EXPOSICIÓN SOBRE "30 AÑOS DE DEMOCRACIA - 30 AÑOS DE TRABAJO SOCIAL"
Desarrollada en el Congreso Nacional de Estudiantes de Trabajo Social. San Juan. Agosto 16 de 2014.
EXPOSICIÓN EN SAN JUAN – AGOSTO DE
2014
CONGRESO NACIONAL DE ESTUDIANTES DE
TRABAJO SOCIAL
“30 AÑOS DE DEMOCRACIA – 30 AÑOS DE
TRABAJO SOCIAL”
Prof. Norberto Alayón
En esta exposición nos proponemos resaltar lo que nosotros
mismos hemos escrito en estos últimos 30 años sobre democracia y sobre Trabajo
Social, mencionando las fechas respectivas. Las diversas reflexiones que consignamos
a continuación están publicadas en distintos libros y revistas.
(En Junio de 1984). Congreso Nacional de Estudiantes
de Trabajo Social - Tucumán
Recién salidos de la noche oligárquica, que devastó al país
durante casi ocho años, ya están dispuestos los estudiantes de Trabajo Social,
a testimoniar su vocación de intervenir en el destino de la profesión. Y en lo
específico de su actuación en el proceso educativo, sin duda estarán prestos a
contribuir a recuperar la perspectiva de una Universidad democrática, de rigor científico y de adecuada
respuesta a las necesidades nacionales.
Sabemos que el Trabajo Social se reconoce a sí mismo como
una disciplina científica tendiente a lograr o contribuir al bienestar social.
Pero una interpretación ingenua de ese objetivo -legítimo y justo por cierto-
nos puede hacer olvidar que la no existencia de bienestar social se explica por
nuestra situación de país dependiente y expoliado.
También sería ingenuo y determinista creer que nada podemos
hacer por el bienestar social y por el país, hasta tanto no logremos la
emancipación. No se trata, entonces, de postergar acciones en favor de los
sectores que soportan padecimientos concretos, cuya resolución no puede ni debe
esperar, ante el futuro logro de una situación mejor.
La acción profesional, que intente críticamente abordar y
dar respuestas a los problemas sociales, encarada simultáneamente con objetivos
más totalizantes, constituye un aporte -sin duda- a la causa de la construcción
de una sociedad más justa.
Recordemos, entonces, que los sectores desposeídos no
necesitan integrarse a un orden social que los introdujo y los mantiene en la
miseria; lo que necesitan es cambiar ese orden social para dejar de ser pobres
y marginados.
La interrupción del funcionamiento
constitucional del país (es decir la ausencia
de democracia), no sólo paralizó el desarrollo de la profesión, sino que la
retrotrajo a modalidades y concepciones nefastas, alejadas de los sectores
necesitados. El tremendo retroceso sufrido fortaleció la reaparición y avance
de las concepciones más reaccionarias de la profesión.
La práctica profesional se alejó abismalmente de los
intereses de los sectores populares y el debilitamiento de la formación
profesional supo acompañar armónicamente el cruel período de atraso general.
Lo acontecido nos permite visualizar, con absoluta claridad,
que el Trabajo Social -como cualquier otra disciplina- no constituye una
categoría abstracta, que funciona independientemente de las determinaciones
histórico-sociales.
El emparentamiento del Trabajo Social con el funcionamiento
y características de la sociedad en su conjunto, constituye una variable
inexcusable para entender el por qué, el cómo y el para qué de la profesión.
Reflexión final. Cuando creímos que estábamos
llegando al final de estas líneas, nos cuestionamos acerca de si no hubiera
sido necesario hacer hincapié -después de tantos años de oscuridad- en otro
tipo de reflexiones de carácter más totalizante.
Podríamos haber hablado, tal vez, del origen y del carácter
oligárquico del golpe de 1976, atrozmente ejecutado por los militares, pero
también apoyado y legitimado por un amplio espectro de la civilidad, que hoy
quiere disimular y aparecer como desmemoriada.
Podríamos, asimismo, haber hablado de la importancia de la defensa del sistema democrático alcanzado.
Y también de la necesidad de emparentar
la democracia con la liberación nacional, como garantía imprescindible para
el futuro de la Nación.
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Años después (en 2004)
recordamos lo que había acontecido con la recuperación de la democracia en
1983. Todos nosotros habremos reconocido en la calle, en los diarios, en la
televisión, en la universidad, a “fogosos demócratas” que tiempo atrás habían
sido indulgentes y aun colaboradores y partícipes de las diversas expresiones
sociales que caracterizaron el accionar de la horrorosa dictadura
cívico-militar iniciada en 1976.
Nadie quería bajarse del carro de la democracia y había
miles de políticos y profesionales que fingían ser “demócratas de la primera
hora” y críticos de primera línea de la dictadura. Muchos de los actores y
acompañantes de la dictadura en sus distintos niveles, hombres y mujeres,
políticos y técnicos, rápidamente se reciclaron después del fin de la dictadura
y aparecieron, como con nuevos rostros y discursos, ocupando cargos relevantes
-nacionales y provinciales- en diversos ámbitos del Estado.
Hay que recordar que no sólo los dictadores militares y
luego Carlos Menem ya en democracia, ni tampoco sólo Martínez de Hoz y los
hermanos Alemann, la familia Alsogaray y después Domingo Cavallo, fueron los únicos
responsables de la destrucción del país. Fueron muchos los que colaboraron con
el éxito del retroceso.
La memoria social es demasiado importante para la construcción
de un proyecto de país distinto, como para que nos demos el lujo de no
reivindicarla activa y permanentemente.
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(En 1985). ¿Un trabajador social
latinoamericano puede creer que nada tiene que ver con el ejercicio de nuestra
profesión, la existencia de la hegemonía externa sobre nuestros Estados? La dependencia, es decir la ausencia de actuación
soberana: ¿incidirá en algo en el Trabajo Social, cuando -por ejemplo-
dependemos del Fondo Monetario Internacional para establecer cuál va a ser el
salario de nuestros trabajadores? ¿Y al
aumentar la problemática social, a causa de salarios insuficientes y de
desempleados, no le compete al Trabajo Social entender estas causales, teniendo
en cuenta que nosotros trabajamos sobre los problemas sociales de los sectores
populares?
Señalamos que la presente crisis económica internacional que
exporta a los países subdesarrollados la “novedad” de las abultadas deudas
externas, que vienen a contribuir a paliar los déficits de las potencias
imperiales, contrae la expansión económica de nuestros países, y dificulta el
crecimiento de políticas sociales acordes a las necesidades, por otra parte
crecientes, de los sectores populares.
Ya no resulta asombroso para nadie, reconocer que esta
perversa situación compromete el presente y el futuro de la Nación, pero esencialmente
afectará -en tanto se mantengan las bases de nuestro funcionamiento social- a
los sectores menos privilegiados de la sociedad, que son precisamente aquellos
con los cuales trabaja nuestra profesión.
Pensar en promoción y educación social, con contracción de
políticas sociales, sin atender las urgentes demandas materiales, nos puede
transformar a los trabajadores sociales en observadores estériles de la miseria
ajena.
Entendemos que en esta particular época de crisis, nuestro
objetivo debe ser -desde las instituciones de bienestar social o desde otras
modalidades profesionales- acompañar activamente a los sectores populares en la
resolución de sus necesidades y en la contribución al fortalecimiento de sus
organizaciones.
A diferencia de algunos sectores de colegas que abominan de
la práctica asistencial (que diferenciamos de la práctica asistencialista) en
aras de un supuesto perfeccionamiento profesional, creemos que el Trabajo
Social debe acrecentar la labor asistencial como eje articulador de un proceso
de promoción, educación social y organización.
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(En 1989). Coincidimos en que “la pobreza en
tanto realidad que expresa una profunda desigualdad social, una distribución
injusta de las oportunidades de desarrollo y un bloqueo objetivo de las
posibilidades de satisfacción de las necesidades humanas, desnaturaliza el sentido de la democracia y se convierte en su más
radical negación. Desde esta perspectiva entonces un gobierno sólo puede probar su naturaleza o vocación democrática
en tanto y en cuanto hace de la lucha contra la pobreza su más importante
objetivo político y social”. Carlos Amat, Héctor León, Carlos Franco, Juan
Basan. Necesidades básicas y calidad de
vida. Informe UNICEF. Lima, Perú.
El cientista social norteamericano Alan Wolfe (1987)
desarrolla agudamente la idea de que “quienes abogan por un menor gasto
gubernamental en los programas sociales, saben lo que hacen, pues dada la
función de acumulación del Estado, la única manera en la que puede reducirse la
actividad gubernamental es por medio del ataque
al punto más democrático, que es la política de bienestar social. Lo que está en juego no es una abstracción
llamada “gasto” o “política”, sino las necesidades reales de la gente real. Por
consiguiente, la estrategia política más inmediata para la gente común tendría
que dirigirse tanto hacia la preservación como hacia la expansión de los
servicios del gobierno”.
Y agrega que “…la mayor parte del gasto estatal es popular,
no en un sentido abstracto, sino en cuanto afecta a los individuos en
particular (seguridad social, hospitales, compensaciones de desempleo, etc.).
El silogismo es inmodificable: el gasto
en bienestar social es democrático; algunos (la tendencia antiestatista)
quieren eliminarlo o reducirlo sustancialmente; quienes proponen eso se vuelven antidemocráticos. En otras
palabras, el ataque a la actividad gubernamental se ha convertido en un ataque, no demasiado bien disimulado, a la
democracia misma”.
(Silogismo:
Argumento que consta de tres proposiciones, la última de las cuales se deduce
necesariamente de las otras dos.)
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(En 1991). Desde hace tiempo, se viene
registrando una intensa prédica tendiente al desligamiento de las
responsabilidades del Estado, dejando en manos del mercado o de la “ayuda
solidaria” la cobertura de las necesidades sociales de la población. Y resulta
terrible observar cómo “el ‘libre mercado’ desgasta los vínculos sociales con
la sociedad y socava la pertinencia de las instituciones del Estado para
asuntos colectivos”. (James Petras – Marzo 1991 – Página 12).
Es así como observamos el re-envío de la asistencia (como
derecho social) hacia la caridad privada (como gracia arbitraria). Si de la
caridad y la beneficencia veníamos avanzando hacia las políticas sociales, ahora estamos
retrocediendo y resulta claro el retorno desde las políticas sociales
(entendidas como derecho) hacia la caridad privada (como figura optativa, a
asumir voluntariamente por los sectores pudientes).
Ya en el siglo XIX el francés Alexis Tocqueville definió con
certeza que “la democracia supone una sociedad en la que impera el principio de
la igualdad efectiva.”
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(En 2005). Consideramos que la contribución a
la lucha general y particular, por la defensa y ampliación de los derechos
sociales, en su más extensa y abarcativa acepción, debe constituir el eje
medular de la práctica profesional.
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(En 2007). La lógica del capitalismo radica
esencialmente en la búsqueda del lucro y la ganancia. La solidaridad, la
cooperación, la equidad nada tienen que ver con la lógica del capital, que pone
en peligro la reproducción de las instituciones en que se sostiene y la vida
misma de quienes son la fuerza de trabajo, por lo cual es contradictoria con su
propia existencia a largo plazo. Los Estados de Bienestar precisamente
constituyen una limitación política a esa irracionalidad derivada de la
naturaleza desigual del capitalismo.
Podemos reconocer al capitalismo
como un sistema básicamente contradictorio con la vigencia de la democracia
y con aquellas instituciones que limitan su propio poder. En ese sentido, la revalorización y profundización del
sistema democrático, en las sociedades capitalistas, constituye un eje
estratégico de lucha para la construcción de sociedades más humanas.
Con pobreza y exclusión, la democracia pierde inexorablemente legitimidad y se contribuye
(aunque no se tenga conciencia de ello) al reflorecimiento de posiciones nihilistas
y a posturas fundamentalistas, siempre dispuestas a reemplazar autoritariamente
la voluntad y decisión de la ciudadanía.
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(En 2010). Pero el carácter esencialmente
antidemocrático del capitalismo se puede (y se debe) atenuar o neutralizar
políticamente por la acción del Estado, mediante el derecho laboral y las
políticas sociales.
En definitiva, la democracia política con
sólidos y extendidos derechos sociales podrá limitar la
intrínseca injusticia del sistema capitalista.
Sin embargo, y para ratificar que la historia no registra un
camino de mano única, ni tránsito lineal, sino de marchas y contramarchas, de
avances y retrocesos, pero también de recuperación de sus momentos más oscuros
y retardatarios, cabe destacar que estamos viviendo en la actualidad, en varios
de nuestros países, verdaderos procesos de oxigenación (aunque no sencillos, ni
absolutamente plenos), de confrontación con las lógicas imperiales de
dominación y sojuzgamiento, de impulso a la estratégica unidad latinoamericana,
de alejamiento de los dictados disciplinadores de los organismos
internacionales ligados o directamente dependientes de los poderes hegemónicos,
de rescate del interés nacional, de lucha por la consolidación de la soberanía
política, de la independencia económica y de la justicia social, de la
revalorización y defensa de los derechos políticos, económicos, sociales y
culturales para el conjunto de la población, todo lo cual confluye en el
fortalecimiento de la democracia y de la ciudadanía, en la perspectiva de
contribuir a la conformación de sociedades más igualitarias.
El pleno funcionamiento de Estados democráticos, con
ampliación de derechos para todos
los habitantes, permitirá -por lo menos- limitar la inhumana irracionalidad del
sistema capitalista.
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Un tiempo atrás (en 2009)
señalamos que posicionarse en la línea de la defensa activa de los derechos
constituye un campo estratégico por varias razones:
-
Porque
fortalece y refuerza la democracia,
como sistema político y social.
-
Porque
contribuye a la enseñanza de que otra sociedad mejor es posible.
-
Porque
facilita la construcción a futuro.
-
Porque
ayuda a combatir la desesperanza y el escepticismo, que favorecen a las
posiciones más reaccionarias, opuestas a la justicia y a la equidad social.
La historia del Trabajo Social latinoamericano nos recuerda
los grandes momentos en que quisimos (y pudimos) trascender los objetivos
meramente asistenciales, por las propuestas de promoción y “desarrollo”. Luego,
los nuevos desafíos nos encaminaron hacia la organización y la concientización.
En muchos países, las condiciones que imponían los procesos de dictaduras
cívico-militares nos hicieron retroceder. Pero en otras latitudes del
continente, las mayores posibilidades de expresión y luego los diversos procesos
de recuperación democrática que se
fueron irradiando, nos colocaron en los umbrales de volver a repensar y
revalorizar los insuficientes esfuerzos de los llamados “Estados de bienestar”.
Más tarde, la posterior irrupción y exitoso despliegue de la barbarie del
neoliberalismo arrasó y pulverizó la vigencia de los derechos sociales. Cierto
agotamiento de la perspectiva neoliberal nos coloca nuevamente en la revalorización del sistema político
democrático y en la reivindicación de los derechos humanos y sociales en su
más plena y abarcativa acepción.
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El sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos (“Página 12” – 6/1/2014) nos recuerda que “Tras un siglo de luchas populares que
hicieron entrar el ideal democrático en el imaginario de la emancipación
social, sería un grave error político desperdiciar esa experiencia y asumir que
la lucha anticapitalista debe ser también una lucha antidemocrática. Por el
contrario, es preciso convertir al ideal democrático en una realidad radical
que no se rinda ante el capitalismo. Y como el capitalismo no ejerce su dominio
sino sirviéndose de otras formas de opresión, principalmente del colonialismo y
el patriarcado, esta democracia radical, además de anticapitalista, debe ser
también anticolonialista y antipatriarcal.”
Y el sociólogo brasileño Emir Sader (“Página 12” – 12/11/2013) enfatiza que “Democratizar nuestras sociedades es
desmercantilizarlas, es transferir de la esfera mercantil hacia la esfera
pública, la educación, la salud, la cultura, el transporte, la habitación, es
rescatar como derechos lo que el neoliberalismo impuso como mercancía.”
De modo que, para finalizar, aquí están ustedes -con este
Congreso y con sus prácticas- para convocarnos e instarnos a todos a
profundizar la democracia y a profundizar el accionar crítico del Trabajo
Social para contribuir a la consolidación de una sociedad más libre y más
justa.