Comparto el
Prólogo que escribí para el libro de Horacio Sabarots (compilador): “Crecer
fuera de casa. La problemática de niñas y niños institucionalizados en la
provincia de Buenos Aires”. Universidad Nacional del Centro de la Provincia de
Buenos Aires. Tandil. 2017
Prologar un
libro de historias de vida como éste, cuyo título es “Crecer fuera de casa”,
nos anticipa una lectura no liviana, no edulcorada. Nos coloca de antemano en
una situación de percepción y tensión intelectual que casi permite avizorar el contenido
del libro, aún sin haberlo leído.
Se trata de
una propuesta cuya riqueza se centra en la posibilidad de abrir un debate serio
e informado sobre una cuestión que moviliza sendas sensibilidades de distinto
signo ideológico-moral: la institucionalización de niños, niñas y adolescentes tanto
en los ámbitos institucionales de la penalidad juvenil, como en los dispositivos
de cuidado alternativo.
“Crecer
fuera de casa” nos induce a prepararnos para una lectura doliente, porque la
sola mención del título ya da cuenta de la distorsión vigente y del componente
de violencia que impera en una sociedad que desarraiga a los niños y
adolescentes del lugar central que les corresponde: el hogar y la escuela.
Porque ¿quién, en su sano juicio, desearía para sus hijos o nietos que vivan y
crezcan fuera del hogar y fuera de la escuela?
Complejas,
traumáticas, pero también corrientes (como no podría ser de otra manera, en el
tipo de sociedad en que vivimos), las tres historias de vida de Paula, Francisco
y Manuel articulan centralmente el contenido del libro, elaborado por cinco
profesionales de distintas disciplinas (antropología, abogacía, medicina y comunicación).
Resulta
sugestivamente interesante que una legisladora de la provincia de
Buenos Aires
(María Isabel Gainza) haya acudido a la Facultad de Ciencias Sociales de una
universidad pública, la del Centro de la Provincia de Buenos Aires, para solicitar
e impulsar el estudio de esta temática.
En la
Introducción, las y los autores destacan que el objetivo del libro pre-tende
“aportar a la visibilización y reflexión de cuestiones críticas de la niñez más
desfavorecida, que a veces se elige consciente o inconscientemente no mirar, y
a poder escuchar más lo que los pibes y pibas nos dicen sobre lo que les pasa
en sus vidas”.
En el
capítulo en el que se analiza la perspectiva jurídica, se plantea el interrogante
(pertinente y siempre recurrente) acerca de si las niñas, niños y adolescentes
son sujetos de derechos. Esta es la pregunta que siempre nos hacemos los que
nos dedicamos a esta temática. ¿Por qué y hasta cuándo nos tendremos que seguir
preguntando lo mismo?
La pregunta,
lamentablemente, sigue teniendo vigencia precisamente porque para no todos los
niños y adolescentes del país sus derechos –a la alimentación, a la salud, a la
educación, a la vivienda, a la justicia, a la participación– están plenamente garantizados.
Más allá de los avances for-males en las normativas jurídicas, las lógicas
institucionales tienden a preservar las tendencias al control y al
disciplinamiento, básicamente, de los niños pobres y no a garantizarles sus
derechos violentados.
Hacen bien
en recordar en el libro que, según el fallido sentido común (que reproducen
muchos jueces y profesionales), hay “niños” y “menores” en la sociedad, según
pertenezcan a distintas clases sociales. La murga uruguaya “La Mojigata” declama:
“Los que piden un triciclo para Reyes ¿qué son? son los niños. Los que piden
una moneda en la calle ¿qué son? son menores. Los que juegan con juguetes de colores
¿qué son? son los niños. Los que hacen malabares con limones en la calle ¿qué
son? son menores”.
Un
desgraciado y lacerante tema que atraviesa el libro, lo constituye el suicidio del
joven Manuel, mencionado en varios de los capítulos. Se quitó la vida en
diciembre de 2014. Tenía 23 años y dos hijos, y desde los 14 años había
transitado por numerosas instituciones penales. Los organismos
de
“protección”, estatales y privados, no pudieron ayudarlo lo suficiente. Decidió
concluir con su vida por “no dar más”. En ocasiones, expresaba desconfianza
sobre la actuación de los profesionales intervinientes: “Ahí adentro aprendés a
bancártela solo, sabés que no podés confiar en nadie, menos en los psicólogos
que son los que hacen los informes para el juez”.
Con Manuel,
como en tantísimos otros casos, la “sociedad” falló una vez más. Llegó tarde.
Para graficarlo los autores consignan las estrofas del ballenato colombiano,
popularizado por Vicentico: “Los caminos de la vida, no son lo que yo esperaba.
No son lo que imaginaba. Son muy difícil de andarlos, difícil de caminarlos. ¡Y
no encuentro la salida!”.
Manuel,
sobrepasado por sus duras y permanentes angustias encontró “su” salida. No la
mejor, pero sí la que él –tal vez– pensó que le podría proporcionar el alivio
final que no pudo hallar en el mundo en que vivimos.
No son los
jóvenes los que están “en conflicto con la ley”, como expresa en su definición
y en su uso esta categoría jurídica. Son las leyes las que están en conflicto
con los niños, con los jóvenes, al no preservar sus derechos, al no garantizarles
el acceso a una vida digna y a un humano desarrollo.
¿A quiénes
se castiga más en nuestras sociedades? A los más pobres, a los más desprotegidos,
a los más estigmatizados.
Los sectores
sociales más vulnerados, ante la ausencia de oportunidades, son virtualmente
impelidos a la delincuencia y luego son los más severamente castigados,
configurando un férreo “círculo vicioso”, acerca de lo cual la sociedad no puede
eximirse (cándida o hipócritamente) de responsabilidad.
La delincuencia
y los delitos se construyen socialmente y luego, sólo en el eslabón más débil
de la cadena, se aplican los castigos individuales, con la mágica creencia de
haber solucionado el mal o para aliviar nuestra conciencia por lo que no
hicimos oportunamente como sociedad para prevenirlos. Los adolescentes y los
niños expresan y reconstruyen, con sus comportamientos, las características de
la sociedad en la que viven.
Ciertas
tendencias ideológicas tienden a distorsionar y enmascarar el real sentido de
las cosas y de los procesos sociales. De ahí que se torna necesario desmitificar,
con firmeza, todas aquellas concepciones que atentan contra la existencia de
sociedades más fraternas y equitativas, defendiendo y valorando para el
conjunto de los habitantes la igualdad plena de derechos.
Las
sociedades que asumen modelos político-económicos con un gran componente de
violencia estructural (como la pobreza y la exclusión, por ejemplo), terminan
cosechando lo que siembran. De ahí que la clave debe ser siempre la prevención y
no el castigo.
En suma, “Crecer
fuera de casa” se trata de un libro que testimonia la cruda realidad por la
que transitan muchos niños y adolescentes en el país, configurando –a la vez,
de hecho– una clara y necesaria denuncia acerca de la flagrante violación de
derechos que sufren estos sectores de la población.
Norberto
Alayón
Profesor
Consulto de la UBA. Ex Coordinador Ejecutivo del Grupo Nacional
para la
Defensa de los Derechos de la Infancia y la Adolescencia.