Prof.
Norberto Alayón
Carrera de Trabajo Social
Universidad de Buenos Aires
Recientemente, la
Cámara de Diputados de la Nación aprobó el Proyecto de Ley Federal de
Trabajo Social, que establece el régimen para el ejercicio profesional. Dicha
Ley tiene por objeto establecer el marco general para el Trabajo Social en todo
el territorio nacional. Se plantea como objetivos promover la jerarquización de
la profesión, establecer un marco normativo general, fijar las competencias
profesionales, proteger el interés de los ciudadanos, ampliar la obligatoriedad
de la matriculación y regular los derechos y obligaciones de los/as
trabajadores sociales.
La ley, que ahora pasó a la Cámara de Senadores, fue
aprobada con 177 votos afirmativos, registrando 3 votos negativos y 12
abstenciones. Otros 64 legisladores estuvieron ausentes en toda la sesión o
bien se retiraron del recinto al momento de la votación.
El partido de derecha Unión PRO tiene 18 diputados en la Cámara. Tres de ellos votaron
en contra (Gisela Scaglia, Federico Sturzenegger y Alberto Triaca). Otros 10 se
abstuvieron (Héctor Baldassi, Patricia Bullrich, Eduardo Cáceres, Gladys
González, Christian Gribaudo, Carlos Mac Allister, Federico Pinedo, Cornelia
Schmidt-Liermann, Pablo Tonelli y Miguel Del Sel). Los 5 diputados restantes
del PRO figuraron como Ausentes (Laura Alonso, Sergio Bergman, Silvia Majdalani, Soledad Martínez y Ricardo
Spinozzi). Las otras dos abstenciones que se registraron correspondieron a los
diputados Guillermo Durand Cornejo (Partido Conservador Popular) y Roberto
Pradines (Partido Demócrata de Mendoza).
Entre los 64 diputados que aparecen como Ausentes, consignamos
a 21 de ellos, cuyos nombres son muy conocidos o bien muy mencionados en los
medios de comunicación: Ricardo Alfonsín, Alcira Argumedo, Hermes Binner,
Carlos Brown, Elisa Carrió, Roy Cortina, Héctor Daer, Mario Das Neves, Víctor
De Gennaro, José De Mendiguren, Francisco De Narváez, Victoria Donda, Martín
Insaurralde, Martín Lousteau, Sergio Massa, Juan Facundo Moyano, Adrián Pérez,
Francisco Plaini, Eduardo Santín, Juan Schiaretti y Felipe Solá.
El Trabajo Social es una profesión cuya tradición se
inscribe, principalmente, en la defensa y reivindicación de los derechos de las
mayorías populares, de las mayorías postergadas, de las mayorías vulneradas por
un sistema social injusto que divide a la población en clases sociales diferentes,
con acceso desigual (y hasta antagónico) a los bienes materiales y simbólicos
producidos por el conjunto de la sociedad. Precisamente, en concordancia con
este perfil, en el año 2012 los trabajadores sociales -por intermedio de sus
organizaciones específicas- concretaron el cambio de fecha del Día del Trabajador/a
Social en Argentina, fijándolo en el 10 de diciembre, en consonancia con el Día
Internacional de los Derechos Humanos, lo cual vino a plasmar una vieja y
legítima aspiración de vastos sectores de la profesión.
Pobres y ricos, excluidos e incluidos, marginados y
marginadores, explotados y explotadores, se engarzan y se explican mutuamente,
poniendo en evidencia las características de un determinado orden social que
hace de las desigualdades lo central de su existencia y lo inherente a su
propia reproducción.
Analizar, diagnosticar, operar sobre la pobreza y la
marginalidad en una sociedad determinada, requiere en espejo -indefectible y
básicamente- analizar, diagnosticar y operar sobre la riqueza de esa misma
sociedad. Ambos fenómenos no se pueden explicar aisladamente. Todo lo
contrario: se explican en una inalterable y constante interacción.
Para diluir o disimular esa férrea interacción, esa íntima y
constitutiva relación, se tiende a apelar a nociones y afirmaciones
“naturalizadoras”, tales como: “no trabaja el que no quiere”; “los pobres son
vagos por naturaleza”; “no tienen deseos de superación”; “prefieren vivir de la
limosna y de los planes sociales”; “las chicas se embarazan para recibir
subsidios”; “son irrecuperables”; “son hijos del rigor y así tienen que ser
tratados”; “son diferentes a nosotros”;
“los negros villeros son todos delincuentes”; “estos negros de mierda tienen
que ser devueltos al interior o a sus países de origen”. De paso podríamos aprovechar y sacarnos de
encima y devolver al Chaco al Jefe del Gabinete Nacional Jorge Capitanich, tal
como lo reclama airadamente por TV la impoluta (“limpia, sin mancha”) y
sabihonda (“que presume de sabia, sin serlo”) conductora Mirtha Legrand.
Cuando determinado estilo de funcionamiento social que genera
la degradación societaria por la vía del desempleo, de los bajos salarios, de
los insuficientes servicios de salud, educación, vivienda, infraestructura,
seguridad social, se va afianzando la existencia de una sociedad desigual, con
derechos y niveles de satisfacción de las necesidades claramente diferenciados
según se pertenezca a uno u otro sector social. Luego, esa sociedad
inequitativa, polarizada, fragmentada, termina siendo “invivible” para todos.
Los sectores conservadores revelan una pertenencia casi
irreductible, una suerte de “olfato de clase”, negativo pero certero
(conciencia de clase, decíamos en otras épocas). Claro que para que sus ideas y
proyectos se transformen en hegemónicos necesitan atravesar la conciencia de
aquellos otros sectores sociales precisamente damnificados por las propuestas
de los grupos más poderosos, que los discriminan y aún los desvalorizan casi
como si no se tratara de otros seres humanos.
De ahí que, con demasiada frecuencia, aquellas mismas
personas vulneradas y hasta fuertemente pauperizadas por el orden social
vigente, repitan con énfasis y convicción los mismos argumentos estigmatizantes
de los que ellos también son objeto. Y podemos observar, con pesar, cómo
personas de tez oscura, de pelo renegrido y de corrientes ojos marrones se
refieren a aquellos compañeros de su misma etnia, de su misma situación social
y pesares compartidos, como “negros de mierda”.
La batalla cultural impulsada por los conservadores, los
neoliberales (en suma, la derecha) despliega eficazmente un vasto arsenal
ideológico, tanto o más letal que las armas que matan directamente. Para vencer
definitivamente, apuntan a convencer al opuesto de que es “justo” que lo
venzan. Por eso mismo, se requiere encarar intensas y profusas acciones contrahegemónicas
en la línea de la defensa activa de los sectores más desposeídos.
Por ello se torna plausible apoyar todo aquello que
contribuya al reconocimiento, a la jerarquización de las profesiones del campo
de “lo social”, a fortalecer la capacitación de estos profesionales, a
revalorizar su intervención en las instituciones específicamente dedicadas al
desarrollo y al bienestar social. Toda medida, toda propuesta que de una u otra
manera favorezca la mejor implementación -cuantitativa y cualitativa- de la
política social amerita ser respaldada, por su contribución a la distribución
secundaria de la riqueza.
Atender más y mejor los intereses, las necesidades de las
mayorías populares, no sólo contribuye a reparar históricas injusticias, sino
que abona el necesario camino en pos de la construcción de sociedades más
equitativas y más dignas, lo cual confluye en el fortalecimiento de la
democracia misma, en tanto que aquellas sociedades con significativos niveles
de pobreza y exclusión no pueden ser consideradas seriamente como democráticas.
Resulta, entonces, coherente -con sus propias convicciones y
posiciones políticas- que la derecha no haya apoyado la sanción de la
Ley Federal de Trabajo Social. El diputado
Pablo Tonelli, del partido Unión PRO, formuló un par de razones formales para
no acompañar el proyecto, irrelevantes en relación a la importancia estratégica
que refleja esta ley en cuanto al fortalecimiento de una profesión
intrínsecamente ligada al logro de una mayor justicia social.
Buenos Aires, noviembre de 2014.