lunes, 20 de julio de 2015

Nota "Marx y el desarrollo capitalista en Argentina", publicada en el Diario "Página 12" (Suplemento Económico "Cash"). Buenos Aires. Julio 19 de 2015.
 
 
 

MARX Y EL DESARROLLO CAPITALISTA EN ARGENTINA

                                                           Norberto Alayón
Profesor Titular Regular – Facultad de Ciencias Sociales (UBA)

El 25 de julio de 1867, en Londres, el alemán Carlos Marx escribió el Prólogo a la primera edición de su obra “El Capital – Crítica de la economía política - Tomo I” (Fondo de Cultura Económica, México DF, 1987, Vigésima reimpresión).

Advirtió que “Allí donde en nuestro país la producción capitalista se halla ya plenamente aclimatada, por ejemplo en las verdaderas fábricas, la realidad alemana es mucho peor (sic) todavía que la inglesa, pues falta el contrapeso de las leyes fabriles. En todos los demás campos, nuestro país, como el resto del occidente de la Europa continental, no sólo padece los males que entraña el desarrollo de la producción capitalista, sino también los que supone su falta de desarrollo. Junto a las miserias modernas, nos agobia toda una serie de miserias heredadas, fruto de la supervivencia de tipos de producción antiquísimos y ya caducos, con todo su séquito de relaciones políticas y sociales anacrónicas (sic). No sólo nos atormentan los vivos, sino también los muertos. Le mort saisit le vif! (sic)”.

Marx reconoce, aunque sin defender al capitalismo por supuesto, que existía un doble y simultáneo sufrimiento: por la presencia del capitalismo y también por la falta de desarrollo capitalista.

Cien años después, el destacado dirigente de la izquierda nacional en Argentina Jorge Enea Spilimbergo argumentó que “nuestro capitalismo, fundado en la estancia y no en la fábrica, es un capitalismo del atraso, colonial, desprovisto de estructura y de técnica capitalistas” (“El socialismo en la Argentina”, Ediciones Octubre). Agregando que “la oligarquía terrateniente, pese a ser una clase capitalista, se yergue como obstáculo formidable opuesto al desarrollo capitalista, es decir al proceso de acumulación de las fuerzas productivas”.

Para la misma época en Argentina, José Luis Madariaga (“Introducción al socialismo”, Ediciones Octubre) refiriéndose a la oligarquía, afirmaba que “es una clase capitalista (sic) que se funda en la explotación del proletariado rural. Pero la fuente de sus ganancias no es la plusvalía, sino la renta diferencial (sic). La propiedad privada sobre la tierra, bajo el capitalismo, permite al terrateniente embolsarse una renta, que deriva de su monopolio sobre la tierra. Esa renta es diferencial cuando la fertilidad de la tierra permite producir a costos más bajos que los costos promedio de todas las tierras en producción. Como los precios de los productos agropecuarios se fijan en el mercado mundial, en su determinación entran tierras menos fértiles. La oligarquía argentina, por la gran fertilidad de las tierras pampeanas, pudo embolsarse una enorme renta diferencial. Así, no tenía interés en reinvertir sus beneficios en el proceso productivo. Malgastó esa renta en consumos improductivos y de lujo, que importaba de Europa. Al revés de la oligarquía, la burguesía tiende a la ampliación del mercado interno y la acumulación de la plusvalía. La oligarquía es librecambista, enemiga del proteccionismo industrial y, por eso, enemiga del desarrollo de un capitalismo industrial autónomo”.

Spilimbergo, en su texto, agregó que “por cobarde, capituladora y estéril que haya sido, y seguramente será, la política de la burguesía argentina, hay una contradicción insoslayable entre la ley de la acumulación burguesa y del mercado interno (sic), por un lado, y la ley de consumo de la renta (sic), por el otro”. Rematando que “es la frustración de un desarrollo capitalista y no la plétora de capitalismo, el origen de la crisis argentina”.

Como vemos, el carácter parasitario y ocioso de nuestra tradicional oligarquía, que se constituyó como una suerte de “clase capitalista no burguesa”, obstaculizó el desarrollo industrial del país, manteniendo en muchos casos relaciones de tipo cuasi feudal. La enorme riqueza, obtenida por las grandes extensiones de campos y por la renta diferencial de la tierra, condujo a estos sectores a evidenciar un comportamiento exento de “dinamismo burgués” y antiindustrialista. Con semejantes ganancias, los terratenientes no estaban interesados en reinvertir sus beneficios.

Tal vez, de este origen “naturalmente perezoso” de la oligarquía, nuestras burguesías nacionales hayan encontrado una suerte de modelo productivo a imitar, ligado a la búsqueda de ganancias desmedidas, con un mínimo de riesgo e inversión o bien aprovechando protecciones, prebendas, abusos y saqueos sobre el Estado para que respaldara sus intereses privados, por sobre el bienestar del conjunto de la sociedad. Con frecuencia, esta violación de la esencia misma del funcionamiento capitalista, ligada a la inversión y al riesgo, constituye una conducta irredimible: quieren ganar fortunas -y además en el menor tiempo posible- sin correr prácticamente ningún tipo de riesgos.  

En Argentina, en el 2015 y en el contexto de un capitalismo dependiente, permanece vigente la tensión entre las propuestas de cierto desarrollo sólo para algunos, con exclusión y pobreza para muchos y, por otro lado, las propuestas de mayor inclusión y redistribución más equitativa de la riqueza, conjuntamente con la superación de niveles de atraso, incompatibles con la necesaria consolidación de un país desarrollado.

Potenciar la industrialización; mejorar la insuficiente infraestructura; multiplicar las obras públicas; rescatar el control y explotación de los recursos naturales; administrar con sentido nacional los servicios estratégicos de transporte, comunicación, vivienda, educación, salud; fortalecer el desarrollo científico y tecnológico; entre otros, constituyen desafíos insoslayables en la perspectiva de avanzar en el intento de recuperación de mayor soberanía, de mayor independencia y de mayor igualdad.

Claro que a las conservadoras concepciones que históricamente bregaron por el bienestar sólo de algunos pocos y, en espejo opuesto, por el malestar de muchos otros, se les adicionó el fundamentalismo neoliberal de los 90 que arrasó escandalosamente con bienes y derechos conquistados con el esfuerzo y la lucha de las generaciones precedentes. Como agudamente describe el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos “el neoliberalismo, basado en el capital financiero, es la versión más antisocial del capitalismo”.

El politólogo brasileño Emir Sader destaca que “El neoliberalismo buscaba destruir la imagen del Estado -especialmente en sus aspectos reguladores de la actividad económica, de propietario de empresas, de garante de derechos sociales, entre otros- para reducirlo a un mínimo, colocando en su lugar la centralidad del mercado”. Y enfatiza que “El Estado, refundado o reorganizado alrededor de la esfera pública, es un agente indispensable para la superación de los procesos de mercantilización diseminados por la sociedad”.

Despliega -asimismo- Sader, la idea de que “Democratizar nuestras sociedades es desmercantilizarlas, es transferir de la esfera mercantil hacia la esfera pública, la educación, la salud, la cultura, el transporte, la habitación; es rescatar como derechos lo que el neoliberalismo impuso como mercancía”.

En el mes de noviembre de 2014 se llevó a cabo, en Buenos Aires, un encuentro organizado por un denominado Foro de Convergencia Empresarial. En ese evento, en el que participaron los directivos de las principales compañías del país, intervino el representante de la importante empresa argentina Techint (que tiene fijado su domicilio en Luxemburgo), la cual presidida por el ítalo-argentino Paolo Rocca se dedica especialmente a la fabricación de caños sin costura, destinados a la industria petrolera.

Con brutal sinceridad, el representante del Grupo Techint expresó que “El mercado le va a ganar al Estado”. Fantástica convicción que pone en evidencia el posicionamiento ideológico-político de este tipo de empresarios que, a la par de lucrar con el Estado, simultáneamente se proponen debilitar y “derrotar” al Estado, si éste no se somete de manera dócil y cómplice para garantizarles sus enormes ganancias.

Seguramente, estos empresarios tendrán añoranzas de otros períodos, de otros gobiernos y de otros funcionarios que servían más puntualmente a los intereses de las empresas “argentinas”. Deben extrañar al Dr. Juan Alemann, quien fue secretario de Hacienda del dictador militar Jorge Rafael Videla y del dictador civil José Alfredo Martínez de Hoz, cuando afirmaba con convicción que “… en definitiva, el Estado es el socio oculto de todas las empresas privadas”. En algunos momentos de la historia, el Estado opera como el “socio oculto” de las empresas privadas y en otros como el “socio desfachatado” que ya no necesita disimular, momentos en los cuales los sectores del gran capital despliegan obscenamente sus enormes privilegios, con toda soberbia y hasta como si se tratara de un hecho “lógico y normal”. Muchos empresarios “nacionales” se enriquecieron de manera exponencial e inimaginable con los negocios que encararon con el Estado o con la protección del Estado, especialmente durante la dictadura cívico-militar y luego con el menemismo. 

Estos sectores no soportan la existencia de un Estado que tienda siquiera a regular los intereses no idénticos entre el capital y el trabajo. Quieren un Estado que sólo exprese y defienda sus intereses, al cual puedan condicionar y hasta conducir para imponer con impudicia las reglas y los intereses del mercado. De ahí se desprende su desmedido y sistemático afán de debilitar a todo aquel Estado que intente ponerle límites a su voracidad. En definitiva, el resultado que buscan sería: cuanto menos Estado, más mercado.

Certeramente, Sousa Santos afirma que “El Estado es un animal extraño, mitad ángel y mitad monstruo, pero, sin él, muchos otros monstruos andarían sueltos, insaciables, a la caza de ángeles indefensos. Mejor Estado, siempre; menos Estado, nunca”.

Muchas de las críticas despiadadas a la presencia fuerte y extendida del accionar del Estado y que propagandizan las eventuales bondades de un “Estado mínimo”, apuntan -elíptica o abiertamente- hacia la transformación del Estado y su desmantelamiento como garante del bienestar general, tal como debe ser una de sus funciones básicas. Si está “ausente” o defecciona el Estado como equilibrador de los intereses de los distintos sectores, la cruel y voraz lógica del mercado se impondrá muy fácilmente, sin que nada, ni nadie pueda controlarla o atenuarla.

En rigor, los Estados nunca están “ausentes”. Por presencia o por “ausencia”, los Estados siempre están presentes. En el auge del neoliberalismo, nuestros Estados no se “achicaron”; lo que aconteció es que redefinieron sus objetivos y su presencia activa se direccionó abiertamente hacia la defensa de los intereses de los sectores de mayor concentración y poder económico. Era cierto aquello de que detrás de la propuesta de los Estados “mínimos”, estaba la ambición de que se transformaran en Estados máximos…pero del capital, vulnerando la noción de bienestar general y erosionando impúdicamente los principios de equidad y solidaridad. En idéntico sentido operaba aquella perversa promesa, impulsada exitosamente por la dictadura y luego por el menemismo, de que “achicar el Estado es agrandar la nación”.
  
Capital y trabajo son los factores esenciales en la generación de riqueza. Ambos debieran ser considerados y valorados como simétricos e igualables, en la perspectiva de la vigencia de relaciones humanas que dignifiquen la vida social y la existencia de sociedades verdaderamente democráticas en pos de un mundo sustentable para todos.

Es sabido que la lógica y la “racionalidad” del capitalismo se centra irreductiblemente en la búsqueda denodada del lucro y la acumulación, sobre la base de la expoliación de la productividad del trabajo de otros. Si la acumulación por parte de un sector social se basa en la apropiación diferenciada de la riqueza y en una distribución desigual, la construcción y cristalización de sectores ricos y pobres se transforma en algo “natural”, inherente a las propias características del modelo de funcionamiento social. De ello se deriva la existencia de sociedades duales, con polos opuestos de altísima concentración de riqueza por un lado y de enorme concentración de exclusión y pobreza por el otro.

Ante ello, un Estado -con vocación política dirigida a proteger el interés nacional y popular- no puede prescindir de regular y supervisar el accionar de los sectores del capital. La política, en representación del interés general, debe primar por sobre el comportamiento de las empresas y de los empresarios.

En la actual coyuntura nacional e internacional, se requiere de un Estado que, aún capitalista aunque perfilando un futuro no capitalista, opere decididamente como garante pleno del interés general de la sociedad, y especialmente de los sectores más vulnerados, por sobre el interés privado de los sectores del capital.

En suma, un Estado que pueda sentar las bases para ir construyendo una democracia sólida y vigorosa, con plena inclusión y derechos sociales extendidos, lo cual configurará estratégicamente otro tipo de sociedad, otro tipo de sistema social, que se aleje del capitalismo actual.
  
Buenos Aires, Julio de 2015.

jueves, 16 de julio de 2015

VOTARÉ A LABRUNA Y LOUSTEAU

Cabe aclarar, para los más jóvenes o para los no futboleros, que Ángel Labruna fue un gran jugador de River Plate y que Loustau (Félix, apodado Chaplín) integraba ?La Máquina? como wing izquierdo. No sé si el joven Lousteau actual (el ?rulito?, según la inefable Lilita) jugará al fútbol y si lo hará como wing. Como wing, eventualmente, podría ser; como ?izquierdo? ya sería más difícil. ?Rulito? tal vez sea zurdo para escribir o para tomar la sopa, pero para pensar y actuar en política, no. Más bien, en concreto, es ?derecho?, y hasta tal vez ?humano?, como su candidato final a presidente de la Nación, el exitoso bailarín procesado (por su accionar, no por sus excelsos pasos de baile) Mauricio Macri. Rulito no es de izquierda, pero -hay que reconocer- podría llegar a transformarse en siniestro.

Y entonces, ¿por qué votaré, aunque con pesar, a Martín Lousteau? Porque se trata de política y no de opciones estéticas, principistas, abstractas. La opción concreta del domingo es Rodríguez Larreta del PRO o Lousteau de ECO. No se trata de Recalde versus Larreta o Lousteau. Ni mucho menos tener que optar entre Fidel Castro y la nueva indigna ?dama de hierro? Ángela Merkel.

El PRO y ECO son parecidos, pero no idénticos. Que atrás (y adelante) de Lousteau está el Coti Nosiglia, la banda de los Yacobitti, etc. es conocido. Del PRO, la nueva derecha ?lúcida? de Argentina, articulada continental y mundialmente con lo peor del capitalismo financiero, no es necesario agregar mucho más en la ocasión. El PRO es, sin duda, el adversario principal que encarna lo más opuesto a cualquier proyecto nacional y popular.

Votar en blanco, impugnar el voto o no ir a votar aumenta los porcentajes de los candidatos. Si ganara Lousteau, por cierto improbable, se debilitarían con contundencia las aspiraciones presidenciales de Macri. Si la diferencia entre los porcentajes de Larreta y Lousteau no resultara muy apreciable, ello podría minar las posibilidades de Macri. En definitiva, no se trata sólo de votar contra Larreta, sino fundamentalmente de votar contra Macri.

Toda opción en política (valga la redundante obviedad), es política. Sea el ?conciente? voto en blanco de la ultraizquierda de Altamira del PO y del frente FIT; o del descreído y ?despolitizado? voto en blanco de cualquier ciudadano; o del voto en blanco o impugnado de los ?principistas? que estiman que Larreta y Lousteau significan lo mismo y que no quieren ?tragarse el sapo? de votar a ?Rulito?; todas esas opciones contribuyen -aunque no lo deseen o no lo adviertan- a apoyar el proyecto neoliberal más conservador y destructivo. Votar en blanco o no votar favorece al PRO y eso no es bueno para el país, especialmente para los sectores históricamente más vulnerados.

Puedo comprender que a mis amigos, y simultáneamente ?enemigos?, hinchas de Boca Juniors les pueda resultar más indigesto tener que votar al rulito mediático, pero a mí como ?gallina?, hincha de River, me será un poquito más fácil este domingo votar a Labruna (perdón, a Lousteau).

Buenos Aires, julio 16 de 2015.

martes, 7 de julio de 2015

Nota publicada en "La Tecl@ Eñe". Revista Digital de Cultura y Política. Buenos Aires. Julio de 2015. 

http://www.lateclaene.com/#!norberto-ayaln-/clxv



¿OTRA VEZ EL FISCAL NISMAN?


Norberto Alayón – Profesor Titular Regular
                                                                       Facultad de Ciencias Sociales (UBA)

Distintos grupos, organizaciones y dirigentes políticos, de los más retardatarios y objetivamente antinacionales, se han vuelto a aglutinar en una argamasa enfermiza, ganada por el odio y el resentimiento y probablemente también por la desesperación. En esencia, son los mismos que armaron y convocaron la marcha del 18F que intentaba “construir” un héroe y un mártir en la figura del fiscal Alberto Nisman, tortuoso personaje ligado estrechamente a la embajada de los Estados Unidos y a los servicios de inteligencia.

Hoy, estos mismos sectores convocan a una nueva marcha “republicana” (con reminiscencias de la “Unión Democrática” de 1945/46) para el 7 de julio, apoyándose en el caso del juez Luis María Cabral, tratando de “usar” a este magistrado y/o respaldándose mutuamente.

Dicha marcha está activamente promocionada, apoyada y convocada por la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional conducida por el camarista antikirchnerista y convocante del 18F Ricardo Recondo, junto a los fiscales Raúl Plee, Germán Moldes, Guillermo Marijuán, Carlos Stornelli, José María Campagnoli, Ricardo Sáenz; por los diarios “Clarín” y “La Nación” (a quienes no resulta higiénico caracterizar en esta ocasión); por Mauricio Macri; por Elisa Carrió; por Ernesto Sanz de la UCR; por Patricia Bullrich y Laura Alonso del PRO; por Graciela Camaño de Barrionuevo y Facundo Moyano del Frente Renovador de Sergio Massa; entre otros distinguidos “patriotas”.

Aunque nada es totalmente escindible (y menos en estas cuestiones de alto impacto institucional) podríamos desdoblar el análisis en dos aspectos, al mero efecto de una mejor explicitación: el jurídico y el político.

En cuanto a lo jurídico, veamos algunos posibles interrogantes:

1)     ¿Es cierto que el doctor Luis María Cabral fue designado “a dedo” en 31 de agosto de 2011 en la Cámara de Casación, como juez subrogante? ¿La ley establece que la designación respectiva tendría que haberse realizada por sorteo? Y si fuera ese el caso, ¿por qué el juez Cabral habría aceptado beneficiarse con un procedimiento viciado de ilegalidad?

2)     El reconocimiento profesional, laboral, salarial de los Camaristas, aunque sean suplentes, ¿juega mucho en las aspiraciones de ascenso de los jueces de grado?

3)     El mantener dos puestos como camarista y juez a cargo de otro tribunal ¿le resta capacidad operativa e idónea administración de justicia a los magistrados?

4)     ¿Es usual que en la Justicia las suplencias (subrogancias) duren cuatro años?

5)     ¿El juez Cabral no se presentó al Concurso, que ya está en etapa de sustanciación, para designar a Camaristas titulares y regularizar el funcionamiento, evitando tener que apelar a suplencias transitorias?

6)     ¿Cabral aspira a ser nominado como futuro integrante de la Corte Suprema de Justicia de la Nación? ¿La oposición antikirchnerista podría proponerlo?

Pero vayamos ahora, al otro aspecto, el principal: al directamente político, inseparable de las cuestiones supuestamente sólo “jurídicas”. Porque nadie puede desconocer que los jueces, y especialmente los Camaristas y los Supremos, son actores políticos (de uno de los tres poderes del Estado) de altísima relevancia e incidencia en los destinos de un país.

Y entonces, formulamos estos otros interrogantes:

1)     ¿El doctor Cabral, que no pierde en modo alguno su cargo de juez y que fue durante varios años Presidente de la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional, es o se transformó en un opositor al gobierno?

2)     Si es o se transformó en un opositor al gobierno, ¿de ahí derivaría su intransigencia para no aceptar la finalización de su suplencia que ya lleva casi cuatro años?

3)     ¿Los convocantes y adherentes a la marcha del 7J, que encarnan las posiciones más reaccionarias y degradadas de la política nacional, se quieren montar sobre Cabral para golpear y debilitar al gobierno, especialmente en esta época de campaña electoral? Si fuera así: ¿una vez “usado” Cabral (como lo usaron a Nisman), cree el juez que obtendría el reconocimiento eterno de estos sectores y lo incorporarían a sus distinguidos círculos de privilegios varios?

4)     Si fuera a la inversa, es decir si Cabral quisiera “usar” a estos grupos y sectores para proteger y garantizar sus aspiraciones personales y políticas, ¿no le importaría, en pos de sus objetivos, la catadura y las posiciones políticas de sus circunstanciales “amigos”?

En cualquier caso, si la barbarie opositora quiere “usar” a Cabral, o si Cabral quiere “usar” a la barbarie opositora, o si ambos deciden actuar en forma conjunta en contra del gobierno, podríamos sacar un par de conclusiones: en primer lugar que hay que tener muy buen estómago y una gran plasticidad ética para soportar semejante convivencia. Y en segundo término, que el episodio entraña una objetiva opción de hierro: contribuir a sostener y profundizar un proyecto de corte nacional y popular o contribuir al intento de restauración conservadora de los neoliberales de los 90 coaligados con lo peor del capitalismo mundial y herederos de la dictadura cívico-militar-eclesiástica de Videla y Martínez de Hoz.

Eso sí, mientras seguimos el curso de los acontecimientos, como dijera el patriota en serio Mariano Moreno, a la marcha del 7J no asistiré “ni ebrio, ni dormido”.

Buenos Aires, Julio 1 de 2015.