En Misiones, del 70 al 76,
viví el período más intenso de mi vida. En la universidad, en la política, en
las ilusiones, en las luchas, en los logros, en lo mucho pendiente, por
supuesto también en los errores. Y hoy, a casi cinco décadas, el antropólogo
Jorge Rodríguez me compromete y a la vez me honra al convocarme a prologar su
libro sobre “La Universidad Nacional
de Misiones en tiempos de dictadura (1976-1983)”.
Para quienes aún no hemos
perdido la memoria (por salud y por convicciones intelectuales y cívicas) nos
parece muy importante y oxigenante que nuevas camadas de profesionales
continúen con el rumbo y la inquietud de no olvidarse del pasado y de
rescatarlo de la memoria, siempre parcial e interesada, de quienes vivieron
(vivimos) los procesos que se narran. Se trata de una perspectiva
imprescindible para entender lúcidamente el presente.
José Hernández, en su “Martín
Fierro”, ya nos advertía con perspicacia que “olvidarse de algo, también es tener memoria”. Indagar sobre lo
pasado, aunque a veces trágico y doloroso -como en este caso, sobre la
dictadura cívico-militar iniciada en 1976- constituye un ejercicio necesario en
la búsqueda y en el anhelo de contribuir a la construcción de un futuro mejor.
En este sentido, la tesis
doctoral de Rodríguez -publicada ahora como libro- resulta una singular
contribución que trasciende el propio campo de la universidad y sus agentes
(docentes, estudiantes, trabajadores no docentes, profesionales) y proporciona
al conjunto de la sociedad valiosos datos y reflexiones que describen y
analizan con rigor los acontecimientos por los que atravesó la provincia (¡mi
vieja y añorada provincia!) de Misiones y su Universidad.
Como bien recuerda la
investigadora del CONICET Laura Graciela Rodríguez (citada por el autor del
libro), al inicio de la dictadura, en marzo de 1976, había 26 universidades
nacionales en el país. El 29 de marzo se designaron “delegados militares” o
“interventores” en la totalidad de las casas de estudios superiores. Doce
universidades fueron controladas y comandadas por el Ejército, siete por la Armada y otras siete por la Fuerza Aérea. Ese mismo día
asumió como ministro de Educación, Ricardo Pedro Bruera, un conocido militante
católico conservador y profesor de la Universidad Nacional
del Litoral. La
Universidad Nacional de Misiones tuvo el “privilegio” de caer
en manos del Ejército y el delegado militar que intervino la institución fue un
coronel: Walter César Ragalli.
Sobre los hábitos personales
del coronel (de la dictadura “moralista”) Ragalli, el investigador Rodríguez
nos brinda un par de sugerentes testimonios de sendos docentes de la época: “tuvimos la suerte de que a este
rector-interventor le interesaran mucho más las faldas que los subversivos”;
y “… lo único que le interesaba era
levantarse alguna secretaria y anduvo persiguiendo a las chicas… y al poco
tiempo se consiguió un trabajo más interesante que fue el ente Mundial ‘78”.
En efecto, el coronel (además
de sus correrías) pasó de “Rector” universitario a Gerente de Asuntos
Especiales del EAM’78, el Ente Autárquico del Mundial de fútbol que se disputó
en Argentina en 1978.
Muy interesante resulta la
constatación histórica de que el interventor Ragalli confirmara en sus cargos a
distintos Secretarios y funcionarios de la gestión anterior, entre ellos a
varios destacados dirigentes de las “fuerzas vivas” de la provincia (el
contador René Troxler, el profesor Martín González) que habían impulsado el
MOPUM (Movimiento Pro Universidad de Misiones).
En marzo de 1974, el médico
Raúl Justo Lozano (cuñado del coronel Juan Antonio Beltrametti, que fue Jefe
del Área Militar 232) había sido designado como Rector-Normalizador de la UNaM. Lozano, que
mencionaba a Oscar Ivanissevich (ministro de Educación de María Estela
Martínez) como su “maestro y amigo” y
que en sus memorias de gestión se vanagloriaba de haber logrado que “los zurdos de Ciencias Sociales invernaran”
y que “el marxismo y las ideas
extranjerizantes no tuvieran cabida en la UNaM”, nombró -ya en esa época- a varios
líderes del MOPUM (González, Troxler) como Secretarios Generales y asesores
económicos de la flamante universidad.
Según narra Rodríguez en su
tesis, bajo la conducción del rector Lozano, “el 16 de octubre de 1974, se decidió la incorporación como parte de la
universidad, del Instituto Privado de Administración de Empresas (IPAE), que
hasta entonces había sido un importante bastión de los integrantes e intereses
del MOPUM”.
Bien señala nuestro autor,
cuando expresa que “atrás quedaban esos
antiguos integrantes y referentes del MOPUM que en los años anteriores a la
oficialización de la UNaM
y ante los cuestionamientos recibidos por parte de ciertos sectores sociales y
estudiantiles, afirmaban: “[…] Ninguno
de los integrantes del MOPUM, pretenden la figuración, ni persiguen acomodos
futuros políticos, ni administrativos…” (destacado mío).
El 14 de mayo de 1976, Martín
González era el Secretario General de Asistencia Social y Bienestar Estudiantil
de la universidad intervenida por la dictadura. Ese día firmó, junto con el
coronel-interventor Ragalli, la Resolución Nº
293 mediante la cual aprobaron oficialmente las “Normas para el otorgamiento de
Becas para los estudiantes de la
UnaM”. Entre las condiciones generales se exigía que los estudiantes
interesados en obtener este beneficio, debían “observar buena conducta y
moralidad” y “no profesar ideologías contrarias al
sentimiento nacional y a nuestra tradicional forma de vida” (destacado
del autor). Ya sabemos, don Martín González (dirigente del desinteresado
MOPUM), y siempre lo supimos, qué significaban en la práctica concreta esas
expresiones reaccionarias (“conducta”, “moralidad”, “sentimiento nacional”,
“tradicional forma de vida”), pretendidamente diluidas bajo en lenguaje
edulcorado y confusamente moralista.
Además de sus acciones
privadas extra-académicas (aunque según los testimonios rondaban el propio
ámbito de la universidad) el militar interventor de la UNaM desplegaba una eficiente
acción, en obvio correlato con las orientaciones de la dictadura cívico-militar
vigente.
Veamos. El periódico
“Territorio Digital” publicó, el 22 de septiembre de 2009, una nota titulada “A
la Gestapo
académica no se le escapaba nadie en la
UNaM”. En la misma se mencionaba que “innumerables eran las metodologías utilizadas por los integrantes de
la fuerzas armadas para recabar datos de los ciudadanos durante la época de
hierro. Una de las más utilizadas era conseguir información de los docentes y
estudiantes en los pasillos de la
UNaM. “No se les escapaba un solo detalle”, comentó la
testigo Carmen Nuñez durante la cuarta jornada del debate oral de la causa
iniciada a Carlos Humberto Caggiano Tedesco y a Juan Antonio Beltrametti, por
un total de 93 delitos imprescriptibles. Una de las cabezas del operativo de
inteligencia era el interventor de la
UnaM, “el coronel Walter Ragalli, ordenaba los informes a
Herminio César Santiago (“lector asiduo de la revista Cabildo”, según uno
de los testimonios recogidos por Rodríguez en su investigación). Eso me lo contó una amiga que trabajó como
secretaria privada del Rectorado durante esa época, y vio mi nombre escrito en
los papeles. A esa Gestapo no se les escapaba nada”.
El ensañamiento
fundamentalista de algunos personajes de esa nefasta época no tenía límites.
Citando una crónica del diario “El Territorio”, Rodríguez destaca que “el coronel Carlos Caggiano Tedesco,
recientemente juzgado y condenado en la provincia de Misiones por delitos de
lesa humanidad -al hacerse cargo el 5 de enero de 1977 de la Jefatura del Área 232
(Distrito Militar Misiones) y en presencia del titular del segundo cuerpo de
ejército, Leopoldo Galtieri y el Almte. Eduardo Massera-, sentenciaba: “debemos
ampliar la finalidad de esta lucha, llegando a lograr la conquista total de la población misionera, procurando la
participación y el apoyo fanático de la población a las fuerzas del orden.
Debemos procurar eliminar a los neutrales e indiferentes, en el marco de la
lucha contra la subversión. […] Nadie
puede estar ausente de esta lucha. […] le pedimos a Dios que nos guíe en
nuestro camino”. (destacados de Rodríguez). Además del destacado original
de Rodríguez, subrayaría doblemente los términos “fanático” y “eliminar”. Ambos
denotan la negación de toda humanidad: no hay raciocinio ni compasión en el
accionar de los fanáticos.
En el diario digital “Misiones Online” (Posadas – 25 de
junio de 2008), el ex Rector de la
UNaM, Carlos Alberto Roko, contó que los nombramientos,
incorporaciones y ascensos, en las diferentes dependencias de la Universidad, en el
tiempo que estuvo al frente de la
Casa de Estudios, tenían que contar con el visto bueno del
Jefe del Área 232, a
cargo del ex coronel Caggiano Tedesco.
Roko, doctor en Ciencias
Económicas, quien había asumido el cargo de Rector el 3 de febrero de 1978,
indicó que esa “metodología” era “común”, y que él “solicitaba al jefe del Área 232, por medio de un escrito, antecedentes
de la persona”. “Si no recibía el visto bueno de Tedesco, no podía nombrar,
ascender ni incorporar a nadie”. Agregó que el militar Tedesco era “el encargado de responder el escrito”,
que contaba con el sello y la firma del propio jefe del Área 232.
Entre los antecedentes que
solicitaba el rector al jefe del Ejército en Misiones, se encontraban los
“ideológicos”, que apuntaban a conocer si alguno de los profesores tenían
alguna relación o militancia con los partidos políticos. “Estos tipos de antecedentes eran para filtrar. Evitando el ingreso de
ciertas personas a la
Universidad, con algunas posturas ideológicas, ya que el
Gobierno había afilado su mira (sic)
a la Universidad,
porque para ellos era un foco conflictivo”, subrayó Roko.
Por cierto, sería muy
ilustrativo y necesario, para recuperar la verdad de los hechos históricos,
acceder a todas las notas elevadas por el rector Roko al militar y las
respuestas “con el sello y la firma” de Tedesco, quien reclamaba la
participación y el apoyo fanático de la población a las fuerzas del orden y
proponía eliminar a los neutrales e indiferentes y exigía que nadie podía estar
ausente de esa “lucha”.
En el mismo acto (que cito
precedentemente), del 5 de enero de 1977, el almirante genocida Emilio Eduardo
Massera pronunció un enfático discurso, en algunos de cuyos tramos (“educarnos
para ejercer la libertad”, por ejemplo) parecía intentar compararse con el
revolucionario pedagogo brasileño Paulo Freire. Rodríguez lo consigna así:
“[…] Los militares sabemos
bien, qué corto es el alcance histórico de las armas de fuego, qué perecedero
es el poder de la fuerza y qué efímera es la victoria bélica, cuando no va
acompañada de una firme convicción cultural que dé sustento permanente a
los hombres y las mujeres que -ellos sí- van a tener la suerte de protagonizar
la paz. Por eso la educación constituye
hoy, una exaltada prioridad en la reorganización de la República. Así lo entiende la Armada
y así lo entienden las fuerzas hermanas. De nada serviría la destrucción
física del enemigo, sino dotamos a los ciudadanos de los elementos necesarios
para que cada uno neutralice, en la intimidad de sí mismo, la constante
agresión ideológica. Esto no quiere decir, de ninguna manera, que debe
entenderse a la educación como un instrumento para domesticar ideas o docilizar
consciencias. Necesitamos educarnos para ejercer la libertad. Necesitamos
educarnos para cuando llegue el momento con nuestro país reorganizado, podamos
elegir y no sólo votar. Necesitamos educarnos para que volvamos a distinguir la
diferencia sustancial que hay entre las crueldades, masivas o individuales, y
ese antiguo y fabuloso motor del mundo que es la rebeldía creadora. Necesitamos
educarnos para que volvamos a creer otra vez en el amor, en el ingenio, en el
razonamiento, en los fuegos del talento y en sus resultados de belleza
abrumadora, en las palabras buenas y hasta en la misericordia de algunos
silencios. […] El futuro es nuestro y nos espera. Pero a este futuro esquivo
hay que tomarlo por asalto de una vez. Vamos soldados. Vamos misioneros. Al
ataque, que la victoria es nuestra. Y ésta será la victoria de la vida”
(destacados del autor).
Aquí Massera, el represor
“lúcido”, estaba convocando -para esa malsana cruzada- a los docentes y, por lo
tanto, también a los universitarios de la UNaM. Considerado
por algunos como el más “intelectual” y “político” de los líderes genocidas,
Massera aspiraba (y lo inició) a construir un partido político que lo
legitimara y lo respaldara en sus ambiciones de llegar a ser presidente de la Nación.
Ello lo condujo a intentar
alianzas con algunos sectores políticos y a bregar por la incorporación a su
proyecto y a su estructura organizativa a distintos referentes de la civilidad,
en pos de sus objetivos. Y, por supuesto, no habrá estado ausente la
alternativa de la posible participación de miembros de la comunidad
universitaria. Seguramente (y ojalá sea en breve) futuras investigaciones en la UNaM podrán auscultar y
arrojar vital luz (tal vez no para algunos) sobre el accionar de reclutamiento del
“amigo” Massera en Misiones y sobre sus probables seguidores.
Por cierto, como todos
sabemos, las propuestas dictatoriales necesitan -para sostenerse y perpetuarse-
de apoyos y complicidades civiles de diversa índole e intensidad. Por fuera de
las adhesiones más directas y aberrantes, en esas participaciones -como la
historia mundial lo demuestra- se verifican complejas y controvertidas
situaciones (si se quiere a veces una suerte de “zona gris”) donde se cruzan el
individualismo, el desinterés por lo colectivo, la resignación ante lo
supuestamente inevitable, los miedos, la seguridad personal y familiar, las
“ventajas” del silencio, la no reacción ante el oprobio generalizado y hasta el
acostumbramiento y la naturalización.
Estas opiniones no las
volcamos recién ahora en 2016. Con el permiso del autor y de los lectores del
libro, me decido a consignar (aunque un poco extenso) lo que manifesté en una
disertación (luego publicada) el 3 de junio de 1984 en Tucumán, a escasos meses
de la finalización de la dictadura, en un Congreso Nacional de Trabajo Social.
En esa ocasión, expresé:
“Sobre las actuaciones individuales (durante la dictadura) queremos
enfatizar que tendremos que saber diferenciar, básicamente, entre quienes
produjeron participaciones concientes de acople y apoyo a las normativas
oficiales, y aquellos que razonablemente tuvieron que adecuar en parte su labor
profesional, para preservarse de las cesantías y de las detenciones. ¡No es lo
mismo, una y otra actuación!
Cada cual sabemos hasta dónde tuvimos que conceder; hasta dónde
legítimamente tuvimos que callar para preservar la fuente de trabajo y hasta la
propia existencia física. Pero también están los que acompañaron sin rabia o
resignación siquiera y que actuaron, en algunos casos, hasta con adhesión, ante
la barbarie que se registraba adentro y afuera de la profesión.
Los trabajadores sociales, por nosotros y por la dignidad del pueblo
con el cual trabajamos, tenemos el derecho y la obligación de evitar
constituirnos en un conglomerado amorfo, vacío de memoria colectiva. Debemos
contribuir, en el ámbito de nuestra profesión, a hacer evidentes las conductas
oportunistas y de metamorfosis, de aquellos que actuaron mal a sabiendas y que
ahora pretenden ampararse, haciéndose pasar como críticos de primera -¡recién
ahora!- del fenecido proceso oligárquico.
Queremos advertir que no sugerimos ninguna variante revanchista; pero
tampoco queremos contribuir a la candidez o a la zoncera, porque son muchos los
que han medrado con la vigencia del “Proceso”, aunque ahora lo quieran
disimular. Estos sectores seguramente reaparecerán con toda hipocresía, vivando
la recuperación democrática y renegando de lo que aconteció en el pasado”.
Hacia el 2010, desde la Secretaría de Derechos
Humanos de la Provincia,
me invitaron a escribir sobre mi paso por Misiones. Cerré esas líneas diciendo
que “A pesar de todo todavía estamos de
pié, todavía “cantamos”, en pos de una sociedad más justa. Nos golpearon
fuerte, pero nos fuimos rehaciendo. Nos hicieron retroceder, pero de a poco
volvimos a avanzar. Y para seguir avanzando es imprescindible no perder la
memoria. Porque son muchos, civiles y militares, los que apoyaron la dictadura
desde distintos lugares y cargos y ahora aparecen disimulando y reciclados,
como si no hubieran tenido ninguna responsabilidad en la barbarie generalizada
de la época. Porque la memoria y el develamiento de quienes contribuyeron con
la dictadura, resulta indispensable para evitar la repetición de los hechos.
Todo lo que se haga en este sentido siempre será insuficiente, porque los
genocidios -tanto en lo que respecta al accionar de sus actores principales,
como en los diversos grados de complicidad que se registraron- no pueden ni
deben ser olvidados”.
Por todo ello, quiero
resaltar que resulta significativo el aporte de Jorge Rodríguez, nuestro autor,
porque investigó y escribió con rigor y compromiso acerca de la dictadura,
acerca de la UNaM
y también acerca de las disímiles actuaciones de los universitarios no
militares. Muchas gracias, entonces Jorge, por tu esfuerzo intelectual para
traernos al presente reveladores aspectos de la historia de nuestra UNaM en
esos trágicos momentos de la dictadura cívico-militar, para contribuir a que ni
los civiles ni los militares vuelvan a aprestarse a debilitar el funcionamiento
democrático o a condicionarlo con modalidades autoritarias o bordeando lo
dictatorial, como lamentablemente pareciera intentar reinstalarse con el
proyecto neoliberal de la
Argentina de hoy.
Norberto Alayón
Profesor
Titular de la UBA
Ex Profesor Titular de la UNaM
Enero de 2016