Hace 2 años escribí esta nota con el
título “LOS GORILAS NO SON PROGRESISTAS”. Entiendo que, lamentablemente, sigue
teniendo plena vigencia en la actualidad.
SE AGRADECE COMPARTIR.
El virtuoso y destacado periodista Luis
Bruschtein hizo mención, en su artículo del 11 de diciembre publicado en el
diario “Página 12”, al “progresismo gorila”. Al respecto, nos parece
conveniente exponer algunas apreciaciones tendientes a pensar la pertinencia de
esa caracterización, señalando -no obstante- que esa referencia tangencial no
invalida, en modo alguno, la certeza central de dicho texto con el cual
coincidimos plenamente.
En los países subordinados al
imperialismo, posicionarse en rechazo del campo nacional y popular lleva
indefectiblemente a la negación de la eventual categoría “progresista”.
De ahí que, en Argentina, los
antiyrigoyenistas de ayer y los antiperonistas de ayer y de hoy renuncian
objetivamente, aún sin saberlo en muchos casos, al comportamiento presuntamente
“progresista” en relación a los proyectos populares concretos, es decir
alejados de posiciones abstractas, de principismos estériles, de alegatos y
exhortaciones infantiles.
Obviamente, en nuestro país, se puede no
ser peronista; pero ser ANTIPERONISTA (gorila, en su versión más doméstica y
cotidiana) niega desde el vamos cualquier pretensión de asumirse como
“progresista”.
La incomprensión acerca del carácter y
particularidades de los “países oprimidos” (en términos del propio Lenin, el
ruso, no del lamentable ecuatoriano de hoy) lleva sistemáticamente a los
“progresistas” y a los “izquierdistas” a posicionarse en contra del campo
popular y, en definitiva y en concreto, terminan abonando el campo
antinacional.
Se muestran inhibidos e incapaces de
comprender las contradicciones principales por las que atraviesan nuestros
países, aún oprimidos y no significativamente libres, en los aspectos cruciales
de la soberanía política, de la independencia económica y de la justicia
social. Y precisamente (y no es casual) son estas tres las fantásticas banderas
nacionales, todavía inconclusas, levantadas y reivindicadas por el peronismo en
el caso de Argentina.
Para recordar un solo y grave ejemplo.
¿Dónde estaban los “progresistas” y los “izquierdistas” en la crucial elección
de 1946, cuando la contradicción principal era “Perón o Braden (el embajador
norteamericano)”? Como es sabido, estuvieron objetiva y concientemente con
Braden en la llamada “Unión Democrática”. Los “negros”, los desharrapados del
sistema, comprendieron y votaron por la verdadera versión progresista (nacional
y popular, aún con limitaciones por supuesto) que era Perón y no Braden. Los
pulcros “progresistas”, que habían caracterizado a aquellos peronistas
incipientes del patriótico 17 de octubre de 1945 como “aluvión zoológico” o
como una “turbamulta con aspecto de murga”, ¿a quién votaron?: votaron sin
dudar al candidato que impulsaba abierta y descaradamente el embajador
norteamericano Braden.
Lamentablemente, la lucha entre las
naciones opresoras y las naciones oprimidas sigue vigente. Disociar la anhelada
y futura “liberación social” de la aún pendiente “liberación nacional” es
suicida y se distancia desde luego de la perspectiva y del tránsito hacia la
liberación total. Y es que el imperialismo y las oligarquías nativas aliadas al
mismo continúan siendo el enemigo principal de nuestra emancipación.
Resulta vital poder reconocer el valor y
la progresividad histórica de los movimientos nacionales y populares
(democrático-burgueses) en nuestros países. Y es bien llamativo cómo la derecha
y la “izquierda” suelen coincidir en los hechos en la oposición a dichos
movimientos. La derecha actúa coherentemente en función de sus intereses y la
preservación de sus privilegios, mientras cierta “izquierda” demuestra su
trágica incapacidad para comprender la cuestión nacional en nuestros países.
De ahí que, aunque pudiera parecer como
ofensivo, no sólo existen cipayos de “derecha”, sino que algunos otros (aún con
las mejores intenciones, pero de principismo abstracto) se transforman en
cipayos “de izquierda”. Porque los “izquierdistas”, en nuestra sojuzgada
América Latina, son meramente “izquierdistas”: en definitiva, podría decirse
que no son la izquierda.
Por todo ello, los “gorilas” -embebidos
de una enorme incomprensión y hasta de odio hacia los sectores populares- no
son progresistas. Reiteramos, entonces, que -por supuesto- se puede no ser
peronista, pero en Argentina ser antiperonista (gorila, de derecha o de
izquierda) nos aleja irremediablemente de la necesaria construcción de un país
más libre y más justo.
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