http://www.lateclaene.com/#!alayn-norberto/c10ng
ACERCA DE
LA CUESTIÓN
NACIONAL
Norberto
Alayón
Profesor Titular – Facultad de
Ciencias Sociales (UBA)
Manuel Ugarte fue un escritor y
político argentino, nacido en Buenos Aires en 1875 y fallecido en 1951.
Relevante precursor de las luchas antiimperialistas en América Latina, escribió
en 1908 un texto titulado “25 de Mayo de 1810” , consignando una muy sugerente
información: “Hay en los Estados Unidos una costumbre por la cual en la escuela,
en mitad de la clase o interrumpiendo el recreo cuando el niño menos lo espera,
el maestro le hace poner bruscamente de pie para prestar una vez más el
juramento de servir a su tierra en todos los momentos de su
vida”.
Impresionante costumbre que,
respondiendo a una clara intencionalidad desde la escolaridad básica, apuntó a
la construcción y consolidación de la identidad nacional de los norteamericanos
ya a partir de la infancia, lo cual permite identificar el marcado nacionalismo
siempre presente en el imperial país del norte.
En nuestros países latinoamericanos
distintos sectores políticos (conservadores, socialistas, liberales de
izquierda, ultraizquierdistas), desde diversas perspectivas y caracterizaciones,
suelen abominar o desconfiar de ciertas expresiones y prácticas políticas
“nacionalistas”, “patrióticas”, “populistas”, por considerarlas como atrasadas,
no civilizadas, pre modernas, o bien directamente asociadas a las concepciones
nazis y fascistas.
Estos sectores (con sus diferencias)
no cuestionan o son indulgentes cuando las acciones nacionalistas se verifican
en EE.UU. o en Europa, es decir en los países “desarrollados”, pero son
consecuentemente “no nacionalistas” cuando se trata de nuestros países
semicoloniales. El aspecto crucial es que básicamente no pueden comprender la
clave diferencia que existe entre el “nacionalismo” en los países opresores y el
“nacionalismo” en los países oprimidos.
El ruso Vladimir Ilich Uliánov, más
conocido como Lenin, en 1920 expresaba durante el Segundo Congreso de
la Internacional
Comunista : “En primer lugar, ¿cuál es la idea más importante y
fundamental de nuestras tesis?: la distinción entre pueblos oprimidos y pueblos
opresores”. Agregando que “La dominación extranjera impide el libre
desenvolvimiento de las fuerzas económicas. Es por esta razón que su destrucción
es el primer paso de la revolución en las colonias y es por esto que la ayuda
aportada a la destrucción de la dominación extranjera en las colonias no es, en
realidad, una ayuda aportada al movimiento nacionalista de la burguesía nativa,
sino la apertura del camino para el propio proletariado oprimido”.
Otro ruso, Lev Davídovich Bronstein
(León Trotsky), mandado a asesinar por José Stalin en México en 1940, afirmó que
“Lenin ha escrito centenares de páginas para demostrar la necesidad capital de
distinguir las naciones imperialistas de las colonias y semicolonias, que
constituyen la mayor parte de la humanidad. Hablar de “derrotismo
revolucionario” en general, sin distinguir entre países opresores y oprimidos es
hacer del bolcheviquismo una caricatura grotesca y miserable y poner esta
caricatura al servicio del imperialismo”.
Y completaba Trotsky: “El
imperialismo sólo puede existir porque hay naciones atrasadas en nuestro
planeta, países coloniales y semicoloniales. La lucha de estos pueblos oprimidos
por la unidad y la independencia nacional tiene un doble carácter progresivo,
pues, por un lado, prepara condiciones favorables de desarrollo para su propio
uso, y por otro, asesta rudos golpes al imperialismo”.
En definitiva, el nacionalismo de
los países imperialistas es reaccionario. Por el contrario, en los países
semicoloniales el nacionalismo es progresivo, en tanto tiende a combatir al
imperialismo y liberarse de los lazos de dependencia. El nacionalismo
reaccionario de países imperiales como EE.UU. engendra abominables personajes
como el multimillonario Donald Trump, actual pre- candidato republicano a la
presidencia, quien desparrama impunemente las posiciones más
trogloditas.
Pero el nacionalismo en los países
sojuzgados e inconclusos de América Latina se encarnó, en la búsqueda de una
verdadera independencia y soberanía, en movimientos nacionales y populares como
el yrigoyenismo y el peronismo en Argentina, la revolución mexicana de 1910, el
varguismo en Brasil, el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) en Perú,
el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) en Bolivia, el independentismo
en Puerto Rico, José Martí y Julio Mella en Cuba, Augusto Sandino en Nicaragua,
entre tantos otros. Y en la última década en los procesos populares de
Argentina, Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador, que lideraron la confrontación
con EE.UU.
Como viejo ejemplo del nacionalismo
reaccionario que se verifica en países imperialistas como EE.UU., que conduce a
guerras permanentes y a la opresión de otros pueblos, Manuel Ugarte da cuenta de
una frase de un senador Preston, de 1838, afirmando que “La bandera estrellada
flotará sobre toda la América Latina ,
hasta la Tierra
del Fuego, único límite que reconoce la ambición de nuestra raza”. Con
frecuencia, algunos estadounidenses son bien claros y directos, sin “pelos en la
lengua”, expresando el sentir de las mayorías en ese país. Ya hablaba este
imperial senador, hace casi 200 años atrás, de “ambición”, lo cual se relaciona
con la permanente tradición de EE.UU. como país guerrero y dominador, y sobre
“nuestra raza” (siempre se consideraron superiores y con “derechos” absolutos
sobre todo el orbe).
Sesenta y ocho años después, otro
imperialista -William Howard Taft, Secretario de Guerra del presidente Theodore
Roosevelt y luego presidente él mismo- en un discurso el 21 de febrero de 1906
manifestó: “Las fronteras de los Estados Unidos terminan virtualmente en Tierra
del Fuego”.
Los amos actuales del mundo y los
respectivos habitantes de los imperios deberían recordar al peruano Dionisio
Inca Yupanqui, aquel diputado americano que en las Cortes de Cádiz, España (en
diciembre de 1810), indignado por la dominación colonial, desbrozó un
imperecedero aforismo: “Un pueblo que oprime a otro no merece ser
libre”.
A esta altura, conviene precisar qué
son las semicolonias. Son países formalmente independientes, con Constituciones
nacionales, con banderas e himnos propios, con territorios definidos (aunque en
ocasiones parcialmente arrebatados y usurpados, como es el caso de las Islas
Malvinas por parte del imperialismo inglés), pero que padecen, estos países, de
una gran dependencia estructural de los centros hegemónicos de poder mundial,
que limitan y condicionan ostensiblemente su autonomía y capacidades de decisión
propias. Se trata, entonces, de Estados aparentemente soberanos, políticamente
independientes, pero que -a partir de la dominación económica que sufren- se ven
compelidos a transformarse en una suerte de satélites presionados y arrinconados
por los imperios de turno. Por eso las concepciones y las luchas nacionales y
antiimperialistas adquieren, aún hoy, un enorme sentido progresista de gran
significación.
El debilitamiento y hasta la pérdida
de la soberanía política entraña un severo riesgo para el presente y el futuro
de nuestros países todavía semicoloniales. Veamos, si no, el caso de los “fondos
buitre” y del juez norteamericano Thomas Griesa. Este juez municipal extranjero
pretende imponer condiciones, además muy lesivas, a una nación formalmente
“soberana” como la Argentina. Pero
el meollo de la cuestión, ni siquiera radica en Griesa: él es un mero
instrumento que acepta y lleva a la práctica altaneramente las decisiones que se
adoptan en ámbitos superiores. Si detrás de Griesa no estuvieran los verdaderos
poderes económico-políticos de EE.UU. y hasta el propio gobierno de Barack
Obama, este anciano juez estaría dedicado a atender los temas locales de su
jurisdicción o a su salud personal y no se ocuparía en agredir
intransigentemente a la Argentina. Los
EE.UU., como imperio, no se olvidan del “No al ALCA”, decidido valientemente en
2005 en Mar del Plata bajo el liderazgo de Chavez, Kirchner y Lula. Los imperios
tienen buena memoria; lo principal será que nosotros no perdamos o enajenemos la
nuestra y estemos dispuestos a defender, como corresponde, el interés
nacional.
Imaginemos si fuera a la inversa. Si
un juez argentino, de algún distrito municipal del país, pretendiera imponerle
condiciones al gobierno de los EE.UU. Si
este hipotético juez argentino actuara, como lo hace Griesa con nosotros,
inmediatamente morirían muchos norteamericanos … pero de risa. Nos tomarían por
locos o “bárbaros atrasados”, no insertos en la moderna comunidad
internacional.
El tema de la independencia y de la
soberanía nacional es obviamente muy importante y no debe considerarse como
secundario, intrascendente o perimido, ya que depara consecuencias vitales, en
uno u otro sentido, para el país. La imperial imposición que pretende Griesa
para que nuestro Congreso Nacional derogue la Ley de Pago Soberano y la Ley Cerrojo debe ser
frontalmente rechazada por quienes estén dispuestos a defender el interés y la
dignidad nacional. En ese sentido, cabría considerar seriamente la alternativa
de denunciar como “traición a la
Patria ” la conducta antinacional de aquellos legisladores que
voten a favor de las exigencias extranjeras, en perjuicio de la Nación
argentina.
Esta invocación a defender el
interés nacional de la
Argentina , esta invocación “nacionalista”, esta invocación
“patriótica”, ¿tiene algo que ver con las propuestas nacionalistas (ésas sí
fascistas) que se verifican en los países opresores, en los países imperiales?
Reafirmamos, pues, que defender “lo nacional” en los países oprimidos es
profundamente progresista. Por el contrario, defender “lo nacional” en los
países imperiales, que oprimen y sojuzgan a otros pueblos, es marcadamente
reaccionario.
Volvamos a Manuel Ugarte para
diferenciar y clarificar las distintas concepciones acerca de “lo nacional”, del
“patriotismo”. El gran defensor de la
Patria Grande latinoamericana escribió: “Yo
también soy enemigo del patriotismo brutal y egoísta que arrastra a las
multitudes a la frontera para sojuzgar otros pueblos y extender dominaciones
injustas a la sombra de una bandera ensangrentada; yo también soy enemigo del
patriotismo orgulloso que consiste en considerarnos superiores a los otros
grupos, en admirar los propios vicios y en desdeñar lo que viene del extranjero;
yo también soy enemigo del patriotismo ancestral, del de las supervivencias
bárbaras, del que equivale al instinto de tribu o de rebaño. Pero hay otro
patriotismo superior, más conforme con los ideales modernos y con la conciencia
contemporánea. Este patriotismo es el que nos hace defender contra las
intervenciones extranjeras, la autonomía de la ciudad, de la provincia, del
Estado, la libre disposición de nosotros mismos, el derecho de vivir y
gobernarnos como mejor nos parezca. En este punto todos los socialistas deben
estar de acuerdo para simpatizar con el Transvaal cuando se encabrita bajo la
arremetida de Inglaterra, para aprobar a los árabes cuando se debaten para
rechazar la invasión de Francia, para admirar a Polonia cuando después del
reparto tiende a reunir sus fragmentos en un grito admirable de dignidad y para
defender a América Latina si el imperialismo anglosajón se desencadena mañana
sobre ella. Todos los socialistas tienen que estar de acuerdo, porque si alguno
admitiera en el orden internacional el sacrificio del pequeño al grande,
justificaría en el orden social la sumisión del proletario al capitalista, la
opresión de los poderosos sobre los que no pueden defenderse”.
En la Argentina , la clásica consigna del
peronismo “Patria sí, colonia no” (más allá de que escandalice a los “bien
pensantes” de derecha y de izquierda) encarna y sintetiza el dilema de la
hegemonía externa sobre nuestro país. ¿O alguien preferiría invertir la consigna
y exclamar “Patria no, colonia sí?
O bien sobre la actual consigna de
“Patria o buitres”. ¿Preferimos a los buitres o a la patria? Dejemos a Mauricio
Macri y a Alfonso Prat-Gay su adhesión objetivamente reaccionaria (por decir lo
menos) a los buitres y apoyemos firmemente la opción “nacionalista” y
“populista” de la patria. ¿Se nos podrá denostar, por esta opción, con el mote
pretendidamente descalificador de “patrioterismo”? Si así aconteciera, de parte
de algún energúmeno supuestamente “ilustrado”, nos remitiríamos con mucho
orgullo al preclaro antiimperialista Ugarte que convocaba, hace ya tanto tiempo,
“a mantener en el alma esa maravillosa emoción colectiva que se llama el
patriotismo”. ¿Qué otra cosa podrá ser un verdadero socialista, si no, al mismo
tiempo, un patriota?
Es menester aclarar, que estas
opiniones “nacionalistas” precedentes nada tienen que ver con el nacionalismo
católico del estilo del dictador militar Juan Carlos Onganía o del nacionalismo
oligárquico que portan algunos representantes de la tradicional Sociedad Rural
Argentina. Tampoco tienen que ver con el chauvinismo, la xenofobia, el racismo,
que se vierten a menudo en los estadios de fútbol en esos deleznables cánticos
del estilo “son todos bolivianos, paraguayos, que sólo sirven para botonear…” Ni
con las invocaciones al “ser nacional”, esgrimidas por la dictadura
cívico-militar-eclesiástica de 1976, que a la par de levantar el insano slogan
de “los argentinos somos derechos y humanos”, en su fundamentalismo genocida
juraba que “la bandera nacional jamás sería reemplazada por ningún trapo rojo”.
Por supuesto, tampoco tienen que ver con la concepción que tienen del
nacionalismo los distintos grupos de neonazis, que se han reactivado, con mucha
virulencia, a partir del triunfo de Mauricio Macri en las últimas elecciones
presidenciales. Existe, por cierto, un falso nacionalismo, “de derecha”,
enraizado en la sociedad, que debe ser combatido tenazmente.
Ante la terrible y devastadora
restauración conservadora, marcadamente antinacional, que impulsa el actual
gobierno del PRO-Cambiemos, hoy -más que nunca- cabrá defender activamente el
interés nacional, plasmado en la preservación de la independencia y la
soberanía, sin temor alguno de que se nos
tilde de “nacionalistas”. Sobre los
argentinos que hoy gobiernan, ¿será un exabrupto desmedido o una terminología
pasada de moda, hablar de irrecuperables cipayos?
Quienes continuamos aspirando y
bregando por la construcción de una sociedad donde rija plenamente la justicia
social, no propiciamos la claudicación -en modo alguno- de la meta socialista
final, pero enfatizamos que no se podrá arribar a la misma sin ensamblar
correcta y estratégicamente la liberación social con la liberación
nacional.