PARA REFLEXIONAR SOBRE: “PUEBLOS ORIGINARIOS” E “INDIGENISMO”
Evo Morales: Lamentable convocatoria
22 de diciembre,
2020 - Periódico El Predicador Argentino (Córdoba)
Por Roberto A. Ferrero
Es lamentable la convocatoria del ex presidente de Bolivia para
constituir una “RUNASUR (sic) de los pueblos”. Bajo la excusa de volver a
reunir a los pueblos y las naciones (usamos el término de modo convencional, porque
la única nación es Latinoamérica) que el neoliberalismo en el poder en varios
países dispersó y abandonó, Evo está en realidad haciendo un llamamiento a
aumentar y legitimar la balcanización y la fragmentación de Latinoamérica. Esto
es así porque la médula de su convocatoria es para que los “pueblos
originarios” se esfuercen dentro de cada nación para constituirlas en
“Estados Plurinacionales”, como el Estado boliviano. El sólo hecho de llamar
ingeniosamente a su proyectada construcción política “RUNASUR” en lugar de
UNASUR, es de entrada una reivindicación indigenista respecto a los “runas”
nativos.
El establecer en la misma Constitución el carácter de
“plurinacional” de Bolivia fue un grave error, o en todo caso una necesidad
para lograr la suma de distintas parcialidades altoperuanas indígenas para
enfrentar y derrotar a la derecha antinacional. Pero no hay por qué hacer de la
necesidad virtud. Ya el mismo Evo experimentó los inconvenientes de gobernar
con varias “naciones originarias” dentro de Bolivia: unas “naciones se negaban
a admitir que una carretera de importancia estratégica y articuladora del
espacio nacional pasara por “su” territorio; otra se negaba a que se
construyera un dique sobre “sus” ríos y otra, en fin -pero hay más- negociaba directamente
como “nación soberana” con los monopolios petroleros para entregarles en
concesiones leoninas “su” precioso oro negro, que es de todos los bolivianos.
Si una parcialidad étnica es mayoría en un país, es justo y lógico que lo
gobierne -para todos- pero no que lo divida. Y si es minoría, que luche junto
al resto del pueblo para hacer valer sus derechos, pero no para fracturarlo.
Y es curioso que después de haber experimentado estas y otras
dificultades propias de un “estado plurinacional (que es una construcción
aún más laxa que una Confederación) Evo Morales pretenda recomendarlo para
otras latitudes. Ya la delegada Sonia Gutiérrez de la “nación originaria” maya
de Guatemala, se comprometió, al terminar el reciente Encuentro de Pueblos y
Organizaciones del Abya Yala (otra fantasía inexistente), a que al volver
a Guatemala lucharía por convertir a la patria de Juan José Arévalo y
Miguel Ángel Asturias en otro Estado “plurinacional”, en vez de bregar por la
gran idea históricamente progresiva de la Unidad Centroamericana por la que
tantos guatemaltecos dieron su vida, como Justo Rufino Barrios y otros como él.
En momentos en que los pueblos buscan unificarse en grandes espacios soberanos
y sólo el imperialismo piensa lo contrario, los dirigentes indigenistas y
etnopopulistas impulsan decididamente la fragmentación nacional, la
balcanización étnica, que aumentará aún más la que actualmente padecemos. Es
correcto reconocer a las parcialidades indígenas el status de Propiedad Comunal
que destruyeron los liberales en el Siglo XIX para despojarlos de sus mejores
tierras, como lo es igualmente reconocerles su derecho a desarrollar su cultura
propia y su lengua, sin sabotear el idioma castellano aglutinante y vertebrador
(bilingüismo) y sin repudiar a aquellos grupos que voluntariamente quieran
asimilarse a la sociedad global –como de hecho está ocurriendo- y abandonar lo
que para ellos es un ghetto indeseable.
La libertad de elección ante todo.
Ni qué decir que estos reconocimientos tienen un límite: la estatalidad
y la soberanía territorial, que serán siempre los de la entidad mayor y
-ésta sí- originaria. No podemos admitir más Estados que los existentes. No
podemos ir, contra nuestros propios intereses como latinoamericanos, contra la
corriente de la historia. Respeto a las minorías, mejoramiento de su calidad de
vida, sí. Nuevos estados soberanos, no. Cada nuevo Estado “originario” que se
cree será presa fácil, con todos sus recursos naturales, de las corporaciones y
el imperialismo. Es explicable que el explotador extranjero –de EE.UU.,
Alemania, Francia, Inglaterra-alimenten al indigenismo fundamentalista y
balcanizador, proveyéndolo financieramente a través de distintas “fundaciones”,
ONGs e instituciones similares, además de darle espacios desmesurados en la
prensa comercial hegemónica. A ellos les conviene nuestra dispersión, que
es debilidad. A nosotros, no.
De paso sea dicho: ¿Por qué las tribus y restos de tribus
indígenas son los pueblos “originarios”? Originarios somos todos los
nacidos en el suelo americano, y los únicos no-originarios son los extranjeros.
Pero los descendientes de los Bustos de Córdoba, por ejemplo, que hace cuatro
siglos habitan en la Argentina ¿son menos originarios que los araucanos de
Calcufurá que se establecieron en nuestras llanuras recién en el siglo XIX,
después de haber exterminado a traición a los voroganos? Y lo mismo diremos de
los hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes italianos, judíos, franceses,
alemanes o árabes e tutti quanti. Todos ellos son “originarios”. Lo correcto
sería que estas etnias se llamaran a sí mismas “pueblos antiguos” o “más
antiguos”, pero no que pretendan la exclusividad de un origen que los demás
también tenemos, en cuyo caso no habría nada qué objetarles.
Por lo demás, la antigüedad y la originariedad por sí mismas no
otorgan derechos especiales. Lo que cuenta, más que este concepto meramente
estático, es el aporte que a la comunidad ha realizado cada colectividad, sea
en la producción material, las artes, la técnica, la política, la organización
social, siempre que no haya sido hecho en desmedro de otra parte de la sociedad
nacional, obviamente.
En realidad, la inmensa y abrumadora mayoría de los
latinoamericanos somos mestizos. Algún mestizo, que tiene mezcladas sangre
“originaria” y sangre francesa, por ejemplo, puede declarar que -en virtud de
esa parte de sangre indígena que corre por sus venas- él es miembro de un
“pueblo originario”. Pero, con el mismo derecho, otro en igual situación podría
proclamar a los cuatro vientos que él es francés…Ambos están equivocados: ni
uno es “originario” ni el otro es “francés”, aunque quieran serlo. Simplemente,
son mestizos y deberían admitirlo orgullosamente.
Finalmente, hay que señalar que en esta “onda” indigenista de
“pueblos originarios” -en general, no seguida por la masa de los indígenas
invocados, que fluyen a las ciudades en busca de un destino mejor- hay
mucho de moda y de arbitrariedad. Especialmente en sus líderes, que no son
“originarios”, sino mestizos. Tal el caso de Facundo Jones Huala, protagonista
de actos de “acción directa” en el sur argentino-chileno:es hijo de una mapuche
y de un granjero…¡británico! En La Falda, provincia de Córdoba, está radicado
un militante indigenista que es descendiente de alemanes y que voluntariamente
ha elegido ser…comechingón. Perola raza, o la estirpe o como se quiera
llamarla, no es producto de una elección deliberada como ser hincha de un club
de fútbol. Es una construcción histórica de biología y cultura. Del mismo modo
alguien puede pretender ser voluntariamente descendiente de marcianos,
pero ninguna declaración en ese sentido lo convertirá en tal individuo si no ha
nacido de una marciana. La raza, la estirpe, son realidades objetivas, no
subjetivas. Se pertenece o no se pertenece a un “pueblo originario”, más allá
de la voluntad declarada en uno u otro sentido.
Para terminar: como hemos dicho reiteradamente, los movimientos
indigenistas deberían sumar sus reivindicaciones legítimas a las del resto de
los grupos, clases y colectivos que deben integrase en un gran movimiento
nacional y popular. No enarbolarlas por separado, porque así serán inofensivas
y funcionales al stablishment.
Córdoba, 21 de Diciembre de 2020
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